Almas antiguas

Capítulo 2: Tormenta. Parte 3

Nos sentamos en una mesa para dos alejada del centro y junto a una ventana lo que le daba un aire de intimidad que hizo que los nervios me invadan una vez más, la mesa tenía dos pequeñas velas que combinaban perfectamente con la decoración rustica del lugar, definitivamente no planeaba terminar así mi noche.

Noté que no había dicho ni una palabra desde que entramos y busqué rápidamente algo que decirle para acabar con el silencio en el que el parecía sentirse cómodo.

—Es un lugar precioso, no hay nada que me haga tan feliz como las vistas al mar—comenté mientras veía como la luz de las velas se reflejaba en sus profundos ojos verdes y casi sentí que acababa de mentir.

—Me alegra escuchar eso, ya que no dijiste ni una palabra en el viaje no estaba seguro si traerte aquí, ¿Estamos a suficientes kilómetros de la universidad para dejar de ser tu profesor? —preguntó sonriendo, este hombre necesitaba dejar de sonreír y mirarme de ese modo antes de que perdiera la cabeza.

—A decir verdad, sí, ni siquiera recuerdo su nombre señor—le dije jugando e intentando dejar de lado mis nervios.

Extendió su mano hacía mí.

—Sam Dagger, mucho gusto—dijo mientras esperaba que le diera la mano. Lentamente lo hice y su tacto hizo que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo, pero no como un mal sentimiento, se trataba de algo más y mi corazón se aceleró frente a su tacto, ya no podía controlarlo estos días.

—Emma Hudson—estreché su mano y nos quedamos mirándonos a los ojos sin soltarnos por lo que me pareció mucho más de un minuto hasta que la mesera se acercó con la carta.

Ambos pedimos pasta, recuerdo que mi madre siempre me decía que era lo menos raro para pedir en una cita y lo que comieron con mi padre en su primera cita, aunque no sabía si esto podía calificarse como una.

—¿Puedo preguntar cuántos años tienes? no te ofendas, pero pareces joven para ser profesor.

—veintiocho años y no soy profesor, solo estoy haciéndole un favor a un amigo por unos meses—me contestó y no pude evitar mi cara de decepción al pensar que solo lo vería por pocos meses, la cual él pudo notar. —¿eso es una mala noticia? —agregó como respuesta a lo que reflejó mi rostro.

—No, es solo que disfruto mucho tus clases—mentí, de una forma horrible porque ni siquiera las recordaba.

—¿En serio? No parecías muy feliz cuando me viste la primera vez—dijo riéndose de la situación.

—La verdad es que no, casi muero de vergüenza al verte al frente de la clase—admití por fin entre risas, el rió también, y supe que su risa quedaría grabada en mi mente durante toda la semana.

—¿Por qué? Si golpear el auto del profesor antes de la clase puede traer buena suerte—dijo riendo.

—Nunca me lo habían dicho, supongo que nos traje buena suerte a ambos.

—Estamos aquí, ¿no? —agregó y me sonrojé al instante, bajé la mirada y jugué con la comida en el plato para desviar la atención.

—Es cierto— dije finalmente mirándolo a los ojos sin poder creer lo simple que resultó que eso saliera de mis labios— Tal vez yo también debería pedirte perdón por mi reacción— agregué.

—Me alegra que no hayas destruido mi coche—contestó sonriendo.

No era mi intención destruirlo, pero debes mirar por donde vas, pudiste matarme.

—Sabes que fuiste tú la que ibas mirando en otra dirección, ¿no?

—¡No es cierto!

—Claro que sí, por eso no recuerdas haber visto mi auto.

—Recuerdo haberlo visto a centímetros de mi bicicleta.

—Sólo porque en ese momento lo estabas golpeando—sonrió.

—No fue tan grave, tu arruinaste mis zapatillas.

—En serio me preocupan tus prioridades.

Lo miré y sonreí. Aún ni siquiera había comenzado a comer, tenía ambas manos sobre la mesa y me observaba cada movimiento con una sonrisa pintada en su rostro.

—No me mires así, me pones nerviosa.

—¿Por qué?

—No lo sé, tal vez porque subí al auto de un extraño con el que no deben verme cenando.

—No podía dejarte morir de frío en esa esquina.

—Gracias—susurré. Sam continuó mirándome en silencio. — ¿No piensas comer?

—Ya he cenado hace unas cuantas horas.

—¿Entonces porque me invitaste a cenar?

—Necesitaba una buena excusa.

Mi corazón se aceleró.

—¿Para qué?

—Para pasar un tiempo contigo.

—No veo lo grandioso de pasar tiempo conmigo—dije sonriendo.

—Es una pena que no logres verlo.

—Si no comes comenzaré a sentir vergüenza—comenté.

—No veo que eso te haya detenido hasta ahora—dijo señalando mi plato que se encontraba casi vacío. Comencé a reírme y eso calmó mis nervios.




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