*Robert*
Es curioso cómo la culpa se desliza en el silencio, llenando todos los espacios vacíos hasta que se convierte en un peso casi insoportable. Esta noche, la siento con una fuerza que apenas puedo contener.
Estoy sentado en la penumbra, con la mirada perdida en la ventana de mi cuarto, viendo cómo la lluvia golpea el vidrio, marcando un ritmo lento, insistente, que me recuerda que debería estar haciendo algo, cualquier cosa menos esto. Cualquier cosa menos preocuparme por ella. Ann.
Es una insensatez. Una debilidad. Me digo a mí mismo que es absurdo permitirme estos sentimientos, este afecto que se ha transformado en algo tan complejo como peligroso. Pero, por mucho que quiera negarlo, la verdad sigue ahí, tan cierta como el frío que me cala los huesos esta noche. Me he encariñado con Ann, y esa debilidad es la primera traición a todo lo que soy, a todo lo que debería estar haciendo.
He pasado demasiadas noches así, tratando de ignorar esa conciencia molesta, intentando recordarme que mi deber es otro. Soy un Mork. Estamos aquí para abrir el portal, para regresar a un hogar que nunca hemos conocido de verdad. Para liberar a los nuestros. No vine aquí para crear lazos, ni para preocuparme por la vida de alguien que ni siquiera debería considerarme un amigo, mucho menos alguien de confianza. Cada vez que bajo la guardia, cada vez que comparto un instante de paz, de complicidad con Ann, siento que traiciono a los nuestros, a la misión por la que fui desterrado.
Y aun así…
No puedo evitarlo. No puedo evitar sentir que ella es alguien que merece algo mejor. No es solo el hecho de que sea la pieza clave en este rompecabezas, ni que represente la conexión entre los Khnà y los Mork. Es más que eso. Ann tiene una calidez que ni siquiera la traición de los Ancianos ha logrado extinguir. Es su fuerza, esa risa ligera que parece surgir de los lugares más oscuros, como si se negara a rendirse a pesar de todo lo que ha perdido. Y es en esos momentos, en esos gestos tan humanos, donde he encontrado algo que me ha arrancado de mi deber, de mi propósito.
Pero la realidad es ineludible. Cada vez que comparto esos instantes con ella, cuando escucho su voz o veo la confianza que pone en mí, la culpa crece en mi pecho, como un peso que amenaza con hundirme. Porque no soy su amigo. No soy su confidente. No soy alguien en quien ella pueda apoyarse, ni debería permitirme serlo. Soy un Mork. Y como Mork, tengo un deber, y ese deber no es protegerla ni entenderla, sino encontrar la manera de abrir el portal y cumplir con el destino que se nos ha impuesto. Y, sin embargo, aquí estoy, permitiendo que mi lealtad flaquee por alguien que ni siquiera debería importarme de esta manera.
Cierro los ojos, tratando de imaginar cómo sería todo si simplemente pudiera cumplir con mi deber, sin este conflicto, sin esta carga. Debería estar concentrado en nuestros planes, en encontrar la forma de hacer que el portal se abra de una vez. Debería estar buscando la manera de volver a casa. Pero aquí estoy, en la penumbra, atrapado entre el afecto que me ata a Ann y la responsabilidad que tengo hacia los Mork.
Respiro hondo y me recuerdo a mí mismo que esto no puede seguir así. No puedo permitirme otra noche de dudas, otro instante de debilidad. Esta misma noche, me juré dejar atrás estos sentimientos, arrancarlos de raíz y recordar quién soy, recordar por qué estoy aquí.
El peso del arma que tengo en mi mano se me hace insoportable, bajo la mirada para vislumbrar el hacha.
Pero entonces pienso en Ann, en su sonrisa tenue, en la forma en que sus palabras a veces parecen dirigidas a algo más profundo, algo que compartimos sin necesidad de mencionarlo. Y el peso de la culpa se hace más denso, como si mi traición se hundiera en mi alma y la condenara para siempre.
Debería odiarla, o al menos verla como un medio para un fin. Debería estar buscando la manera de separarla de nosotros, de manipularla hasta que cumpla su papel y deje de ser un obstáculo. Pero cada vez que intento trazar ese camino, cada vez que imagino su rostro al descubrir quién soy realmente, algo en mí se niega a seguir adelante. Porque, a pesar de todo, me importa. Y esa es la mayor de las traiciones.
Miro la lluvia que golpea el vidrio, sintiendo cómo el frío de la noche me cala hasta los huesos. Sé que mañana volveré a verla, y también sé que mañana me prometeré, una vez más, que me mantendré distante, que cumpliré con mi deber, que seré lo que debo ser. Mañana, quizás, reuniré el valor para recordarme a mí mismo que el destino de los Mork es más grande que cualquier amistad, que cualquier debilidad que esta vida en la Tierra me haya hecho desarrollar.
Pero esta noche, dejo que la culpa y el dolor por mi traición me devoren en silencio, en la oscuridad, como el castigo que merezco.