*Ann*
Vivimos en una sociedad que evoluciona con los siglos. Mi yo actual no lo recuerda del todo, pero las voces de rechazo aún resuenan en mi cabeza a través del olvido. Tal vez eso explique por qué siempre me dio tanto miedo la relación de mis amigas. Temía que la sociedad las rechazara, como tantas veces lo hizo en el pasado.
Ahora me encuentro en una vida en la que soy hombre. Me sorprendió mucho al principio, nunca pensé que en las diferentes vidas también se pudiera cambiar de sexo, aunque en cierto modo tiene lógica. En esta época, mis sentimientos por Thomas no se vieron afectados por algo tan trivial como el género. Desde el primer momento en que lo vi bajando del carruaje, supe que lo quería para mí, que tendría que ser mío. Pero había algo que me detenía: él era el criado de la familia que mi padre había invitado a casa para celebrar mi inminente enlace con la hija menor.
—Es un buen acuerdo. Nuestra familia carece de dinero, y ellos del estatus. Esta unión recuperará nuestro estilo de vida, ya que la dote de la joven será muy generosa —dijo mi padre cuando intenté negarme al compromiso.
Después de pensarlo mucho, terminé por darle la razón. Mis exquisitos gustos no se costearían con unas arcas vacías.
Sabía que era imposible permitir que esos sentimientos hacia Thomas vieran la luz. Dos hombres, en una época donde la masculinidad y el estatus social estaban por encima de la felicidad, no tenían cabida. No había lugar para nosotros.
Como anfitrión de la hacienda, me correspondía organizar los eventos de las festividades, ya que mi padre, el cabeza de familia, estaba postrado en cama debido a su delicada salud. En realidad, para mí eso era una noticia maravillosa, pues me permitía pasar más tiempo con Thomas bajo la excusa de los preparativos.
Cualquier motivo era válido para acariciar sus brazos o rozar su espalda, le hacía mover cosas de un lado a otro solo para ver cómo sus músculos se tensaban con el esfuerzo.
Por las noches despertaba jadeando, deseando que, como en mis sueños, sus ásperas manos recorrieran mi cuerpo.
Los días pasaban, y mi boda estaba cada vez más cerca. Mi futura esposa, aunque bella, no era lo que yo deseaba. Sabía que nunca podría ser suficiente para ella, y me compadecía de la vida que tendría a mi lado.
En más de una ocasión pensé en contarle la verdad, pero cada vez que intentaba hacerlo, ella cambiaba de tema, como si ya supiera lo que quería decir.
Pero hoy estoy decidido. Definitivamente, le hablaré, ya que el gran evento del que todos hablan será en un par de días.
—La boda se acerca. Una vez que pronunciemos los votos, todo cambiará para nosotros. Tú serás el cabeza de familia, y yo finalmente obtendré el título que mi familia siempre mereció, pero que el rey nunca nos quiso conceder —dijo ella, con los ojos brillando de ambición.
Eso me hizo pensar que ella también aceptó este matrimonio por interés propio.
—Lo sé, mi bella dama. Solo recuerda que este enlace va más allá del deber —le respondí, intentando llevar la conversación hacia donde me convenía—. A pesar de que nuestras familias desean esta unión por conveniencia, tenemos ciertas responsabilidades. Como, por ejemplo, los herederos.
La expresión de la joven cambió rápidamente, hasta que un horror evidente se apoderó de su rostro al entender lo que insinuaba. Sonreí ligeramente. Si supiera que encontraba más atractivo a su criado de lo que ella me podría parecer nunca, tal vez no se hubiera escandalizado tanto.
Sin embargo, esa noche tampoco fui capaz de decirle la verdad. Pensé en proponerle un trato: ella podría buscarse un amante, siempre y cuando su criado se quedara en nuestra casa. La única duda que tenía era si él aceptaría mis intereses personales.
Finalmente, llegó el día temido, y mi boda se llevó a cabo. Me sentía horrorizado ante la perspectiva de pasar el resto de mi vida atado a esta mujer. Mi mundo se derrumbó al darme cuenta de que la estaba condenando a una vida de mentiras y soledad, pues nunca podría estar con ella como se merecía.
Ya en nuestra alcoba, mi esposa comenzó a desvestirse hasta quedarse con el corsé y una amplia enagua. Me sentí incómodo al ver esa imagen, pues sabía que no provocaría en mí la reacción que debía. Ella me miró y sonrió, probablemente porque mi cara reflejaba todo el desconcierto que sentía. Al notar mi incomodidad, se calmó y, antes de que pudiera decir algo, carraspeó suavemente.
—No te preocupes, no temo que me veas así. Sé que no me deseas a mí, dudo siquiera que alguna vez me toques. Soy consciente de ello desde el principio, por cómo lo miras, cómo intentas pasar tiempo a solas con él. La forma en que, cuando estáis cerca, parecéis ser los únicos en el lugar. Sé que has intentado decírmelo varias veces, pero no te lo permití... porque yo también tengo un pequeño secreto.
Su sinceridad extrema me tomó por sorpresa. Pero lo que me dejó completamente atónito fue ver quién entró por la puerta entreabierta, sin que yo lo notara.
Era él, el hombre con el que tantas noches soñé. Se acercó a mí con una descarada sensualidad y el fuego de la pasión encendido en sus ojos. Nunca pensé que un hombre pudiera mostrar tanta atracción. Mi cuerpo reaccionó de inmediato a su contacto. Sus ásperas manos acariciaron mi cara, buscando una señal para ir más allá. Su tacto era tan delicado y firme como lo había imaginado tantas veces. Y, cuando ya no pude soportar más la tensión, eliminé la distancia entre nosotros y lo besé.