Almas antiguas

Capítulo 2: Tormenta

 

Cambridgeshire, 1751.

El frío se apodera de todo mi cuerpo hasta que ya no logro sentirlo. A mi alrededor todo es oscuridad y sólo la tenue luz de la luna me deja ver un pequeño camino, en el que a lo lejos unas siluetas se agitan en la oscuridad.

No reconozco dónde estoy ni recuerdo cómo llegué aquí. Corro hacia ellas para pedir ayuda, sin que aquella sea mi decisión, sintiendo el mismo dolor en mis pies que sentiría si lo hiciera sobre miles de navajas, al mirar hacia abajo descubro que me encuentro descalza y por mucho que intento recordar cómo llegué a esta absurda situación mi mente está en blanco.

Al final del camino una de las siluetas se desvanece en el aire soltando a la de una mujer y ésta cae desplomada, un grito ahogado sale de mi boca y caigo de rodillas sin poder continuar ante lo que ven mis ojos mientras que otro hombre corre hacia ella y la sostiene en sus brazos como si eso pudiese evitar que ella se desangre lentamente.

Puedo escucharlo por primera vez emitir un grito desgarrador y llorar abrazando a su amada, aquel hombre al que nunca nada le había hecho derramar una lágrima estaba tendido en el suelo aferrado a ese cuerpo vacío como si toda su existencia dependiera de eso.

Mi cuerpo.

Siento que todo gira a mi alrededor. Sostengo mi cabeza con ambas manos y comienzo a darme cuenta de lo que está sucediendo. Miro hacia todos lados sin saber qué estoy buscando, no puedo evitar romper en llanto y gritar en vano porque él no logra oírme, maldigo al cielo y al infierno a los cuatro vientos porque, aunque lo he hecho por mucho tiempo ya no temo por mi alma, han cumplido su objetivo, estamos separados y ahora sé que mi alma sin él no significa nada.

Por más que grite me siento a kilómetros de distancia, él no me escucha, debería poder escucharme yo lo sé, pero ¿qué es lo que sé? ¿y cuánto vale todo lo que sé ahora? Si todo se acabó.

También sé que si este es el fin todo este maldito dolor debería desaparecer junto conmigo, aunque entiendo por qué no puedo hacerlo. Necesito hablarle una última vez. Todas las noches que pasamos juntos con sabor a despedida sabiendo a lo que nos enfrentábamos no lograron prepararme para este momento, porque no sé cómo hacer lo que debo hacer ¿cómo abandonas al amor tu vida condenándolo a la más lamentable existencia?

A pesar de estar hablándole las palabras se limitan a resonar en mi mente y el continúa aferrado a aquel cuerpo sin vida mientras los pequeños copos de nieve cubren su cabello.

—Sam aquí estoy, puedo escucharte, todavía no te abandoné— las lágrimas no dejan de correr por mi rostro.

—Sam debes escucharme.

— Desearía poder tocarte de nuevo, desearía poder decir tu nombre en voz alta sin romperme en mil pedazos al ver que no logras oírme, desearía que sepas que sigo aquí, porque te necesito para recogerlos.

Desearía que supieras que, aunque mi alma pague durante siglos el precio de este amor lo haría todo de nuevo.

                                                                     -

Abrí mis ojos y me incorporé en la cama aún con la respiración acelerada. Pasé una mano por mi frente para quitar el sudor. No podía explicar las imágenes que aún se encontraban en mi cabeza y lograban poco a poco hacerme dudar de mí cordura. Ahí estaba otra vez Sam, y el llamarlo simplemente "Sam" era algo que mi mente aún no aceptaba, no era alguien conocido, pero era él y la chica en el sueño así lo nombraba. Al menos esta vez pude ver que no era yo, lo cual me brindó una extraña tranquilidad dentro de todo ese delirio, tal vez sus ojos eran parecidos a los míos, pero su cabello era de un suave color rubio.

Necesitaba dejar de pensar en todo aquello, no dormir si fuera necesario, pero debía sacarlo de mi mente para poder continuar con mi vida.

Habían pasado dos semanas de nuestro incómodo encuentro aquel primer día de clases, Lola no dejaba de insistir en lo extraña que estaba por las mañanas pero no podía confesar aquellos sueños en los que aparecía el profesor, pese a todo continué con mis clases normalmente intentando olvidar los detalles que me acompañaban durante todo el día, las ocurrencias de mis amigos ayudaban a pensar en otras cosas, pero cada vez que nuestras miradas se encontraban en clase o en el pasillo esa extraña sensación recorría todo mi cuerpo y me hacía pensar que jamás podría quitar esas imágenes de mi cabeza. Comencé a sospechar que había noches en las que gritaba cuando Lola invitó a Alex a dormir con nosotras durante todo un fin de semana. Ver a Dagger en sus clases cada semana no ayudaba a sacarlo de mi mente, y durante éstas raramente lograba quitarle los ojos de encima.




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