*Ann*
Una vez en la calle, la idea de dar un paseo ya no me parece tan buena. No sé a dónde dirigirme, así que simplemente empiezo a caminar sin rumbo. Siento como si hubiera dormido un mes entero. Mi cuerpo está relajado de una manera que nunca había sentido antes. Es demasiado extraño, casi como si flotara.
Todo hoy se siente… Diferente.
Busco mi móvil para poner algo de música, pero me doy cuenta de que lo he dejado en casa. Grave error. Quizá Robert haya intentado llamarme.
Pero ¿qué digo? Esto es un sueño, ¿no? Aunque hubiera llamado, no podría saberlo de todas formas.
No sé cuánto tiempo llevo caminando, pero desde que salí de casa tengo una sensación incómoda, como si alguien me estuviera vigilando. Es inquietante, como si los ruidos que escuché antes de salir también hubieran salido conmigo. Me invade el miedo, esa clase de miedo que sientes en esos sueños en los que te persiguen y solo puedes correr, correr y correr pero no te mueves del sitio.
El miedo me va ganando terreno, hasta que de repente me doy cuenta de dónde estoy.
Por puro instinto, he llegado al parque donde solía pasar tantas tardes con mis amigas. El mismo parque donde Robert me pidió salir. Mis pies me han llevado hasta aquí de manera inconsciente, así que decido acercarme a nuestro rincón favorito: un banco escondido entre los árboles, lo suficientemente apartado como para sentir que es nuestro pequeño refugio privado. Desde allí, se puede escuchar el murmullo del lago y las fuentes. Siempre ha sido un lugar especial... y curiosamente, siempre está vacío.
O, al menos, eso era hasta hoy.
Cuando estoy a punto de llegar, noto que hay alguien sentado en nuestro banco. Una pareja. Seguro que han venido buscando algo de intimidad y han encontrado este pequeño oasis.
Pienso en darme la vuelta, no quiero entrometerme. Pero algo me detiene, algo me impulsa a observar más de cerca. Me acerco sigilosamente, escondiéndome detrás de un arbusto. Una sensación muy fuerte me invade: lo que sea que está pasando aquí, necesito saberlo.
—¡No puede ser! —susurro al reconocer a la figura sentada en el banco. Es Robert. Y está con otra chica.
Trago saliva, mi mente tarda en procesarlo. Ella está de espaldas, pero su presencia me resulta inquietantemente familiar. Siento que la conozco... pero no termino de hubicarla.
Me quedo observándolos un buen rato, incapaz de reconocerla completamente. Robert está encorvado hacia adelante, con los codos apoyados en las rodillas, y sus hombros tiemblan irregularmente. Está... ¿Llorando? Y la chica lo está consolando.
Un dolor agudo me atraviesa el pecho. Este era nuestro lugar especial. Aquí me pidió salir. Aquí hablamos sobre nuestros sueños y planes de futuro. Aquí me dijo que me amaba por primera vez.
Y ahora está aquí, con otra.
El aire me falta. Si está tan mal, ¿por qué no me llamó a mí en vez de a ella? ¿Por qué está con esta chica, en nuestro lugar? Un torbellino de emociones me invade. Estoy furiosa.
Me acerco decidida, pero el nudo en mi garganta crece al escuchar sus voces.
—Sé que deberíamos estar contentos —dice la chica—, pero siento que una parte de mí se ha ido con ella.
—Lo sé —responde Robert, con la voz rota—. A veces solo quiero que todo esto termine y podamos tener una vida normal.
No entiendo lo que dicen, pero ya no quiero seguir escuchando. Sin hacer ruido, me alejo. Los rumores eran ciertos. Becka tenía razón. Todos tenían razón. Nunca me quiso.
Corro. No sé hacia dónde, pero solo quiero alejarme. Las lágrimas nublan mi vista. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Cómo me deje engañar así? ¡No es justo! Lo quiero... no, lo amo.
Sigo corriendo tanto como mis piernas lo permiten. Ojalá lloviera. Al menos la lluvia ocultaría mis lágrimas y despejaría mi mente.
Una luz se acerca de repente, cegándome por un instante. Un coche viene hacia mí a toda velocidad. Me quedo congelada. No puedo moverme. Lo único que hago es cerrar los ojos y esperar el impacto... pero nada ocurre.
Abro los ojos. El coche está más adelante. Me ha... ¿Atravesado?
—¿Qué...? —susurro.
—Estás muerta —dice una voz detrás de mí, con un tono burlón.
Me giro rápidamente. Una chica pelirroja, vestida de una manera extraña, me observa. Hay algo en su cara que me resulta familiar.
—Me llamo Alexia. Estoy muerta, como tú.
Me río, nerviosa. Esto no puede estar pasando.
—Esto es ridículo. —Siento como la cabeza me da vueltas—. No estoy muerta.
—¿Ah, no? —responde ella, cruzándose de brazos—. ¿Acaso ese coche no te atravesó hace un momento?
Me quedo en silencio. Tiene razón.
—Es imposible... —murmuro, más para mí que para ella.
—¿Imposible? —se burla—. Nena, si estuvieras viva, no estarías viendo fantasmas. Ni mucho menos hablando conmigo. ¿O acaso ya has estado muerta antes?
—¡Deja de llamarme "nena"! —le grito, molesta.