Alma Salvaje [serie Ice Dagers 6]

Prólogo

 

 

 

Diez en punto.

La pareja salió del restaurante, ella tenía una expresión seria y hostil, él tenía una sonrisa en su rostro mientras su mirada no la abandonaba.

Los siguió con su vista hasta que doblaron por la esquina, envió la señal y comenzó con su misión. Los siguió cruzando la calle.

—Esta es la última vez que te lo repito Sean ¡No quiero nada contigo!

La voz de la mujer era peligrosa, una orden con un transfondo de hielo.

—La última vez, eso significa que será la última vez que me rechazas.

Un gruñido salió de ella y se subió al automóvil.

Era el momento.

—Ahora.

Sus hombres salieron de sus escondites pero el tipo arrancó el motor y logró alcanzar la calle, él y los suyos se subieron a una camioneta desde ahí los siguieron. Debían capturarlos de forma limpia y sin armar demasiado alboroto.

Pero las cosas no estaban saliendo como las había planeado.

—Intercepten, desvíen el coche hasta la ruta de evacuación.

Al llegar a la avenida estatal, camino que tenía tres desviaciones que iban a parar a comunidades periféricas de la ciudad, el camión surgió del otro lado, la pareja tuvo que tomar el desvío. Ya casi los tenía.

El camino de tierra pronto pasó a un pueblo casi abandonado.

—Disparen a las ruedas.

Sus hombres salieron por la ventana y comenzaron a disparar, el auto anduvo en zigzag pero no pudo evadir las balas, el vidrio trasero se hizo pedazos.

—Disparen los tranquilizantes.

En unos segundos, el auto giró sin control, impactó de lado contra otro auto y se detuvo cerca de un edificio abandonado.

Frenó la camioneta y salió con su arma lista para disparar, los demás copia de su acción. El humo que salía del auto le impedía ver bien, el silencio se hizo eco, desatando sus nervios, sabía qué clase de personas eran ellos, el tipo de daño que podían hacer, no debía sobre estimar su poder.

De pronto, la puerta se abrió de golpe y una esbelta figura salió tambaleante. Él se detuvo y frenó a sus hombres, la mujer se quito un dardo y lo arrojó lejos.

—Imposible —murmuró.

En ese momento, la claridad dispersó el humo y pudo ver unos ojos azules, de un color que jamás había visto, eran fríos y destellaban furia.

No debía dejarla ir.

—Atrapenla.

El poder de esa mujer era impresionante, abatió a cuatro hombres dejándolos malheridos en el suelo, comenzó a correr, él tuvo que seguirla aunque por dentro crecía una contradicción. Esa mujer luchaba por evitar su captura, corría por su libertad, pero él debía cumplir con su trabajo, porque estaba en juego su propia vida.

Maldiciendo su cobardía, se detuvo y apuntó su arma directo a sus piernas y disparó.

Ella cayó al suelo pero siguió moviéndose, él logró alcanzarla. Debía inmovilizarla, pero los sedantes no le hicieron efecto, una nueva dosis no le haría nada.

Sus gruñidos eran estremecedores.

—¡Maldito! ¡Pagarás por lo que me has hecho!

Sus palabras hicieron hueco en su alma oscura, la culpa no tardó en llegar, lo que había hecho a todos esos inocentes no tenía forma de ser redimido. Había secuestrado, herido y humillado, ningún pago sería suficiente.

—Lo siento —dijo con voz ahogada y luego golpeó su nuca con la culata de su pistola.

Ella cayó inconsciente, y él deseaba que no le hubiese hecho mucho daño.  

 

°•. 

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72 horas después... 

 

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El bosque se hallaba silencioso, la verde hierba crecía sin prisa, elevandose apenas unos centímetros sobre el nivel del suelo. A su alrededor, altos pinos y abetos emergian como gigantes aferrados al suelo.

La luz del sol brillaba sobre un cielo azul salpicado de blancas y pequeñas nubes.

El bosque se encontraba en la quietud normal de la naturaleza.

Con prisa, atravesó el lugar con sus dos amigos detrás. La inseguridad sobre el paradero de la mujer le carcomía por dentro. Sin embargo, debía atenerse a seguir la senda que dejó, a buscar pistas y datos.

Lo que no entendía era porqué debían reunirse en el claro, cuando debían centrar sus esfuerzos en encontrarlos.

Al llegar al espacio abierto iluminado por el radiante sol de primavera, Liam se detuvo, mirando con cierto recelo a los dos hombres desconocidos que acompañaban a Luke Mckane.

—¿Qué hacen ellos aquí? —murmuró Hunter.

El silencio se instaló en aquel claro, en tanto los hombres decidían sus movimientos.

Hacía tres días que Aria y Sean habían desaparecido, sin dejar rastro. Todavía estaban confundidos y asustados, desesperados por hallarlos.

Más allá de la desaparición, se escondía el temor de que los humanos estuviesen detrás de eso. Conocía bien los artefactos y productos que podían utilizar para derrotar las defensas de un cambiante.




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