Almas antiguas

Capítulo 1: Un nuevo encuentro. Parte 4

 

Por primera vez no tenía palabras. Quería hacerme pequeñita y desaparecer y deseaba más que nada en el mundo que no haya escuchado mi último comentario o estaría acabada por el resto del semestre.

Miré a mi alrededor hasta que encontré a mis amigos haciéndome señas para que me una a ellos, Alex me miraba con una cara que gritaba «estás haciendo el ridículo» y Lola tenía la sonrisa de alegría más exagerada de todas señalándome indiscretamente al profesor. Bajé la mirada avergonzada y me dirigí al lugar que me guardaron. Intenté no cruzar miradas con él durante toda la clase. ¿es posible morir de vergüenza? A pesar de que Lola estaba sentada a mi lado no paraba de hacer vibrar mi celular enviando cada una de sus ocurrencias lo que hizo que se me escape una carcajada y el profesor me mire por un momento, no podía estar ocurriéndome aquello, estaba roja de la vergüenza.

Definitivamente era el peor día de mi vida. ¿Qué es todo eso que había dicho sobre las primeras impresiones?, ¿Qué podría ser peor que golpear el coche del profesor antes de la primera clase? Mi tortura no acababa ahí, él había asignado trabajos distintos a cada uno y al finalizar la clase tendría que acercarme ignorando nuestro desafortunado encuentro y pedirle el mío, yo solo deseaba estar en mi cama y que ese día no hubiese sucedido nunca. No lograba prestar atención a la clase, lo que no era lo usual en mí, me pareció demasiado joven para ser profesor, seguramente todas las chicas de la habitación no lograban sacarle los ojos de encima y yo no me atrevía a mirarlo.

Estaba absorta en mis pensamientos y no me percaté de que la clase terminó, todos empezaron a recoger sus cosas y a abandonar el aula lentamente y yo permanecí en mi lugar pensando de qué manera hablarle. Casi todos habían salido y bajé los escalones del aula mientras lo veía guardar sus cosas, esa mañana no había logrado apreciar ni la décima parte de lo que era ese hombre, las facciones en su rostro parecían talladas a mano y lo mismo podría decir de su cuerpo por lo que la camisa blanca que vestía dejaba notar, ¿podía ser real?

—Disculpeme profesor—aclaré mi voz— mmm… mi nombre es Emma Hudson, yo lamento llegar tarde es que... —dejé de hablar para elegir mejor mis palabras, no podía ocultar mis nervios pero era evidente que no era buena idea decirle que esa mañana un lunático, que resultaba ser él, casi me atropellaba. Continúe lentamente mientras el me analizaba con la mirada —Solo quería pedirle mi asignación— dije finalmente y como si no tuviera otra opción lo miré a los ojos.

Una extraña sensación recorrió todo mi cuerpo nuevamente, el tiempo se detuvo y mi corazón comenzó a palpitar a un ritmo acelerado haciéndome consciente de cada latido. El mundo me pareció algo diminuto, frío y distante. Era el sentimiento más extraño que había tenido en toda mi vida y nacía en lo más profundo de mi pecho. Me perdí en sus ojos como si pudiera con una simple mirada llegar a lo más profundo de ellos y el verde esmeralda de ellos me inspiraba la más absoluta y preciada paz.

No podría decir si pasaron segundos o unos minutos hasta que por fin habló y rompió esa conexión con nuestras miradas, lo cual agradecí.

—Si, por supuesto, casi lo olvido— dijo como si nada hubiera pasado extendiendo su mano con unos papeles que tomé lo más rápido que pude —. Y me disculpo por lo de esta mañana, espero que las zapatillas no estén arruinadas— dijo sonriendo y mirando hacia mis pies. Lo miré anonadada, esa sonrisa acababa de alegrarme este día tan horrible. Nunca fui una chica enamoradiza y francamente no creía que el amor fuera para mí, pero de alguna manera su sonrisa me tocó mi alma y se instaló en mí corazón.

—Gracias, yo… también lo espero— dije y me giré automáticamente muerta vergüenza por la respuesta que acababa de dar, ¿en serio? ¿yo también lo espero?, al menos le daría un motivo más para reírse de mí, de todas formas ¿que esperaba? era solo un profesor.

Salí de aquel lugar lo más rápido que pude y fue entonces que la imagen invadió de lleno mi mente.

Pequeños copos de nieves amontonados en mis pestañas nublan mi visión de aquella oscura noche, la presión en mi garganta denota que el fin es inminente, y aquel hombre corre hacia mí antes de que todo se vuelva terriblemente blanco.

Y era él. Era el mismo hombre que aparecía en cada uno de mis sueños.

Comencé a sentir que todo daba vueltas a mi alrededor, casi al borde de desmayarme cuando las imágenes se reprodujeron en mi mente sin dar tregua alguna, y juraría que esta vez logré escuchar su voz al gritar. Como si se tratara de un recuerdo que volvía arrepentido a mi cabeza. ¿Qué era todo aquello? ¿Cómo podría ser el mismo hombre que aparecía en ese sueño? Tal vez solo me estaba volviendo loca.




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