Alma infinita El despertar

Ecos del pasado

*Thomas*

El aire en el limbo era pesado, denso. Todo parecía moverse más despacio, como si la propia realidad estuviera cargada de un peso invisible que la ralentizaba. Observé a Alexia en silencio, consciente de que lo que estaba a punto de pedirle cambiaría el curso de los acontecimientos. Cargar con este secreto había sido como llevar una herida abierta durante tanto tiempo, que ya casi no recordaba cómo era vivir sin ese dolor constante. Pero ahora, había llegado el momento de enfrentarlo.

—Alexia —susurré, notando cómo la garganta se me cerraba al pronunciar su nombre.

Sabía que este momento sería difícil, pero nunca imaginé que sería tan doloroso.

—Necesito que me expliques cómo borrar recuerdos.

Vi la sorpresa en su rostro. Sus ojos, normalmente seguros y fríos, se apagaron brevemente, nublados por una sombra de incertidumbre. No esperaba esto, no tan pronto.

—¿Qué es lo que estás diciendo? —murmuró, con una mezcla de incredulidad y confusión en su voz, como si necesitara que lo repitiera para poder asimilarlo.

La tensión entre nosotros aumentaba con cada segundo de silencio. Borrar recuerdos no era algo fácil, ni agradable, y ambos lo sabíamos muy bien. Sin embargo, si queríamos sobrevivir en paz en la Tierra, si quería que el pasado dejara de atormentarnos, no podía seguir manteniendo esos recuerdos.

En la Ciudad Blanca, Ann y yo éramos los segundos al mando del Grens. Pero, a diferencia de ella, yo estuve allí cuando nuestro líder tomó por primera vez forma humana. En esa ocasión, su apariencia fue la de una bella mujer, alguien que pasaba mucho tiempo con su consejero, lo que nos hizo pensar que todo lo que ocurría era meramente profesional. Nadie imaginaba lo que realmente sucedía, lo que se gestaba entre ellos.

Fue entonces cuando se desarrolló la primera “unión pura”, la misma que ahora conocemos como Alma Infinita, pero que en ese momento fue condenada como el mayor de los pecados. Ann y yo no fuimos desterrados por haber sido los primeros en “infectarnos” con ese sentimiento. No, la verdad era mucho más oscura. Fuimos exiliados porque intenté enfrentar a alguien que había considerado mi amiga, mi líder, mi hermana, con una verdad incómoda: que conocía lo que se sentía al amar con el alma. El fruto de ese amor era lo más puro que el universo podría crear.

Intenté explicarle que el amor entre dos Knàh no era una aberración, sino una creación sagrada. Creía que, si alguien podía entenderlo, sería ella. Pero me equivoqué.

Recuerdo como si fuera ayer el día en que le hablé sobre mi Alma Infinita y sobre el niño que Ann llevaba en su vientre. Pensé que lo recibiría con alegría, pero sus palabras aún resuenan en mi cabeza, cargadas de furia y desprecio:

—No te equivoques, Thomas. Por mucho que Ann y tú seáis mis segundos, no permitiré que esa criatura nazca en este lugar —su voz se volvió afilada, como si cada palabra fuera una daga—. Evité esta situación una vez antes, convirtiendo a todo un planeta en una cárcel para que mi propia hija no se convirtiera en la aberración que Ann está gestando ahora. Y no será diferente en esta ocasión. Tomaré las medidas necesarias para protegernos.

Cada palabra me perforó el alma.

—O termináis con esta locura —añadió, con la mandíbula tensa—, o vuestro vástago nacerá en la Tierra. Pero, a diferencia de mi hija y de mí, ni vosotros ni nadie que os apoye podrá volver jamás a nuestro hogar.

Su sentencia fue clara. El Grens, la líder a la que habíamos servido durante milenios, nos daba dos opciones: sacrificar a nuestro hijo o ser exiliados. No había término medio, y todo por su miedo a ser derrocada por alguien que demostrara que ya no era digna para ocupar ese puesto, ya ser el Grens significaba que eras el ser más puro, para evitar que nuestra sociedad sea corrompida por los intereses propios y no guiada por el bien común.

Tras esa devastadora conversación, me reuní con Ann y con los pocos amigos en los que podíamos confiar. Les conté lo que había sucedido, lo que nos esperaba. La única forma de que pudiéramos ser una familia, de amarnos sin miedo, era aceptar el destierro. O… intentar escapar a Therya.

Habíamos oído rumores de un antiguo amante del Grens, alguien que había sido parte de nuestra civilización pero que fue apartado hace eones. Él era el padre de Abigail, la hija del Grens, y había gestado a su descendiente enviando su alma al vientre de una humana de la Tierra cuando apenas se estaba formando para así asegurándose de que naciera como una mestiza y no como la Knàh pura que debería haber sido; el único ser capaz de derrocar a nuestra líder. Aunque ahora ya no sería la única, mi progenie también estaría capacitada para el puesto.

Nuestra esperanza residía en encontrar al único ser capaz de hacer cambiar al Grens, su Alma infinita. Si lo hacíamos, podríamos cambiar las reglas del juego.

Pero por ahora, y para protegernos, necesito olvidar quién es ese ser, pues sólo yo conocía la verdad sobre el origen de Aby, y eso era peligroso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.