*Cinthya*
La voz me golpeó como un látigo.
—¿Dónde están escondidos los Mork? —repitió la voz fría y calculadora, saboreando cada palabra. No era Gabriel quien hablaba ahora, sino uno de los Ancianos que había estado observando desde las sombras, inmóvil hasta este momento. Su máscara de mármol reflejaba la luz blanca de la sala, y sus ojos brillaban con una intensidad que me hizo sentir desnuda frente a él.
Mi corazón latía desbocado. Me obligué a mantenerme calmada. Sabía que esto podía pasar. Siempre lo supe. Cada palabra que pronunciara aquí debía ser un escudo, cada gesto un arma. No podía permitirme vacilar.
—¿Los Mork? —repetí, dejando que una pizca de incredulidad se filtrara en mi tono, la pregunta me pareciera absurda—. No tengo información reciente sobre ellos. Hasta donde sé, siguen siendo un grupo errante, moviéndose sin un propósito claro.
El Anciano inclinó ligeramente la cabeza, estaba evaluando cada microexpresión en mi rostro. Mantuve la postura firme sin permitir que el nerviosismo se hiciera evidente, sin dejar de sentir cómo el sudor se iba formando con lentitud en mi nuca. Era una danza peligrosa, una coreografía donde un paso en falso significaría mi caída… y la de todos los que amo.
—No seas ingenua, Cinthya —intervino otro Anciano con voz más grave como un gruñido—. Sabemos que algo ha cambiado. Los hilos vibran con una frecuencia que no pertenece ni a los Mork ni a los Knàh. Es una anomalía. Y tú, de todos nosotros, deberías ser la primera en reconocerla.
Un escalofrío recorrió mi columna. Ellos estaban hablando de Alexia, no había duda. Su existencia, esa chispa única de energía que combinaba lo mejor y lo peor de ambos mundos, era un faro que tarde o temprano los Ancianos rastrearán. Pero solo esperaba que no fuera pronto, aún no podían saberlo todo. No aún.
—He sentido esa vibración —admití, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto—. Es cierto que es… inusual. No he podido localizar su origen, de todos modos creí que sería algo que ustedes investigarían directamente.
La sala se llenó de silencio. Podía sentir sus ojos clavados en mí, buscando cualquier señal de traición, cualquier indicio de que sabía más de lo que estaba dispuesta a admitir. En esos momentos, no podía evitar preguntarme cuántos de los secretos que creía haber guardado tan cuidadosamente ya estaban expuestos ante ellos.
Finalmente, el primer Anciano rompió el silencio.
—No hemos encontrado su origen —dijo, la afirmación sonó bajo; le duele admitirlo—. Si descubrimos que estás ocultando algo, Cinthya, las consecuencias serán graves. Para ti… y para quienes crees proteger.
Manteniendo la apariencia de sumisión, con la mandíbula doliéndome por la tensión me obligué a contestar. Haría lo que fuera necesario para que no pudiera sacar nada de mí.
—Entendido, Anciano. —esperaba que la firmeza se reflejara en mis palabras sin faltarle al respeto. Era una línea difícil de mantener.
Gabriel parecía querer advertirme desde donde me observaba. Me observaba con preocupación que en la oscuridad de sus pupilas se podía ver la tormenta que vibraba en su interior. Sólo esperaba que nadie más pudiera verlo. No podía descifrar si me estaba apoyando o si simplemente esperaba a ver cómo me hundía. Tal vez ambas cosas. Siempre había sido difícil saber en qué lado estaba Gabriel realmente.
Cuando finalmente me liberaron, sentí que había estado conteniendo el aliento durante horas. Salí de la sala circular con pasos medidos. En cuanto crucé el umbral y estuve fuera de su alcance, aceleré. Necesitaba salir de la Ciudad Blanca, y rápido. Cada minuto que pasaba allí era un riesgo innecesario.
Mientras recorría los pasillos interminables de mármol blanco, mi mente trabajaba a toda velocidad. Tenía que encontrar una forma de proteger a Alexia. Si seguían investigando, no tardarían en descubrir su conexión conmigo, y ese sería el fin. No solo para mí, sino para ella, para Cris, para todos.
Cuando llegué al portal, mi reflejo en el espejo me devolvió la mirada. Ya no era la Cinthya confiada que había entrado unas horas antes. Ahora, se reflejaba en mí algo más profundo: el miedo a perder todo lo que había construido. Miedo a fallar, y algo más. Una determinación que no podía ignorar.
Apoyé la mano en la superficie líquida del portal, dejando que su energía me envolviera mientras murmuraba las palabras de regreso. El aire a mi alrededor cambió, y en un parpadeo, me encontré de nuevo en mi casa, donde Cris seguía durmiendo plácidamente, ajena a la tormenta que se avecinaba.
Me acerqué a la cama y la observé, dejando que su respiración tranquila me diera un momento de paz. Sabía que no podía quedarme allí por mucho tiempo. Necesitaba hablar con alguien. Necesitaba un plan.
El nombre vino a mi mente antes de que pudiera detenerlo: Ann.
*Ann*
El bosque siempre ha sido un refugio para mí. Aquí, lejos de la Ciudad Blanca, lejos de los murmullos del Círculo y las tensiones constantes, podía pensar con claridad. A veces me sentaba bajo los árboles y simplemente respiraba, dejando que la naturaleza hiciera su trabajo. El aire aquí era distinto: no tenía la pureza forzada de la Ciudad Blanca, ni la densidad opresiva del Vacío. Era real.