Cuando vio a los demás desaparecer de los recintos, Sean tuvo que seguir la corriente, de alguna forma permanecer en el recinto era más aterrador que la misma celda.
Con un gesto, instigó a Aria para que lo siguiera.
La forma en que ella se paralizó en ese estrecho pasillo lo dejó preocupado y curioso.
La mujer no aparentaba miedo o debilidad alguna ante nada ni nadie, por eso, el hecho de haber sentido un atisbo de miedo provenir de su poderoso cuerpo animal le generó curiosidad.
Cargando en su boca ese pequeño objeto gris, ella se metió al pasillo. Caminó decidida y con prisa, detrás Sean avanzaba lo más cerca posible, o lo que podía puesto que su cola se mantenía extendida apartandolo por lo menos a casi un metro.
Ya en el interior de la celda, Aria corrió hacia el lado oculto de la cama.
El pulso que sentía detrás de su nuca desapareció al tiempo que la puerta de metal negra cayó detrás de él, arrancandole un susto que le hizo pegar un salto.
—No voltees —escuchó decir a Aria, con ese dominio y fuerza propio de ella.
No se le daba bien obedecer órdenes, pero por Aria él lo haría.
—Listo.
Sentada en el borde de la cama, vestida con un suéter negro y jeans grises ella se veía con su habitual forma de ser, tan seria y dura, su mayor tentación era saciar la curiosidad que tenía de saber si existía alguna forma de llegar a ella, si por dentro, Aria era una mujer sensible oculta dentro de la protección de su temperamento de hielo.
Sean volvió a su forma humana, en el tiempo que le tomó vestirse, Aria no lo miró, ni siquiera una sola vez. Su orgullo tembló un poco en su interior, Sean no creía que fuera un Adonis pero confiaba en lo suyo. Lo que le hacía un imán para las mujeres no funcionaba para Aria.
— ¡Maldición! —Exclamó ella y tiró ese objeto gris a la cama.
Inclinandose, con sus codos en sus muslos, masajeó su rostro y revolvió su cabello oscuro, suspirando con cansancio.
— ¿Qué sucede? —era una pregunta absurda, pero tenía que hacerla— ¿Para qué es eso?
—Es un celular —respondió en un murmullo—. La niña me lo dió para poder comunicarme con mi clan, pero no recuerdo ningún número. No contaba con eso cuando hablé con Evan.
Una alarma se encendió en su cabeza.
— ¿Evan? ¿De qué hablaron?
—Sobre eso —ella hizo un gesto señalando el celular—. Me dijo que en el Evento ella se acercaría y me daría algo.
Secretos. Ella guardaba muchos secretos. Y a Sean le molestaba no saber, le molestaba que le ocultaran cosas.
Hizo un esfuerzo por ocultar su fuerza, por mantener un tono calmo y evitar despertar a la bestia.
— ¿No pensabas decírmelo?
— ¿Por qué lo haría? —sacó su cabeza de su escondite y lo detuvo con su mirada de hielo— los chicos pidieron que guardara el secreto.
— ¿Y tú confías en ellos?
Le dolía en lo profundo de su corazón que Aria confiara más enun trío de niños extraños que en él, que sin pestañar podría sacrificar hasta la última gota de su sangre por ella.
—Claro que sí, son apenas niños, que a diferencia de los demás, quieren salir de aquí.
Ella desvió la mirada, hacia un punto en el suelo de piedra. No podía estar enfadado con ella, Aria protegía su libertad, ansiaba volver a casa. Pero era susceptible a confiar en cambiantes de su mismo tipo, su clan era su vida, quizás los chicos que se hacían llamar "La triple garra" le recordaban a su clan.
Concentrandose en otra cosa, Sean se obligó a dejar de mirarla, tomó el celular y lo analizó con atención. Un aparato como ese jamás había visto, debía estar en desuso. Tenía una tapa que se levantaba la cual también tenía una pequeña pantalla cuadrada, las teclas estaban gastadas pero con algunas letras y números visibles.
Sentándose al borde de la cama, lejos de Aria, intentó escribir una palabra con esas teclas extrañas, debía apurarse pues un cartel de "Batería baja" aparecía sin cesar. Cuando por fin logró escribir "Cubo de Kreiger" anotó el número que se sabía de memoria y apretó la tecla para enviar.
Enviando... Por favor espere... Enviando...
Batería baja.
— ¡Demonios!
— ¿Lo enviaste?
—No lo sé, se apagó.
Esperó una crítica de su lengua afilada, pero en su lugar, sólo obtuvo silencio. Aria lo miró a los ojos, el azul, tan puro, no reflejaba ninguna emoción, tenían ese distinguible rastro de poder, de dominio, de fuerza, características que la convertían en lo que era, en un alfa hecha y derecha, marcada por sus acciones, por sus instintos, por su necesidad de proteger y defender.
El tiempo pareció algo estático en ese precioso momento en el que él pudo fundirse en el enigma de sus ojos de hielo, hasta que ella se levantó con brusquedad para rodear la cama, subirse, y hacerse un ovillo en ella.
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Editado: 23.02.2019