Regresé con el grupo, todos seguían bailando y divirtiéndose y decidí que eso es lo que haría, luego saldría de allí, volvería a nuestro apartamento y no pensaría ni siquiera en preguntarle a Dagger que estaba ocurriendo.
—Disculpe ¿Señorita Hudson? — una voz me sacó de mis pensamientos y me giré para encontrarme con el hombre que me hablaba. El profesor Adams esperaba mi respuesta, no esperaba que sepa mi apellido y no se me ocurría que podría necesitar de mí.
—Si, soy yo profesor, ¿Qué necesita? —le pregunté, era un hombre mayor, de unos 50 años, siempre nos pareció un señor amable y muy dedicado a su clase, pero nunca habíamos hablado con él fuera del salón.
—Me envía el rector a buscarla, le gustaría tener una charla con usted sobre una oportunidad—se detuvo y miró a mis amigos que estaban a mi lado—. Pero le gustaría que sea en privado—continuó. Los miré sin estar muy segura de que responder.
—Está bien profesor, ¿me paso mañana por su oficina? — pregunté acomodando mi vestido, el cual de pronto recordé que era demasiado corto para estar delante de este profesor.
—En realidad el esperaba que pudiera pasarse ahora, si es posible—continuó amablemente, no veía otra opción así que decidí acompañarlo, no se ocurría porque me estarían llamando a mí especialmente, mi promedio era alto pero estaba segura de que no era el mejor de la clase.
—Está bien, ¿Dónde se encuentra él?
—Por aquí por favor, la acompaño— contestó y comenzó a caminar, lo seguí por detrás y me giré para hacerle una seña a Lola para que me cuide la cartera que dejé sobre la mesa.
El profesor Adams me guiaba por la parte trasera del salón principal, no conocía ese camino para llegar a la oficina del rector, pero el edificio era inmenso y siempre decían que nunca terminas de conocerte todas las formas de llegar al mismo lugar, aún estando en el último año a veces nos perdíamos buscando un nuevo salón. Bajamos unas escaleras y sentí que algo en esa situación no estaba bien, mi corazón empezó a acelerarse en mi pecho y algo dentro de mi me decía que no debía estar allí, pero otra parte me decía que no sea desconfiada, si ellos querían ofrecerme alguna oportunidad laboral no quedaría como una persona cuerda si salía corriendo en ese momento.
—¿Está seguro de que es por este camino? —le pregunté un poco asustada.
—Si, quédese tranquila, el rector nos pidió que busquemos a algunos de los mejores promedios y los reunamos, debería sentirse orgullosa— contestó, pero no me sentía orgullosa en ese momento, tenía miedo, me sentía indefensa, comencé a tocar mi vestido y noté que mi celular estaba dentro de la cartera que dejé sobre la mesa, me maldije por dentro por ser tan despistada.
Continué siguiéndolo, pero levemente desaceleraba el paso para quedar justo por detrás de él, el profesor abrió una puerta y todo fue muy claro para mí.
La puerta daba al exterior, no había reunión, ni rector ni promedios que importen, me había engañado, ¡el profesor Adams me había engañado! Nunca desconfiaría de ese hombre después de tantos años de tomar sus clases, era la persona perfecta para hacerlo. Todo sucedió en un instante, intenté correr hacia atrás, regresar por el pasillo al salón principal del edificio, pero como si lo hubiese adivinado me tomó de los hombros y me empujo hacía afuera con demasiada fuerza que no pude mantenerme en pie y cerró la puerta. Estábamos detrás de edificio, la calle estaba oscura y la fiesta era lo suficiente ruidosa para que nadie escuche mis gritos, quise llorar, pero no iba a terminar ahí. Me puse de pie mientras él se acercaba a mí, todo mi cuerpo temblaba, a veces uno imagina que haría en cada situación creyendo que nunca le pasará nada igual, pero en ese momento las palabras y las acciones no salen como esperamos.
—¿Qué está haciendo? ¡Aléjese de mí! — grité espantada y le propiné una patada que lo hizo enfurecer.
—Eres bastante estúpida si crees que nos interesa tu promedio— dijo entre dientes mientras se acercaba a mí nuevamente. ¿Nos? Había alguien más, no podría defenderme así, me quité los zapatos y se los arrojé lo mas fuerte que pude con la esperanza de distraerlo y poder correr. Lo hice, pero no llegué tan lejos por que un hombre salió detrás de el y me volvió a poner contra la pared con solo empujarme. Grité en vano porque nadie me oía, y recordé todas las cosas de defensa que mi padre me había enseñado hace unos años, pero solo pude forcejear con esos hombres hasta que no pude más y lloré. ¿Qué querían de mí?
—¡Malditos hijos de puta, suéltenme! —grité y mi voz se quebró dando paso a las lágrimas.
—¡Ya la escucharon! —la voz de Sam resonó en mis oídos. Pude ver como se encargaba del otro hombre desconocido y aproveché la distracción del profesor para darle una buena patada de la cual mi padre, mi eterno profesor de defensa personal, estaría orgulloso. Sam les dio a los dos una buena paliza antes de que puedan reaccionar y yo sentí como la adrenalina abandonaba mi cuerpo y comenzaba a desmayarme.
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Editado: 14.07.2019