Si te dijera que, tal vez, somos seres infinitos con más recuerdos de los que nuestra existencia humana es capaz de asimilar ¿me creerías? Esa idea no deja de dar vueltas en mi cabeza desde entonces.
Él miraba por la ventana como si allí se encontrasen las respuestas a las preguntas que, podía notar, pasaban por su mente. Aún en sus jeans y sin camisa, yo me debatía en la cama cuales serían mis siguientes palabras, sin poder quitar mis ojos de los músculos de su espalda.
—Tienes razón lo siento, no sé en que estaba pensando, no entiendo que me pasó—dije finalmente avergonzada, y los nervios me traicionaban una vez más haciéndome hablar de más—. Esto es una locura, apenas nos conocemos, ¿en qué estaba pensando?
Sam se volteó y posó su mirada en mi sin decir una palabra.
—No vas a creer que hago esto con cualquiera, todo ha sido una serie de equivocaciones— dije nerviosa —. Debería irme, lo siento Sam— comencé a buscar mi vestido que aún se secaba en su balcón.
El tomó mi mano antes de que pudiera abrir la puerta y me volteó dejándonos cara a cara, su mirada era dulce y cálida, no entendía como deseaba tanto salir corriendo de allí.
—Emma, No puedes irte.
—Claro que puedo irme. Puedo hacer lo que yo quiera— dije manteniendo firme la mirada.
—Pero no tienes zapatos, y no creo que llegues muy lejos sin pantalones— contestó sonriendo.
Tal vez contesté demasiado rápido intentando recordarle que nadie podía decirme que hacer y no tuve en cuenta los hechos, y era verdad, mi vestido probablemente aún no estaba seco y no sabía donde estaban mis zapatos desde esa anoche.
—¡Ay! Tienes razón, debo ser la persona con mas mala suerte en el mundo, debería poder salir corriendo de aquí en este momento.
—No tienes que irte, Emma. No me arrepiento de lo que ha pasado, solo que no puedo hacerte eso, no podemos— se detuvo, lo entendía nos conocíamos hacía apenas unas semanas, todo aquello era una locura, el beso debería haber sido un simple beso de esos que puedes olvidar al mes siguiente.
—Lo sé, es una locura.
—No lo es, fue hermoso— dijo tomando mi mano.
—Pero apenas nos conocemos Sam.
—Yo no lo siento así— lo miré, ¿este hombre estaba mas loco que yo? No supe que contestar —. ¿Por qué no te sientas? Hasta que tu ropa esté lista, yo te llevo a tu apartamento luego— siguió.
Mi apartamento. Lola. Debía llamarla.
—Ay por Dios, olvidé llamar a Lola, debe estar asustada, va a matarme.
Me prestó su celular y agradecí que aun recordaba el numero de Lola de memoria, escuché sus gritos y su alivio, le conté todo lo que había pasado la noche anterior y me di cuenta de que no había sido un sueño, el hecho de decirlo en voz alta me hizo notar que todo eso estaba pasando en realidad, y que lo que había pasado con Sam esa mañana era real, debía decidir qué haría con eso.
—Si debes irte a dar una clase no te quedes por mí, no quiero molestarte— dije caminando por su apartamento tocando los libros que poseía, la noche anterior no los había notado.
—No tengo nada más que hacer hoy, ¿tu tienes clases? — preguntó mientras recogía los pedazos de porcelana del suelo, recordé nuestro beso y por más loco que sonara no me importaba el tiempo que llevaba de conocerlo, quería besarlo así una vez más.
—Me da pena decirlo, pero no sé si pueda asistir hoy.
—Entonces te quedas aquí, hasta que tu compañera vuelva de clases— respondió sin mirarme mientras buscaba una camisa.
Su apartamento estaba ordenado, lo único que parecía utilizarse demasiado eran los libros, aunque ciertamente su cocina tendría mas uso que la nuestra.
—No quiero molestar.
—No seas tonta— dijo acercándose a mi mientras abrochaba el último botón de su camisa y depositó un beso en mi frente. Sentí que se me erizaba la piel, Sam era el hombre más hermoso que haya conocido, era dulce y estaba conmigo cuando podría estar con cualquier otra.
—Me gustaría poder conquistarte preparándote el almuerzo, pero la cocina no se encuentra dentro de mis dones— dijo riendo.
Tampoco era lo mío por lo que pedimos pizza y ocupamos el resto del día hablando de la vida, en realidad hablamos de mí vida, por que no perdió oportunidad de preguntarme todo, desde la primera vez que caí andando en bicicleta hasta cuál fue mi motivación para entrar a la facultad de medicina, tenía la impresión de que de alguna manera evadía mis preguntas y volvíamos a hablar de mí. Preguntó por mis padres y mis ojos se llenaron de lágrimas al decir que no podría vivir si les pasaría algo malo, hablamos de Maggie y desee tener mi celular para mostrarle las fotos que me enviaba todos los días, las horas pasaban sin que lo notemos, la televisión solo era un murmullo de fondo y el resto del mundo tras esa puerta no existía. Al preguntar por su familia me contó que hacía mucho estaba distanciado de su padre y me sentí mal por él, yo los extrañaba a cada momento. La conversación fluía con la confianza de dos personas que se conocen de toda la vida, por muy extraño que parezca. Cuando se hizo tarde supe que debía volver y me llevó en su auto, por suerte nadie conocido me vio salir descalza de su apartamento o moriría de vergüenza, fuera de allí éramos alumna y profesor, nadie se quedaría con las ganas de hablar del asunto.
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Editado: 14.07.2019