Almas antiguas

Capítulo 2: Tormenta. Parte 2

Para mi sorpresa caía una lluvia torrencial, estaba segura de haber visto el pronóstico del clima esa mañana y eso no era lo que anunciaban para nada, tampoco[FB1] podría volver a entrar porque cerrarían en cualquier momento y mi celular estaba muerto, maldije por lo bajo, no era un día de suerte, abracé mi mochila intentando evitar que el agua llegase a mi computadora y corrí hacia una esquina que tenía un pequeño techo donde refugiarme.

Solo me quedaba esperar que pase la tormenta para poder volver caminando, apenas un minuto corriendo bajo la lluvia alcanzó para que terminase mojada por completo y para arrepentirme de no haberme llevado un abrigo.

Había pasado más de media hora parada allí, aunque no tenía forma de saberlo con certeza, la lluvia no daba tregua mientras yo temblaba a causa del frío y rogaba que no se haya mojado nada dentro de mi mochila. Debí haberme quedado en el apartamento, o traer mi bicicleta, pero estaba demasiado distraída como para pensar en cosas tan mundanas como morir de frío en aquella esquina. Maldije por lo bajo.

 Un auto dobló la esquina y recé porque no me mojase al pasar, pero éste se detuvo a mi lado y abrió la puerta.

Sam se encontraba dentro extendiendo su mano hacía la puerta del acompañante, me alegró verlo, pero no lograba superar la vergüenza que me causaba todo lo sucedido.

— ¿Disfrutando de la lluvia? — dijo divertido regalándome la mejor de sus sonrisas, si fuese posible que alguna de sus perfectas sonrisas sea mejor que otras, miré sus ojos en la oscuridad y mi corazón se aceleró inexplicablemente, supe que ese hombre iba a volverme loca si así lo deseaba. Pero pensando claro, cosa que me era imposible si me miraba de esa manera, solo nos habíamos conocido hacia unas semanas y no de la mejor manera, y luego nuestra relación se limitaba a miradas cruzadas en sus clases, no existía la confianza necesaria para mantener una conversación en este momento.

—Si, muchas gracias— le dije intentando hacer como si no estuviera muriendo de frío mientras cruzaba mis brazos para dejar de temblar. En su expresión parecía que no se creía mi respuesta, tal vez no estaba acostumbrado a que no caigan a sus pies desde el primer momento.

— Vamos, no puedes seguir enojada por lo de aquella vez ¿Necesitas que te lleve a algún lado?

Lo que yo necesitaba era no verlo para lograr sacarlo de mi cabeza.

—No estoy enojada, es solo que no me parece correcto ir con usted— le contesté de un modo casi automático mientras miraba por encima de su auto el resto de la calle que se encontraba desierta.

—Bien, entonces, ¿prefieres quedarte toda la noche esperando a que pase la tormenta? —me dijo con un tono incrédulo.

— No tengo otra cosa que hacer, no me molestaría—mentí. Moría de frío y estaba haciendo mi mayor esfuerzo para no temblar y darle la razón, pero no me atrevía a subir a su coche por mucho que me gustase la idea.

— Está bien, como tú quieras— dijo cortante y cerró la puerta que hasta ese momento mantenía abierta para mí.

 Me arrepentí por mi anterior respuesta, muy dentro mío no quería que se fuera, pero no podría expresarlo. Esperé a que arranque el motor de su auto pero no lo hizo, en cambio, se bajó y caminó hasta mí, mientras yo observaba como sus cabellos se mojaban y la lluvia no borraba su sonrisa.

—Esperaremos juntos— dijo sorprendiéndome mientras se paraba a mi lado con los brazos cruzados, nunca habría imaginado que ese hombre podía ser tan dulce.

— ¿Acostumbra rescatar muchas alumnas en las tormentas? —dije mientras corría un mechón de mi rostro para poder observarlo, en parte esperando una respuesta sincera y a la vez alegre porque no me haya dejado allí sola.

— La verdad es que no, ¿y tú?... ¿Acostumbras insultar a muchos profesores en el aparcamiento? — me miró a los ojos riendo y me dejó sin palabras, estaba completamente segura de haber dicho aquello a suficiente distancia para que no me oyera, sentí un poco vergüenza por su respuesta.

—Solo a los que deciden matarme— dije mirando hacia el piso para ocultar mi vergüenza, no contestó, y al verlo noté que la sonrisa que siempre llevaba en nuestras pocas conversaciones desapareció de su rostro, de alguna manera recordé el sueño de la noche anterior y absurdamente me sentí mal por haber contestado así.

— Sería lo último que haría— dijo y su voz me pareció sincera—. Por favor Emma, vas a congelarte— concluyó, por alguna razón el escuchar mi nombre de sus labios tocó mi corazón.

—De verdad, estoy bien, puede irse— repliqué, aunque eso fuera lo último que deseaba.

—Eres una mujer muy testaruda, intento que no te congeles esperando durante horas—me dijo mirándome a los ojos, lo que hizo que mis miedos desaparecieran, en cierta forma lo era, toda la vida me remarcaron lo cabeza dura que podía llegar a ser.

Continuamos parados en esa esquina bajo la tormenta, en silencio por varios minutos. Él con sus brazos cruzados sonreía de vez en cuando mirándome de reojo como si algo de esa situación le parecería gracioso, pensé que en algún momento se cansaría y se iría, pero no lo hizo, yo abrazaba mi mochila y lo miraba esperando vencer mi timidez.




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