CON EL CABELLO húmedo y el rostro enrojecido por la ducha de agua fría, Aria salió de la casilla. Era otra mañana más en la jaula, otro día de encierro que apuntaba a ser como los anteriores.
Inspiró aire, la temperatura se mantenía agradable durante el día y bajaba a condiciones bajo cero durante la noche.
Ella llegó a la conclusión de que la graduación se debía a las capacidades de cada tipo de cambiante.
Apenas pisó la tierra húmeda, un gran leopardo de las nieves se acercó a ella. Aria lo ignoró y comenzó a andar el camino de regreso hacia su celda. Sin embargo, aquel cambiante la siguió.
Entre William y Sean, ella prefería al puma. Al menos, ante una negativa se alejaba y le daba espacio, sólo para armar una nueva estrategia y volver al ataque. William en cambio, no desistía.
— ¡Vete! ¡No te quiero cerca! —Exclamó dándose vuelta para enfrentarlo.
William la observó con escalofriante atención, de pies a cabeza, en su forma animal era igual a ella en tamaño, su pelaje carecía de brillo y se veía apelmazado.
Un par de ojos grises conectaron con su vista, era enfermizo tan solo verlo, con frecuencia ella solía alejarse de los hombres, pero convivía entre ellos, llegando a usar sus capacidades en su contra, pero en ninguna ocasión alguno le había causado tanta repulsión como William.
—Aléjate —murmuró entre dientes—. No te conviene enfrentarme.
Resopló, como si estuviese burlándose, de pronto detrás de las casillas tres leopardos de las nieves de menor tamaño aparecieron para rodearlo, incluso la tímida Willow estaba gruñendo.
William sacudió su cabeza, echó a cada uno una mirada amenazadora, dio media vuelta y desapareció entre los árboles.
—Sigo creyendo que eres la encantadora de leopardos.
La suave voz de Sean erizó el vello de su nuca.
Los tres jóvenes la saludaron con un movimiento de cabeza y juntos se alejaron.
— ¿Qué quería esa bola de pelos?
—Fastidiar —dijo dándose vuelta.
Sean estaba reclinado sobre el tronco de un pino, con sus manos en los bolsillos de su pantalón deportivo negro, un suéter se ajustaba a su cuerpo a la perfección.
— ¿Qué quieres?
— ¿Acaso no puedo ver a mi compañera de celda?
Aria contuvo un gruñido y comenzó a caminar, Sean caminó a su lado, con esa sonrisa amable en su rostro sin moretones y cicatrices.
—Sólo es una broma Aria ¿Alguna vez sonríes?
Un gran estruendo robó su atención, ambos se apresuraron a cruzar el pequeño bosque de pinos, al llegar al claro vieron una caja de madera de tamaño mediano, y a una cadena ascender al techo.
Viendo su oportunidad, Aria saltó y se aferró a la fría cadena de metal, la cual detuvo su ascenso.
—Suéltala Aria —escuchó decir a Kyle—. Ya lo hemos intentado, la cadena se quedará inmóvil hasta que la sueltes.
—Puedo trepar —respondió usando sus brazos para asirse.
—Echaran corriente a la cadena cuando llegues arriba, así es como murió Craig.
Ni siquiera la amenaza de una dolorosa muerte era capaz de hacerle soltar la única vía de escape que había visto en muchos días.
—Aria, baja, por favor.
La súplica de Sean quedó ahogada por el gruñido ansioso en su mente, el instinto de liberarse la mantenía trepando.
Pero la falta de buena comida había mellado sus fuerzas, el aire no era suficiente en la altura, un ligero temblor hacía que cada movimiento fuera lento. Sus manos ardían, empapadas en una fina capa de sudor que las convertían en herramientas inútiles.
— ¡Aria! ¡Detente! ¡Baja ya!
Ella se atrevió a mirar abajo, el puma la observaba con angustia, su cansancio le dificultaba respirar, Aria miró hacia arriba, la cadena de metal ascendía hasta perderse en ese falso cielo blanco.
—No vale la pena morir así ¡Piensa en...!
Saltó, más para callar a Sean que para salvar su vida de morir electrocutada. No quería que ninguno de los demás cambiantes que observaban la escena supiese que tenían un clan.
Cayó, y fue atrapada, Sean cayó sentado al suelo por su peso, pero aun así, la sostenía entre sus brazos. Aria lo escuchó respirar intensamente, la fuerza de su agarre era algo de lo que debería haber huido.
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Editado: 23.02.2019