—¿De donde vienes? ¿Tienes un clan? ¿Hay mas como tú?
Ojos curiosos se fijaron en ella mientras aquel joven la bombardeaba con preguntas. Miradas divertidas, de ternura, de alegría, miradas, iban de ella al joven, haciendo erizar su piel con inconformidad. Molestia.
Tantos desconocidos en un solo lugar representaban una amenaza para el felino que se revolvía en su interior.
Cuando al fin el chico cerró la boca, Aria decidió responder lo justo y necesario:
—Soy un alfa, no sé si hay más como yo, y el resto es información confidencial.
Cargó sobre el joven con todo el peso de su mirada, a lo que comprendió de inmediato y borró esa sonrisa alegre. Otros dos jóvenes se acercaron.
—Lo siento —dijo evadiendo sus ojos—. Soy Evan, ellos son mis hermanos, Willow y Abraham.
Le hizo un gesto para señalarlos. Aria inclinó su cabeza.
—¿Puedes decirnos qué hacemos aquí? ¿Qué es este lugar?
—Con gusto —intervino William.
Aria sintió la presencia de Sean detrás de ella. Típica reacción masculina, estaba acostumbrada al hecho de que se creyera que tenía algún derecho sobre ella. Una y otra vez, le dejaba en claro que era una mujer libre y pretendía seguir así.
Sin ataduras.
Aunque Sean no le entendiera sus continuos rechazos.
Pero, por otro lado, el tal William le inspiraba muy poca confianza a pesar de ser de su mismo tipo, y para agregarle distintivos, era un alfa igual que ella.
—No estoy hablando contigo —contestó con voz cortante y sin siquiera mirarlo.
La respuesta hizo a Evan reír y a sus dos hermanos sonreír. Debía admitir que los jóvenes despertaban la ternura que se escondía en lo profundo de su ser. Era agradable encontrarse con cambiantes de su mismo tipo, le hacían recordar a su clan.
Al que extrañaba.
—Muy bien, todos a sus cosas —habló Kyle—. Dejen a los pobres nuevos respirar un poco.
—Vengan —dijo Evan—. Siganme.
Aria caminó tras el joven, Sean la seguía junto con los dos hermanos.
Al pasar junto a Kyle, el hombre de cabello negro y ojos verdes la saludó.
Aún confundida por el entorno en el que estaba, siguió al joven mientras se internaba entre los pinos, cubierta por su sombra, se sintió un poco aliviada. Las demás personas se estaban dispersando. Todo en su mente daba vueltas, y el conocimiento de que esa salida que tomó desde el interior de la celda no era mas que una entrada a una celda más grande, le produjo una sensación dd angustia.
Evan se detuvo delante de una mesa de madera con bancos en sus laterales:
—Adelante, tomen asiento.
De un lado, el joven se acomodó al igual que Willow y Abraham lo hicieron. Con cierta desconfianza, tomó lugar del otro lado. Sean quedó junto a ella.
Innecesariamente cerca.
—Si ustedes están aquí —habló Evan—. Significa que como el resto, los han capturado. Este —señaló todo a su alrededor con una vista panorámica—. Es el Cubo de Kreiger, literalmente es un cubo hecho con paredes de acrílico doblemente reforzado con fibra de vidrio, impenetrable e indestructible para un cambiante.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Sean.
—Hace más de dos años que estamos aquí, hemos explorado cada parte de esta jaula.
—Debe de tener una hectárea de extensión —agregó Willow, sus ojos verdes se dirigieron al lugar donde Aria raspaba la madera con sus garras—. Eso creo.
—¿Por qué nos tienen aquí?
—Por ser animales —respondió Abraham con tono seco—. Irónicamente Hans Kreiger es un cambiante.
Sean se movió en su lugar, elevó su mirada oscura con interés:
—¿De qué tipo?
—Nadie lo sabe —respondió Evan—. Pero supongo que debe ser un latente.
Si mal no recordaba, los latentes eran los cambiantes puros o mestizos que no podían transformarse.
Lo que no comprendía era cómo un cambiante podía encerrar a otros de su misma raza. La libertad era el bien individual más preciado.
—¿Qué más saben de él? —inquirió Sean.
Willow pasó su mirada del puma a ella con cierto nerviosismo.
—Nada, no lo hemos visto ni una sola vez, pero siempre lo han mencionado como el dueño de este lugar.
—¿Quienes?
—Los humanos.
—Somos su entretenimiento —agregó Evan—. Probablemente ya habrán notado la herida en sus cuellos. Como a todos, a ustedes les insertaron un neuroestimulador en la base de su espina dorsal, con una sola descarga apenas perceptible, puede inducir al cambio.
—En palabras comprensibles —agregó Abraham—. Los humanos pueden forzar nuestras transformaciones a voluntad.
Las garras de Aria salieron, surcando la superficie de la mesa. Era imposible lo que esos jóvenes estaban diciendo. No podía ser cierto, la transformación de un cambiante no podía ser controlada por nadie más que por sí mismo.
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Editado: 23.02.2019