Almas antiguas

Capítulo 6: La playa. Parte 3

Esa noche Sam se decidió a amasar pizzas, lo que también resultó en muchas risas, montones de harina desperdiciados y dulces besos robados. Luego nos acurrucamos junto al hogar y vimos películas hasta que caí dormida.

 

—Desearía que no tuvieras que irte y dejarme con ellos— escucho mi propia voz, mis ojos están clavados en donde el cielo se junta con el mar.

—Sabes qué debo hacer esto.

Es Sam quién habla esta vez.

—No confío en ellos— susurré.

—Harriet, prometo que van a cuidarte.

Las olas avanzan hacia la arena. No contesto, no deseo pelear si esta es la última vez que voy a verlo en mucho tiempo.

—Harriet…

—Lo sé.

—Debo hacer esto para que tu no seas el primer objetivo de todos.

—¿Qué tan terrible es que eso no me importe?

—Me importa a mí— dice crudamente.

El suave pañuelo que llevaba en mi cuello vuela en la playa, como si desearía desaparecer con el mar.

Me paro lentamente ante la mirada atenta de Sam y no puedo evitar sentir un poco de tristeza.

—Se lo han llevado las olas, espero que no desaparezcas para cuándo regrese.

 

Los latidos de mi corazón se sentían fuertemente en mi garganta cuando la luz del día golpeó mi rostro, busqué a tientas en aquella gran cama y Sam no se encontraba a mi lado. Pasé una mano por mi cabello para intentar arreglarlo y bajé lentamente las escaleras.

—¿Sam?

La cabaña se encontraba vacía, y sólo estaba iluminada por los enormes ventanales cubiertos de gotas. Me entristeció notar que aún llovía. Al llegar a la cocina me inundó el aroma a café y tostadas, Sam había preparado el desayuno y había desaparecido.

Pensar en eso me hizo recordar el sueño de la noche anterior y en cómo esas conversaciones se volvían tan reales a medida que pasaba mas tiempo a su lado, no podría hablar con él ni con nadie de eso sin esperar que piense que estaba completamente loca.

Pasaba la mañana y Sam no regresaba, su teléfono estaba aún en la cocina, lo que me hacía creer que no esperaba tardar tanto, el café se enfrió y mas cerca del mediodía decidí preparar un pequeño almuerzo, aún preocupada.

Cuando todo estuvo listo coloqué dos platos en la mesa y escuché que se abría la puerta. Me dirigí rápidamente hacía la cocina y logré ver a Sam con su camiseta rasgada antes de que se apresure a quitársela.

— Ahí estás— me acerqué a él sin quitar la vista de la camiseta que intentó ocultar colocándola sobre su hombro.

—Emma lo siento, tuve que salir para que reparen el auto— explicó sin mirarme a los ojos.

—¿Pasaba algo con el auto?

—Estaba perdiendo mucho aceite, pero ya está todo solucionado.

Me acerqué hasta la ventana para echar un vistazo el lugar donde estaba aparcado el auto y confirmar mis sospechas, ni una gota de aceite. Sam antes de que pase un segundo mirando me tomó de la cintura.

—Vamos Emma, ¿Qué es ese aroma?

—Cociné algo rápido, no sabía cuanto te ibas a tardar.

Sam se acercó a la cocina, mientras el destapaba las ollas aún con la camiseta sobre su hombro me distraje por un momento observando los músculos de su espalda que eran dignos de mi admiración hasta que una gota de sangre se derramó de una herida tapada por la camiseta.

—¿Qué es eso Sam? Estás sangrando

—No es nada— se alejó rumbo a la habitación— ya sabes, cuando intenté reparar el auto me di un golpe, todo está bien.

—¿No hay nada más que deba saber? —pregunté con el ceño fruncido.

—La comida huele deliciosa— terminó antes de dirigirse a la habitación. El almuerzo fue en silencio por un momento hasta que decidí dejar de lado el asunto y disfrutar del día a su lado. El sol había decidido salir después de todo, y se acercaba un día hermoso sin mencionar el viento que aún permanecía en la playa.

Sam colocó algunas frutas y bebidas en una canasta, unas mantas, libros que nos parecieron interesantes a ambos y decidimos montar un pequeño picnic en la playa que estaba desierta por alguna razón.

Lo observé ordenar nuestras cosas mientras que yo revisaba los libros que había cargado, los mismos que por alguna razón llevaba en su auto.

—Veo que te gusta la historia— comenté sentándome a su lado.

—Es interesante la capacidad que tiene el que la cuenta de hacerlo a su favor.

—Supongo que tienes un buen punto, pero deberíamos saber lo que realmente ha pasado para juzgarlo.

—Nunca podríamos saberlo, ¿y tú?

—¿Qué pasa conmigo?

—Quiero ver uno de tus libros.

—Muchos romances, y algunos de misterio.

—¿Te gusta el misterio? — preguntó sonriendo.




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