—¡Sabía que vendrían! — dijo Alex abrazándome. El mejor amigo que la universidad me había regalado, aunque a decir verdad el primer año no nos tolerábamos, él era demasiado bromista, de los que no saben cuándo deben parar, y sólo lo hacía cuando mi cara delataba que podría golpearlo en cualquier momento, pero con el tiempo aprendimos a querernos como hermanos.
—No me lo perdería por nada del mundo, quiero conocer a la nueva víctima de tu amor— le contesté colocándome mi zapato que voló en su abrazo— ¿Qué has estado haciendo en tus vacaciones además de extrañarnos?
—¡Cierto! ¿Dónde está Emily? — preguntó Lola buscando alrededor.
—Ya es historia del pasado, me dijo que necesitaba enfocarse en su carrera, creo que voy a probar suerte con los hombres— dijo Alex como si no le importara mientras abría su lata de cerveza. — Las extrañé, deberían haber aceptado mi invitación a la casa de verano de mis padres ¡fue una locura! — agregó entusiasmado.
—Estoy segura de que lo fue, por eso no fui— contesté y Lola comenzó a reír por mi sinceridad.
Chris esperaba verte— dijo mientras le guiñaba un ojo a Lola.
Estoy segura de que encontró consuelo rápidamente— contesté sarcástica.
¿Puedo decir que Chris es un idiota? perdón, lo es Alex, sigue intentando— agregó Lola al mismo tiempo que nos daba unas cervezas.
Es historia del pasado chicos, este año es para mirar hacía nuestro futuro.
Médicos… ¿Se lo imaginan? —murmuró Lola
No puedo esperar a ver la vida de alguien en manos de Alex—reí.
Están asustándome—comentó.
Sé que será el mejor año de nuestras vidas— dijo Lola mirando como un grupo de chicos se amontonaban junto a un barril de cerveza.
La noche transcurrió entre viejas anécdotas de los años compartidos, juegos y bailes extraños que esperábamos no ver al día siguiente en ninguna red social.
Volvimos a nuestra habitación muy tarde, convenciéndonos en el camino de que las pocas horas de sueño en la universidad nos prepararían para los años de residencia en los hospitales. Preferí bañarme para estar lista para las primeras clases de la mañana siguiente con la esperanza de que el sueño venga a mí y no lo hiciera la ansiedad que aparecía la noche anterior a comenzar un nuevo año.
Desperté tarde y noté que Lola ya había salido, seguro había intentado sin éxitos sacarme de mi profundo sueño. Examiné rápidamente mi guardarropa y me decidí por unos jeans y una blusa azul que mamá siempre decía que resaltaba mis ojos, tardé unos minutos en encontrar mis zapatillas blancas que aún no había sacado de la maleta, si la noche anterior me hubiera quedado organizando mis cosas en vez de salir no estaría llegando tan tarde, pero les había prometido a mis padres y a mí misma disfrutar este último año.
No desayuné ni pasé más tiempo delante del espejo que el adecuado para lavar mis dientes. No quería llegar demasiado tarde, tomé mis llaves, y me encaminé hacia la puerta buscando mi bicicleta ¿Por qué tienes que poner sólo una alarma?, ¿Por qué acepté quedarme hasta la madrugada bailando?
Cuando por fin llegué al estacionamiento noté que la mayoría de los rostros conocidos de mi año ya estaban dentro del edificio y me apresuré en encontrar un buen lugar donde dejar mi bicicleta. Odiaba llegar tarde a las clases, pero por alguna razón eso no dejaba de ocurrirme año tras año.
Al doblar la esquina el viento hizo que mi cabello cubra mi rostro y el sonido de una bocina me paralizó. El auto frenó en seco delante mío, a unos pocos centímetros, pero los suficientes para matarme del susto. Quedé petrificada por un segundo mientras sentía como mi corazón latía a un ritmo acelerado, ¡excelente! Pensé, ¿Podría imaginar una mejor forma de comenzar mi último año que con un par de huesos rotos? estaba segura de haber girado en el lugar correcto, sin embargo, la persona detrás del volante no dejaba de dar bocinazos como sí se hubiese comprado todo el aparcamiento.
—¡¿Estás loco?! — bajé rápidamente de mi bicicleta con la intención de ofrecerle no muy amablemente que tome clases de manejo y pisé un charco que ensució por completo mis zapatillas.
No se me otorgó el don de la paciencia, debo admitirlo, por lo que sin poder evitarlo solté la bicicleta y esta cayó frente al vehículo impidiendo que avance, di dos golpes con la palma de mi mano en el frente del auto con mucha más fuerza de la necesaria.
—¡¿No puedes mirar por dónde vas?! ¡Casi me matas! — Grité bastante enojada intentando mirar por el vidrio del auto.
La ventanilla del conductor se bajó lentamente y el hombre me miró como restando importancia al asunto.
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Editado: 14.07.2019