Alma infinita El despertar

Capítulo 16

*Cinthya*

El vacío era un lugar inquietante, una extensión infinita donde el tiempo parecía detenerse y todo sonido se apagaba en el silencio absoluto. Nadie, excepto los Mork, parecía entender realmente lo que hacíamos aquí, dónde la percepción de la realidad se alteraba y uno sentía que se deslizaba en una nada sin fin. Aquí, lejos del alcance de los Ancianos, había traído al Círculo Primario y a los Mork para discutir una verdad que, hasta ahora, había permanecido oculta.

Me moví al centro de la formación improvisada, mis pasos resonando en este espacio, sin paredes ni horizonte. Robert y Rebeca estaban ya en sus lugares, con una calma que solo ellos podían proyectar en un entorno tan extraño. El resto del Círculo se mantenía en silencio, expectantes, sus ojos intentando acostumbrarse al extraño paisaje. Sabían que algo crucial estaba a punto de ser revelado.

Robert se aclaró la garganta y comenzó. Observo cómo mira a los miembros del Círculo con una mezcla de respeto y resignación; él sabía que cada palabra que dijera ahora cambiaría todo.

—Sé que estar aquí no es cómodo para vosotros —empezó, su voz firme pero tranquila—. Pero es necesario que entendáis nuestra situación y lo que somos.

Thomas cruzó los brazos, claramente impaciente, aunque intentaba disimularlo. Me encontré con su mirada por un momento; él siempre había sido protector con Ann, y había tardado en confiar en los Mork. Entendía su escepticismo, pero la verdad era que también estaba cansada de esa desconfianza.

—Para empezar —continuó Robert—, deben saber que los Mork, nosotros, no somos simples exiliados o Knàh caídos en desgracia. Al ser expulsados de la Ciudad Blanca, fuimos, en cierto sentido… transformados.

Observé las caras de los miembros del Círculo. En Ann y Abigail vi sorpresa, mientras que Ruth y Gabriel parecían procesar cada palabra con cuidado, sopesando lo que podría implicar.

—Transformados, ¿en qué sentido? —preguntó Ann, su tono más cauteloso de lo habitual.

Rebeca tomó la palabra. Sus ojos, oscuros y profundos, parecían reflejar una verdad compleja que no muchos estaban dispuestos a enfrentar.

—Cuando fuimos desterrados, nos desconectamos de la red de hilos vitales de los Knàh. Esa red es como un campo de energía que conecta cada vida en la Ciudad Blanca, algo que los Ancianos supervisan para mantener el control y el equilibrio en este mundo.

La palabra “supervisar” hizo que el Círculo intercambiara miradas. Ya sabían que los Ancianos los vigilaban, pero no que la red de hilos era el método preciso, la herramienta que los hacía visibles en todo momento.

—¿Y vosotros, al estar desconectados, sois… invisibles? —preguntó Thomas, sus ojos fijos en Robert.

Asentí antes de que Robert pudiera responder. Había pasado años en esa invisibilidad junto a Cris, y aunque entendía lo que significaba, me costaba encontrar las palabras exactas para explicarlo. Pero Robert prosiguió:

—Exactamente. Al estar fuera de esa red, nuestros cuerpos y nuestras almas no tienen el mismo vínculo. Nos adaptamos al entorno humano absorbiendo sus energías, lo que nos hizo más maleables. Y esa adaptación nos dio habilidades nuevas y también nos convirtió en algo que los Ancianos no pueden ver ni rastrear.

Ann levantó una ceja, claramente tratando de entender las implicaciones de esto.

—Entonces… no existís en el sistema que ellos controlan. Sois una especie de anomalía.

—Algo así —admitió Cris, que se mantenía a mi lado. Sentí su energía mezclarse con la mía, y eso, pude notar, le dio una pequeña chispa de fuerza mientras explicaba lo que los hacía diferentes—. Al estar fragmentados, sin la esencia nos hacia parte de los Knàh, los Ancianos no pueden percibirnos en su red de hilos vitales. Es por eso que nuestro rastro se pierde; simplemente, no vibramos en la misma frecuencia.

—Lo que vosotros llamáis "poder" —añadió Rebeca— depende de una conexión constante con la esencia de los Knàh, una energía que para nosotros ya no existe. Así que aprendimos a cambiar, a adaptarnos, y, por tanto, a existir fuera de esa vigilancia constante.

Ann entrecerró los ojos. Podía ver en su mirada cómo intentaba entender lo que todo esto significaba. Sabía que no era fácil confiar, y menos aún en los Mork, pero también sabía que esta era nuestra única oportunidad de hacerle frente a los Ancianos.

—Entonces, ¿cómo propones que usemos esta invisibilidad? —preguntó Ann, su tono casi desafiante.

Robert miró a Alexia, que descansaba en su manta en el centro del círculo, ajena a todo lo que estábamos discutiendo sobre su futuro.

—Si ella —continuó— es capaz de adoptar nuestra energía, de manipular las habilidades de un Mork, los Ancianos nunca verán venir el potencial de su poder. Será una amenaza invisible, algo que no pueden rastrear ni controlar.

Thomas parecía a punto de interrumpir, pero se contuvo. Yo sabía que tenía dudas, no solo sobre Alexia, sino sobre nuestra capacidad para lograr algo tan peligroso.

—¿Y qué pasa con el precio de esta invisibilidad? —pregunté, sin poder contenerme—. Sabemos lo que habéis perdido. Lo que significa fragmentarse hasta el punto de desconectarse de esa red. ¿Realmente vale la pena hacerle esto a una niña?




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