Alma infinita El despertar

Capítulo 7

*Ann*

Por fin estoy sola. Lo agradezco profundamente, porque necesito tiempo para estar conmigo misma y ordenar mis pensamientos. Este momento de calma es exactamente lo que necesito para reflexionar sobre todo lo que ha ocurrido.

¿Por qué lo hice?

No tenía motivos claros. Mi familia, a pesar de todo lo que hemos pasado, siempre ha sido un refugio de amor y protección. No fue justo dejar a mi madre de esa manera, especialmente después de todo lo que sufrió con la desaparición de mi padre. Pero, aun así, lo hice. Me suicidé. Vi cómo me suicidé, pero sigo sin entender por qué.

Me levanto del banco para estirar las piernas. Es curioso que sienta el cuerpo entumecido siendo un espíritu. Quizás, después de todo lo que ha pasado, lo que necesito es caminar, moverme, tratar de recordar algo que me ayude a entender por qué lo hice.

Comienzo a andar por el parque, dejándome guiar por mis pasos, sin un destino fijo. Pero mientras camino, noto algo extraño. Me siento dispersa, como si mi cuerpo se estuviera desvaneciendo. Miro mis manos y veo que pierden opacidad, como si fueran a desaparecer. Un cansancio abrumador se apodera de mí. Estoy... ¿agotada? ¿Es posible que un espíritu sienta sueño?

De repente, me siento caer de rodillas, como si la tierra me estuviera absorbiendo. Intento agarrarme al césped, pero mis manos... mis manos ya no están.

—¡No! Esto no puede ser real —digo, luchando contra la sensación de desaparición. Pero todo a mi alrededor se desvanece. La oscuridad me envuelve.

Abro los ojos lentamente, tratando de recuperar la visión. Poco a poco, el entorno comienza a tomar forma. Ya no estoy en el parque. Estoy en lo que parece una sala de estar abandonada, con una mesa frente a mí cubierta por una sábana que hace de mantel.

—¿Dónde diablos estoy? —susurro, pero antes de que pueda pensar más, una voz familiar interrumpe mis pensamientos.

—¡Madre mía, Annabell! No puedo creer que seas tú. ¿Cómo ha pasado? ¿Cuándo has muerto? —dice una chica de cabello negro hasta los hombros, que está sentada al otro lado de la mesa. La reconozco al instante, pero algo en ella parece diferente.

—Créeme, Ann, me pilló tan por sorpresa como a ti. Solo sentí que alguien del Círculo había cambiado de plano. Tenía que averiguar qué había pasado. Nadie esperaba un cambio aún.

—¿Círculo? ¿Cambio de plano? ¿De qué estás hablando? —La frustración crece dentro de mí. Nada tiene sentido.

—Nosotras te llamamos —dice una voz detrás de Cinthya. No había notado hasta ahora que no estamos solas.

Miro a las otras dos mujeres que están con ella. Una es mayor, robusta, con el aspecto de una abuela de campo. La otra, más joven, va impecablemente vestida, de unos cuarenta años. Ambas me resultan extrañas, pero, a estas alturas, ya nada me sorprende.

Me siento en la silla más cercana y las miro, cansada. No puedo seguir con más misterios.

—¿Alguien me puede explicar qué hago aquí? —digo al fin—. Estoy harta de que me den evasivas.

Las tres mujeres intercambian miradas. Cinthya empieza a morderse las uñas, un gesto que siempre me ponía nerviosa.

—Lo primero —empieza a decir Cinthya, con voz temblorosa—, es que lamento lo de Cris. De verdad, nunca quise abandonarla. La quiero. Me fui por fuerza mayor, no porque quisiera dejarla, pero...

—Cinthya, basta ya —la interrumpe bruscamente la mujer mayor—. No la trajimos aquí para que te disculpes por abandonar a tu... amiguita.

—¿Quién te crees para hablar de Cris de esa manera? —le espeto, sintiendo la furia recorrerme.

La mujer más joven golpea la mesa con fuerza.

—¡Basta! —dice—. Centrémonos.

—¿Centrarnos? —Me río, aunque sin humor—. ¿Cómo esperas que me centre cuando no tengo ni idea de lo que está pasando?

—Es difícil de explicar —responde Cinthya, sin mirarme a los ojos—. Me fui porque alguien te estaba buscando, Ann. Estábamos demasiado cerca. Si no me iba, te habrían encontrado.

—¿Quién me estaba buscando? —pregunto, cada vez más confusa.

Cinthya me mira con tristeza y algo en su expresión cambia. Una especie de aura oscura parece envolverla. Ya no es la chica dulce que conocí, sino alguien más... poderosa.

—Hay cosas que tendrás que descubrir por ti misma —dice finalmente—. Solo te puedo decir una cosa: no confíes en nadie a la ligera. Tus recuerdos son tu mejor arma.

—Mis recuerdos... —repito.

Es entonces cuando me doy cuenta de que en mi mente hay muchos espacios en blanco. Hay imágenes que parecen sueños, pero ahora sé que son mucho más. Siento una punzada en el pecho, una nostalgia dolorosa por algo perdido.

Sin darme cuenta, las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas. Miro a Cinthya y siento que algo dentro de mí despierta.

—Confío en mis recuerdos tanto como confío en mis amigas —digo—. Y confío en Thomas. Sé que estaré a salvo con él. Pero aquí... —Alzo las manos, señalando la habitación— aquí no lo estoy.

—Ann —dice Cinthya, con voz grave—, ¿sabes realmente quién es Thomas? ¿Te ha dicho cuánto tiempo llevas muerta? ¿O cuántas veces os habéis conocido?




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