"No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte" (San Juan Damasceno, De fide orthodoxa, 2,4: PG 94, 877C)
A mi alrededor todo está cubierto de un intenso color blanco, puedo sentir el frío y el dolor en todo mi cuerpo. El viento golpea mi cara al mismo tiempo que choca con cada árbol y construcción que se le interpone, acelero el paso tanto como la nieve me lo permite sin hacerme caer y me pregunto cómo algo tan puro pudo causar tanto dolor.
La nieve batalla con la oscuridad de la noche mientras yo intento aferrar la bufanda a mi pecho y cubrir mi boca del repentino humo que llega de lejos a mis espaldas. El camino está desierto, sigo las pisadas de caballos que no hace mucho parecen haber pasado por aquí mientras busco alrededor un lugar que me sirva de refugio.
A cada paso que doy logro dilucidar más detalles de esta noche.
Al mirar hacia atrás me parece ver un carruaje volcado e incendiándose y podría jurar que un hombre permanece tendido en el frío camino, casi puedo ver su sangre manchando la nieve. Algo dentro de mí me dice que tengo que ayudarlo y me detengo mirando en su dirección sopesando mis opciones, sin embargo y sin saber por qué una repentina sensación de temor me invade y solo puedo echarme a correr.
El viento arremolina mi cabello y las aterciopeladas partículas lo adornan como todo a su paso. La culpa que siento por dejar a ese hombre morir hace que broten lágrimas de mis ojos y a pesar del peso del gran vestido que llevo puesto avanzo rápidamente hacia el final del camino como si estuviera consciente de que alguien sigue, atento, cada uno de mis pasos.
Cuando comienzo a sentirme acorralada escucho el sonido de hojas crujiendo. Me detengo en seco con la mirada fija en el camino que dejé atrás, aún en la oscuridad de la noche puedo saber que alguien está detrás de mí y antes de que pudiera decidir entre girarme o correr siento su agarre con una fuerza de la cual no me puedo zafar. Quisiera correr y que mi cuerpo reaccione a la velocidad en la que mi mente se lo demanda, pero por alguna razón no puedo controlar la situación que me rodea. Grito en mi mente y no logro mover un musculo hasta que un objeto afilado es pasado ante mis ojos y apoyado en mi garganta.
De repente los segundos se convierten en minutos y los minutos en horas. En mi mente veo pasar las imágenes de toda una vida, recuerdos y momentos que me hacen sentir una extraña sensación en el pecho, parece una vida feliz, pero esa no es mi vida, no logro reconocer las imágenes que vuelan con tanta rapidez lo cual causa más desesperación que el punzante objeto que aguarda en mi garganta.
Es el fin. Intento soltarme sin éxito, miró hacia abajo tanto como la gran bufanda que me envuelve el cuello me lo permite, es de un color pálido y no puedo evitar pensar en cómo la sangre de aquella persona que dejé atrás teñía la nieve, tal vez si me hubiera detenido para ayudarlo no sería éste mi final, de todas formas, siempre supe que nuestros errores los pagamos en vida, y a la mía le quedaba muy poco.
Al final de la calle un hombre corre hacia mí y grita de un modo desgarrador. El miedo que siento en este momento me ensordece, pero su expresión de dolor no necesita ponerse en palabras.
Veo sus profundos ojos verdes y siento que me pierdo en ellos una vez más, aun cuando las lágrimas en su rostro intentan opacarlo, su belleza sobresale a tan fatídico paisaje. Lo observo por última vez, intentando memorizar cada parte de su rostro y puedo sentir su mirada en lo más profundo de mi corazón. Sé que alguna vez alguien me dijo que los ojos son las ventanas del alma y supe que a partir de esa mirada las nuestras estarían entrelazadas por siempre.
Estoy encerrada en mi propio cuerpo que no responde a todo lo que quiero hacer, son tantas las palabras que intentan salir de mi boca en el momento en que él se acerca a mí que no puedo distinguirlas. Siento la presión en mi garganta, la brisa helada en mí rostro una última vez y de repente todo se vuelve blanco.
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Agosto 2016
Todo cuanto podía ver era de un intenso color blanco, pero logré distinguir un sonido no tan extraño y extendí mi mano en busca del despertador.
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Editado: 14.07.2019