*Thomas*
La verdad se siente como un veneno lento, desgarrándome desde adentro. Yo, un fiel servidor del Grens durante siglos, ahora enfrentaba una realidad que no podía ignorar. Todo aquello por lo que había luchado, cada orden cumplida, cada sacrificio hecho, había sido una farsa. No era por el bien común, como siempre creí. Era por su propio bien, su miedo y su codicia.
El Grens no solo había sucumbido al amor, un pecado que siempre predicó como el mayor peligro para los nuestros, sino que había traído al mundo una hija, Tituba, una Knàh pura nacida de la unión más poderosa imaginable. En lugar de protegerla, en lugar de amarla como cualquier madre lo haría, el Grens la vio como una amenaza. Ese miedo fue lo que dio origen a los Ancianos, no la búsqueda de equilibrio, no la justicia, sino la desesperada necesidad de mantener su poder.
Ahora lo sabía todo, y el peso de ese conocimiento me aplastaba. Me revolvió el estómago pensar en las innumerables órdenes que cumplí, las vidas que ayudé a destruir, todo por una causa que no era más que una mentira. Había sido un peón en el tablero del Grens, creyendo que estaba sirviendo a un propósito más grande. Ahora, debía enfrentarme a esa verdad, y a las decisiones que tomaría a partir de aquí.
Pero no podía hacerlo solo.
Necesitaba al Círculo. Necesitaba que supieran lo que había descubierto. Convocar una reunión tan pronto después de nuestra última incursión en el Vacío era extremadamente arriesgado. Apenas habíamos regresado de nuestro encuentro para hacer crecer a Alexia cuando los Ancianos casi nos descubren. Aunque en el Vacío habían pasado horas, aquí apenas habían transcurrido unos minutos. Fue un error de cálculo, y el trueno que resonó al volver lo confirmó.
El cielo, cargado de una energía opresiva, era un recordatorio de nuestra vulnerabilidad. Los Ancianos estaban atentos, sus ojos invisibles rastreaban cualquier anomalía. Podía sentir su presencia acechando, una sombra pesada que no nos dejaba escapar.
Tenía que ser cuidadoso.
Me detuve en un callejón estrecho, lejos de las miradas humanas y de cualquier posible interferencia. Cerré los ojos y me concentré en los hilos vitales de mis compañeros, aquellos que habíamos creado para comunicarnos sin palabras. Mi conexión con Ann era la más fuerte; sabía que sería ella quien tendría que tomar esta decisión conmigo.
—Ann, necesitamos hablar. —Traté de que el mensaje mostrara una urgencia moderada, a pesar de la situación.
Pasaron unos segundos antes de que respondiera. Cuando lo hizo la contestación fue cautelosa.
—Thomas, no es seguro. Los Ancianos están cerca. Lo sabes bien.
—Lo sé, solo que esto no puede esperar. Recuperé mis recuerdos. Sé la verdad sobre el Grens… y sobre Tituba.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Pude sentir cómo procesaba mis palabras, cómo su mente trabajaba para conectar las piezas que le faltaban. Finalmente, respondió.
—Habla, pero no aquí. Encuéntrame donde solíamos reunirnos cuando todo esto comenzó.
Abrí los ojos y tomé una profunda bocanada de aire. El camino hacia la verdad no sería fácil, aunque no podíamos seguir en la oscuridad. El tiempo se estaba agotando, y la tormenta no esperaría.
El lugar donde Ann y yo solíamos reunirnos en los primeros días de nuestro exilio estaba tan cargado de recuerdos que apenas podía soportarlo. Era un pequeño claro en el bosque, apartado de cualquier rastro humano. Los árboles formaban un techo natural, y el suelo, cubierto de hojas caídas que parecían amortiguar los pasos. Cuando llegué, ella ya estaba esperando, su figura iluminada por la pálida luz de la luna.
Ann estaba inmóvil, con los brazos cruzados, mirando hacia arriba parecía esperar que las estrellas visibles entre las copas le dieran respuestas. La tensión en su postura traicionaba sus pensamiento, a pesar de su semblante sereno. Cuando me acerqué, sus ojos se clavaron en los míos, buscándome, analizándome, pero no dijo nada. Ella sabía que lo que tenía que decir era demasiado importante para que las palabras iniciales lo empañaran.
—Gracias por venir —dije en voz baja, rompiendo el silencio.
Ella asintió sin responder y entendí que me urgía a continuar para no perder el tiempo.
—He recordado todo, Ann. Finalmente, todo tiene sentido. —Hice una pausa, dejando que mis palabras tomaran forma en el aire entre nosotros—. El Grens… Todo lo que hicimos por ella… No fue por el bien común, como creíamos. Fue por miedo. Por codicia.
Ann siempre fue la más crítica del Círculo y también la más leal cuando creía en algo, por eso pude descifrar la tensión de sus labios aunque no pestañeó.
—Continúa —dijo, su tono apenas más que un susurro.
—El Grens tuvo una hija, Tituba. Nació de una unión prohibida, una Alma Infinita, el Grens y Ángel. Esa niña no era solo un milagro, Ann. Era una amenaza. Desde el primer momento, el Grens supo que Tituba era más poderosa de lo que cualquiera de nosotros podría imaginar. Por eso creó a los Ancianos, no para protegernos, sino para asegurarse de que nunca la desafiaran.
Ann bajó la mirada, su expresión endureciéndose. Sabía que esta revelación la estaba golpeando tanto como a mí.
—¿Por qué ahora, Thomas? ¿Por qué estás tan seguro de que esto es verdad?