*Alexia*
Era tarde cuando mi madre entró en mi cuarto. Se supone que debería estar durmiendo, pero hoy las energías estaban más revueltas de lo habitual. Puedo sentir cómo los hilos vitales vibran con más intensidad, como si algún miembro del Círculo estuviera cerca, amplificando esas sombras que percibo desde que Ann manipuló los hilos.
Becka se inclina sobre mi cuna, mirándome con una mezcla de amor y pesar. Nos han enseñado a temer a los Mork, pero ahora que soy su hija, sé que ellos también solo desean vivir, igual que nosotros, igual que los humanos o cualquier otra criatura en el universo. Y, aunque nunca imaginé tener esta conexión, no puedo evitar querer a esta mujer que me observa como si yo fuera su mundo.
—Espero que puedas perdonarme por lo que estamos a punto de hacer, Alexia —susurra con voz temblorosa—. Ojalá fueras una niña normal, una que pudiera crecer como cualquier otra. Ojalá no fueras tú, ojalá no recayera en ti el peso de nuestro futuro.
Sé que ni ella ni Robert comprenden que, dentro de este cuerpo diminuto, hay una mente adulta. Por lo general, cuando renacemos, no recordamos nada y no tenemos la capacidad de comprender el mundo a nuestro alrededor. Pero, por alguna razón, eso no fue así para mí. Estoy atrapada en esta prisión de carne y hueso, con pensamientos que no encajan en la infancia.
Los Ancianos se aseguraron de que mi "llamada" no fuera como debería.
Becka me toma en brazos.
—¿Qué haces despierta? —pregunta en un susurro, meciéndome con suavidad—. Es muy tarde, cariño.
Pero en lugar de llevarme de vuelta a la cuna, me lleva al salón. Allí están mi padre, Cristina, y, para mi sorpresa, Thomas. Sus ojos se clavan en los míos con una intensidad que no había sentido antes.
—Rebecka, Robert, si esto os sirve de consuelo, no vais a robarle su infancia haciéndola crecer —dice Thomas, sin apartar su mirada de mí—. Alexia siempre ha estado despierta. Lo que haréis será liberarla.
¿Haciéndome crecer? La idea me golpea con fuerza. ¿Es posible?
Thomas se acerca y extiende sus brazos. Yo también estiro los míos, facilitando el movimiento. Con una de sus manos toca el hilo vital que está conectado a mi pecho y cierra los ojos, concentrándose.
Su habilidad especial es localizar y manipular las energías a través de los hilos, pero con esfuerzo, puede moldearlos a voluntad. Todos los Knàh podemos hacer algo así, aunque siempre hay una habilidad que se nos da mejor que otras.
Mientras observo cómo Thomas se concentra, la energía cambia. Siento una presión extraña en mi mente, una intrusión suave pero persistente.
«¿Estás ahí, verdad?» Su voz resuena dentro de mi cabeza.
Ha manipulado los hilos, igual que Ann cuando vino a verme.
«Por fin alguien se da cuenta de que estoy aquí» —respondo con sarcasmo, dejando que se note mi frustración. «Ser un bebé es insoportable. Ahora dime, ¿qué haces aquí?»
«Gabriel me dio una carta. Al parecer, Ann no es la única que eligió olvidar. Necesito tu ayuda para recuperar ese recuerdo perdido, así que decidí hablar con tus padres.»
«Thomas, con todo respeto… mírame. ¿Cómo esperas que te ayude si ni siquiera puedo sujetar una cuchara?»
Thomas suspira y vuelve a hablar en voz alta.
—Eres hija de dos Mork. Ellos pueden cambiar su apariencia y envejecer a voluntad. Creemos que tú también tienes ese poder y puedes crecer.
—No será un cambio total —interviene Cris—, solo lo suficiente para que puedas usar tus poderes. Quizá puedas alcanzar la apariencia de una adolescente. Catorce, dieciséis años como máximo.
Mi mente se acelera.
«¿Cómo? ¿De verdad puedo hacerlo?»
—Necesitamos investigar primero —responde Becka—, pero antes necesito saber algo, Alexia. ¿Puedes ver un hilo negro junto a las líneas de vida?
Fijo la mirada en la sombra que serpentea a lo largo del hilo en mi pecho. Siempre ha estado ahí, como un susurro oscuro aferrado a mi existencia. Lo he notado antes, pero desde que Thomas manipuló los hilos, su presencia se siente más… real.
Miro a mi madre y asiento. Por primera vez, parece darse cuenta de que no soy solo una niña que necesita protección.
Sin pensarlo, me inclino hacia ella, buscando sus brazos. Ambas necesitamos ese consuelo.
Mientras Becka me acuna, yo intento calmar mi mente. Mis pensamientos no se detienen. Estoy atrapada. Este cuerpo es mi jaula. Un cascarón frágil que me retiene, una prisión de carne y hueso.
La gente cree que ser un bebé es sencillo, que significa vivir en la inocencia, en la ignorancia. Pero la verdad es que esta vulnerabilidad es una tortura.
Sé lo que soy.
Sé lo que fui.
Y sé exactamente lo que está en juego.
Pero aquí estoy, impotente.
Siento un nudo en la garganta, una tensión que no puedo deshacer. Quiero gritar, decirle a Becka que entiendo el dolor en su mirada cuando me observa como su hija y, a la vez, como una carga. Sé que ella y Robert quieren darme una infancia normal, pero… yo nunca fui normal, y probablemente nunca lo seré. Ni como Knàh, ni como hija de Morks.