Alma Liberada (más Allá de la Muerte 3)

Capítulo 3: Macabro dibujo

Capítulo 3:
Macabro dibujo
 


Danna

Voy de camino a la floristería. Allí me encontrare con los niños y con Gustavo. Debo que mantenerle alejada de ellos mientras soluciono los inconvenientes para normales que rodean a mi familia. Solo quiero que ellos no se vean afectados, ya tengo suficiente con los recuerdos de Nina siendo poseída por mi gemela. No es un recuerdo bonito para posteridad.

Reduzco la velocidad. El semáforo ha cambiado a rojo. Mantengo mis manos en el volante, y la vista en frente, impaciente porque aún no cambia a verde. El tiempo transcurre excesivamente lento, y la temperatura dentro del auto desciende, con todo y que las ventanas están abajo y no tengo encendido el aire acondicionado. Me lo pienso antes de dar un vistazo a mí alrededor, aunque mi instinto me indica que debo girar la vista al asiento del pasajero. La luz sigue roja.

¡Por amor a Cristo! Que no sea un muertito. Por favor. Por favor.

Giro la vista y suceden dos cosas, una la bocina del auto de atrás suena tan alto que me hace saltar sobre el asiento, un indicativo para avanzar y segundo, Anabel está sentada en el asiento de copiloto. Pálida. Traslucida. Con su cabellera revuelta y unos ojos tan fríos como la muerte. Me paralizo otro segundo antes de reaccionar y avanzar. El sonido de la bocina se repite, piso el acelerador y me concentro en seguir hacia adelante y mantener el mismo carril. Avanzo. No vuelvo a girar la vista hasta llegar a mi destino y estacionar el auto.

Me cuesta un poco soltar el volante. Analizo un momento la situación, estoy segura de que vi a Anabel aun cuando no he vuelto a girar la vista para comprobarlo, era ella y parece imposible de que se encontrase sentada a tan poca distancia. Lo que significa que está muerta, pero, ¿cuándo paso eso? Y, ¿por qué está aquí?

Me volteo. Ella sigue allí. No dice nada. Solo me observa, ni siquiera puedo decir que lo haga con odio, rencor… Nada, ella solo me da una mirada plana y vacía. No parece tener intenciones de ponerse parlanchina como su hijo. Nos quedamos así en completo silencio por unos pocos minutos, hasta que ella se desvanece.
Permanezco en el auto más tiempo del que debería, no parece real que la mujer que prácticamente inicio todas mis desgracias está muerta. Si Anabel se ha ido, ¿dónde está mi madre?

Agarro mi bolso, teléfono y salgo. El mercado las flores esta justo al cruzar la calle. Miro ambos lados y cruzo. Entro al mercado esquivando algunas personas, es un día movido. No sé si llamar a Estela para decirle lo que acabo de presenciar, o esperar a que la noticia llegue. Mi suegra requiere de descanso, por el momento nada de noticias que puedan perturbarla.

—¡Tía! ¡Tía! —despejo mi mente de inmediato, es la voz de Nina. Mi pequeña sobrina.

Abre la puerta de la floristería y corre por el pasillo hasta alcanzarme. La alzo por unos segundos mientras la abrazo. Cuando mi hermana murió, y me dejo la responsabilidad de sus dos hijos, no tenía pensado que su padre ausente me ayudara con ellos. Él y mi hermana tuvieron sus buenos tiempos juntos y luego llegaron los muy malos, y su relación termino. Cuando eso ocurrió, Elena estaba embarazada de Nina, por lo que mi pequeña sobrina no conocía a su padre hasta hace meses. Yo tengo la custodia completa de los niños, mi hermana antes de morir dejo todo listo para que fuera yo quien se hiciera cargo de sus hijos. Ella sabía que algo andaba mal, y se preparó en caso que tuviera que dejar este mundo. Me hubiera gustado estar enterada, quizás… Ya no hay nada que se le pueda hacer. Bajo las circunstancias actuales, le permito a Gustavo estar con los niños a tiempo completo y la realidad es que no sé qué hubiera hecho si él no estuviera.
Gustavo se porta bastante bien considerando los errores que cometió.

—¿Cómo está mi niña bonita? —le doy un beso en la mejilla y la dejo en el suelo. Se ve preciosa con su vestido rosa de capas, como una princesita.

—Estoy bien. Papá trajo mis dibujos. —Dice emocionada. Me lleva de la mano.
Sonrió y saludo al señor del puesto que queda frente al mío, seguro que se ha estado preguntando donde estuve metida todo este tiempo.

—Estoy segura de que son hermosos.

—Papá dijo que eran extraños —se encoje de hombros y sonríe.

Extraño. No es una palabra adecuada para decirle a una niña.

—¿Eso dijo? —abro la puerta. La dejo que entre primero.

Una vidriera me impide estar directamente expuesta a todo tráfico de persona por el pasillo. En el interior un cliente es atendido por la señora Blanca y mi sobrino Manuel. Él está atento a todo lo que hace la señora. Parece que hubiera pasado una eternidad de la última vez que estuve atendiendo mi propio negocio, y no puedo quedarme.

—Sííí —alarga la palabra tanto como puede.

—Hola, Gustavo —digo mientras paso al otro lado del mostrador. Nina viene conmigo. Él permanece de aquel lado. Tiene un periódico en las manos. Alza la mirada.

—Hola. —musita. Baja la mirada de nuevo a al periódico.

Miro a Manuel con tijera en mano cortando recordando un poco algunas rosas mientras la señora Blanca las transforma en un delicado y sencillo arreglo. El cliente sale minutos después satisfecho.

—¿Cómo están tus amigos? —pregunta Gustavo.

—Mejorando.




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