Inspiró.
Sus pulmones buscaron oxígeno con desesperación, como si acabara de ascender a la superficie del mar más profundo.
Exhaló.
Y el aire salió por varios segundos mientras todo su cuerpo se relajaba luego de ese duro despertar.
Abrió los ojos, acomodó su visión, el techo blanco le hizo saber que no estaba en casa. Movió su cabeza y todo dio vueltas, apretó los dientes en un intento por suprimir los latidos de su mente, era como si en vez de su cerebro, lo que tuviese en su cráneo fuera su corazón palpitante.
—Aria.
Una voz suave, profunda, le hizo abrir de nuevo los ojos. Las sensaciones pasaron a un segundo plano cuando vio a Sean sentado en un asiento junto a su cama.
El aliento quedó guardado en su garganta, la última vez que lo había visto estaba postrado en una cama, débil y a punto de morir, el hombre frente a ella estaba a un mar de distancia de ser el mismo hombre.
Pero algo si era diferente en él, su cabello que antes era largo, ahora estaba recortado a tal punto que solo sobresalía apenas unos milímetros de su cabeza, no alcanzaba para ocultar la cicatriz a un costado.
Había pasado tiempo.
Y él estaba bien, vivo, consciente, mirándola con esos ojos cargados de un fuego salvaje.
—Sean —sólo se quedó mirando al puma completamente recuperado.
Era un milagro.
De verdad había funcionado.
Sentía su corazón latir envuelto en una poderosa y brutal energía, signo de que el vínculo se había hecho. Pero no como ella esperaba.
En teoría, el vínculo de sangre quedaba unido a la mente de un alfa, no a su corazón. Por eso no le encontraba una explicación lógica al porqué el vínculo que había formado con Sean había quedado firmemente unido a su corazón, protegiéndolo de una manera tan feroz que ella sentía la confianza suficiente para creer que ni la más poderosa de las balas podría atravesarlo.
Era un escudo vibrante y fuerte.
—Me salvaste —dijo, su voz se tornó en un suave ronroneo y sus ojos se volvieron amarillos—. Y te vinculaste conmigo. —Sonrió, todo su rostro quedó iluminado—. No existe en este mundo un hombre más dichoso que yo.
Quiso seguir la vieja compulsión de alejarse, pero luego recordó todo lo que había sucedido y la razón por la cual ella había hecho lo que hizo.
—Me alegra que estés bien —respondió levantándose para quedar sentada— ¿Cuándo despertaste?
Bostezó y estiró sus brazos, su cuerpo estaba tan relajado, lleno de energía renovada que pensó que había dormido todo un día entero.
—Hace dos días, pero juntos hemos dormido durante dos meses.
Sorprendida lo miró, una débil sonrisa que se negaba a ceder hizo que ella también sonriera.
—Eso es mucho tiempo.
Y sin embargo le pareció algo perfecto, pues no recordaba alguna noche que hubiese descansado por más de cinco horas. Había recuperado su vitalidad, aunque eso no explicaba el hecho de que hubiese dormido tanto sin intervención de fármacos.
Pero si Sean estaba bien, no le importaba saber.
—Permiso —la puerta de la habitación se abrió despacio dejando entrar a un hombre mayor de cabello gris y ojos azules—. Veo que por fin nuestra heroína ha despertado ¿Cómo te sientes?
Abrumada.
—Bien —mintió—. Me siento bien.
—Esa es una gran noticia, pero ¿puedo examinarte?
La amabilidad del hombre humano le hizo bajar la guardia, un poco.
—De acuerdo.
Un breve chequeo básico, nada de preguntas ni insinuaciones, el doctor parecía estupefacto en el hecho de que uno de sus pacientes se recuperara de una forma tan rápida e inesperada.
—Todo se ve en orden —asintió anotando unas cosas en su anotador digital—. Creo que ya puedo darte de alta.
—Eso sería genial.
Con un bolígrafo de punta de goma, el doctor escribió algo en el delgado artefacto, luego una máquina pequeña en un extremo de la habitación comenzó a hacer un suave sonido hasta que terminó con un fuerte bip.
—Aquí tienes. —El doctor le entregó el papel en donde quedaba firmada su alta médica—. Ha sido un verdadero placer aprender de ustedes dos, pero prefiero no volver a verlos por aquí. —Sonriendo a ambos, guiñó un ojo—. Cuídense ¿De acuerdo?
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Editado: 23.02.2019