Almas antiguas

Capítulo 6: La playa. Parte 2

—Shh— mi corazón se aceleró y logré iluminar su rostro.

Quité su mano de mi boca rápidamente.

—¿Eres tonto? ¡Casi me matas del susto!

—Quería verte, no puedo esperar hasta mañana.

—Provocarme un paro cardíaco no es una buena manera de hacerlo Sam.

—Lo siento.

—¿Y por qué estamos aquí?

—No quiero que te lastimen si todos empiezan a correr.

—¿Es eso? O …— Tapó mi boca una vez más durante unos minutos. Agradecí que no pudiera ver la cara de odio que le dedicaba en ese momento.

—Lo siento, oí algo.

—¡Ya deja de hacer eso! —susurré.

—Cuando todos se retiren vayan en el auto de Alex directo hasta su apartamento, no se queden por aquí.

—¿Por qué?... Espera ¿Cómo saber que vinimos en el auto de Alex?

—Lo supuse—contestó sin prestarme suficiente atención, pero no logró convencerme.

—Está bien, no veo porque nos quedaríamos por aquí.

—Y algo más…

—¿Sí?

—¿Tienes algo que hacer el fin de semana?

—Depende…

—¿De qué?

—De que tan interesante sea tu propuesta.

—Playa. Tu y yo. Y nadie más por kilómetros.

—¿Alquilarás una playa completa? — pregunté bromeando.

—No.

—Ya lo sé, fue un chiste.

—La compré.

—¿Qué?, ¿Estás loco?

—Es una broma—dijo y besó mis labios dulcemente.

—¡No puedo esperar a este sábado! —exclamé abrazándolo.

—El viernes, luego de tus clases.

—Voy a preparar las maletas—dije riendo.

—Vamos, deberías volver con tus amigos.

—Ya te estoy extrañando—confesé. El respondió con un beso lleno de amor y salimos.

—Adiós Sam.

—Adiós princesa.

 

La semana transcurrió mas lentamente de lo que me hubiese gustado, tal vez por la ansiedad que me causaba nuestra pequeña escapada, Lola no perdió oportunidad para llevarme de compras y convencerme de adquirir cientos de cosas que no necesitaría, también había hablado con mis padres, pero no me sentía muy orgullosa de haberles mentido de esa manera. El simple hecho de decir que me iría todo un fin de semana con un muchacho a solas haría que se espanten, ¿cómo podría mencionar que este, además, era mi profesor? Verdaderamente era una locura ponerlo en palabras y no esperar que todos hagan un escándalo.

Mientras esperaba a Sam en la puerta de nuestro edificio me sentía satisfecha de haber reducido todo lo que durante esta semana fueron kilos de equipaje a una simple maleta, observé el cielo para confirmar lo que ya sabía, llovería todo el fin de semana.

—¿Qué hace aquí? —la voz del señor Russel, el portero de nuestro edificio me sacó de mis pensamientos.

—Buenas noches, me voy por el fin de semana, estoy esperando a… un amigo.

—Eso me parece bien— contestó el en tono cortante y volvió a meterse en el edificio, intenté sonreír como respuesta.

El flamante vehículo negro aparco junto a la acera y Sam abrió la puerta desde adentro del mismo para mí, algo en aquella imagen le causó mucha gracia.

—¿Eso es todo?

—¿A qué te refieres?

—¿No deseas cargar un kit de supervivencia?

—Te burlas de mí—sentencié.

—Tal vez puedas necesitar una carpa

—Sam.

—O un chaleco salvavidas.

—No es gracioso.

—No te enojes conmigo—pidió.

—¿Me abres la puerta trasera para meter la maleta o piensas seguir burlándote de mí?

—Lo estoy decidiendo aún.

—Eres un tonto.

—Eres muy bonita—dijo abriendo la puerta para mí y yo empujé la maleta para luego sentarme junto a él visiblemente molesta.

En el camino Sam se entretuvo investigando los detalles de la preparación de la maleta y de las compras de esa semana, el viaje fue largo y yo cantaba cada una de las canciones que pasaban en la radio, notando que a él no le agradaba demasiado la música de esos días.

Desde la ventanilla se podía apreciar el mar corriendo a la par nuestro, invitándome a bajar de aquel auto y disfrutar de ese paisaje, aún que el cielo anunciaba la gran tormenta que se aproximaba sin importarle que esos serían nuestros primeros días juntos. Ya caída la tarde Sam aparcó el auto junto a una gran cabaña en la playa, cuyas grandes ventanas invitaban a pasar largos ratos mirando hacia el mar.

Llegamos, recuerdo que dijo y sólo obtuvo una gran sonrisa de vuelta, de alguna manera nuestra escapada me recordaba a las que solíamos tener con mi familia frecuentemente. Cuando bajamos intensas gotas comenzaron a caer para darnos una cálida bienvenida y Sam, que hacía segundos había agradecido llegar antes de que comenzara el chaparrón, comenzó a reír mirando hacia el cielo y me pareció escucharlo cuestionar la lluvia en un susurro.




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