Alma infinita El despertar

Ecos del pasado

*Angel*

Apenas cruzamos el portal, aparecemos en un claro rodeado de árboles tan altos que es necesario echar la cabeza atrás para poder ver las copas. Lo primero que noto es lo ligero que se siente el aire en este planeta, no como la opresiva atmósfera de Hlum.

Los otros cinco que cruzaron conmigo se dispersan en todas direcciones, ocultándose entre la vasta vegetación, alejándose de la zona del pueblo que alcanzamos a ver entre los árboles.

Yo también estoy a punto de hacerlo cuando siento algo en mi pecho, como una conexión que antes no estaba y que me congela. Escaneo el lugar buscando de donde proviene esa sensación de tirón. Puedo notar el lazo invisible e inquebrantable que nos une. Al final la encuentro, ahí está, es una de las pocas que queda en pie alrededor de la fogata. Mi hija. Nunca antes la había visto, pero puedo reconocerla perfectamente, tiene los rasgos de su madre.

La observo oculto entre los árboles, sin atreverme a acercarme.

Es la primera vez que la veo, cuando fui desterrado aún no había nacido, y no fue hasta que con su exilio llegaron los rumores de su existencia a Hlum. El nacimiento de una nueva Knhà no pasaría desapercibido en ningún plano, más cuando hacía eones que no se formaban nuevas esencias. Ahora la tengo a unos pocos metros de distancia, tan cerca y a la vez tan lejos. Es hermosa, pero su rostro denota los años de sufrimiento.

Me imagino la cantidad de decisiones difíciles que habrá tenido que tomar, lo perdida que se habrá sentido al no conocer su origen. ¿Se habrá sentido sola? ¿O sus compañeros han sido su familia? ¿Habrá podido ser feliz?

Cientos de preguntas invaden mi mente mientras sigo observando la escena del claro.

La desesperación inunda mi pecho, quiero correr hasta ella y abrazarla, decirle cuánto lamento no haber estado nunca ahí para protegerla y ayudarla, o simplemente apoyarla en los momentos difíciles como este en el que está viendo como la mitad de sus compañeros yacen en el suelo sin vida. Hago acopio de fuerzas, todo mi ser me pide quedarme donde estoy, mi presencia solo empeoraría las cosas.

La reina de Hlum, mi hermana Elizabeth, me envió junto a los otros para vigilarlos y verificar que cumplen con su misión, pero a mí sus órdenes me importan más bien poco, yo solo vine para encontrarla a ella y hallar la forma de redimirme. Pues a fin de cuentas, si yo no hubiera desafiado al Grens amando, este no hubiera sentenciado esos sentimientos como impropios para seres supuestamente superiores como los Khnà y no se hubieran producido esta cadena de destierros.

Pero no me arrepentí ni un solo momento, amar me dio un propósito, algo que nuestra existencia, en su aparente perfección, nunca pudo ofrecerme.

Al volver mi atención a los presentes, noto la desesperación en sus rostros. El ambiente está cargado con la desilusión de no poder volver a la Ciudad Blanca, la oportunidad se había evaporado y todos lo sabían.

Un trueno rompe el aire, reverberando en la Tierra y haciendo que todos levanten la vista, alarmados. Un hombre del grupo se gira bruscamente y señala a una joven que parece estar al borde de las lágrimas. La acusa con voz llena de ira y desilusión.

—Esto es tu culpa —su dedo apunta hacia la muchacha, la responsable de intentar abrir el portal—. Dijiste que nos llevarías a casa, Alexia, pero dejaste escapar a criminales en su lugar.

Observo cómo mi hija se levanta, su rostro lleno de furia, y se dirige hacia la que llaman Alexia con pasos decididos cruzando por donde antes había una hoguera esparciéndomelos las brasas residuales. Sus ojos centellean de indignación y resentimiento, como si toda la rabia contenida durante siglos estuviera a punto de explotar.

—Nos prometiste que esta vez sería diferente —su voz está cargada de resentimiento—. Pero en lugar de llevarnos de regreso, empeoraste nuestra condena. Ahora, por tu culpa, jamás podremos estar los doce en el mismo plano.

—Mientras ellos sigan aquí —dice otro miembro del círculo, señalando vagamente hacia el bosque—, nosotros nunca podremos estar todos juntos. Los doce estamos destinados a estar divididos, para siempre.

Los que siguen en pie asienten entre murmullos, llenando el aire con ecos amargos.

La magnitud de lo sucedido se hace evidente, por lo que entiendo los Ancianos han impuesto un castigo aún más severo; ahora permanecerán separados. Conociendo al Consejo de Ancianos, serán seis de ellos por seis de nosotros. Solo la mitad del grupo podrá reencarnar, evitando que logren volver a reunirse al completo.

Todos habían soñado con el regreso a casa, pero ahora parece inalcanzable. Conozco bien esa sensación: la oportunidad de recuperar un fragmento de lo que fue su hogar se ha esfumado por un simple error, un acto impulsivo que abrió las puertas del destierro para quienes logramos escapar de Hlum.

Pero nosotros no pedimos esto, nuestra estancia en la tierra no es parte de su castigo, si no parte de otra lucha. Me escondo más aún entre las sombras, resistiendo el impulso de acudir a explicarles la situación por la que estamos atravesando los Mork, pero mis palabras no harían diferencia; para ellos solo somos usurpadores, los que les robamos su última posibilidad de libertad.

Mi hija está al borde del colapso, atrapada entre la rabia y el dolor. El deseo de consolarla me atraviesa como un puñal, pero aparto la vista.




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