Almas antiguas

Capítulo 11: En el infierno. Parte 3

—¡Por Dios Sam! —lloré.

Llorar, maldecir y rezar sintiéndome diminuta e incapaz de salvar a las personas que amaba era todo lo que podía hacer.

Algunos hombres se precipitaron hacia la puerta del edificio y colocaron a una chica en una camilla para luego correr rápidamente hacia la ambulancia. La adrenalina se apoderó de mi cuerpo y corrí tras ellos con el corazón en mis manos.

—¿Quién es ella? Por favor necesito que me dejen verla.

—¡No hay tiempo para eso! —gritó uno interponiéndose en mi camino mientras las puertas de la ambulancia se cerraron de un fuerte golpe.

En cuestión de segundos una fuerte explosión provino del edificio haciendo que todos se alejasen por instinto, al menos eso hicieron todos los que valoraban su vida lo suficiente, por lo que yo corrí hacia él hasta que logré verlo entre la humareda.

Sam traía a Lola en sus brazos y se la entregaba a los paramédicos rápidamente.

—¿Cómo está ella? — por poco choqué con él y me sostuvo.

—Necesita un médico con urgencia, deja que la lleven.

—Necesito verla—lloré.

—Tu brazo está sangrando Em, te llevo al hospital, podrás ver a Lola.

Lo seguí caminando lentamente por el dolor que comenzaba a sentir en mi pierna, él se paró junto a un auto y forcejeó la puerta.

—¡¿Qué estás haciendo?! —grité mirando hacia a todos lados.

—¡Es una urgencia, lo devolveré!

—¡Esto es robar Sam!, ¡es un delito! —acusé enojada. Él entró en el auto fácilmente y abrió la puerta desde adentro para mí.

—No si lo devuelvo.

—¡Estoy segura de que sigue siendo un delito Samuel! —grité secando mis lágrimas.

—Sube al auto Emma, tu brazo está sangrando y no sé cuánto tiempo podrás mantenerte de pie.

—No pienso subir a un auto robado.

—Prestado—me interrumpió.

—Estás loco, esperaré otra ambulancia—me crucé de brazos, mi cabeza comenzaba a arder lentamente, la adrenalina abandonaba mi cuerpo dando paso al dolor.

—¡Emma sube al auto!

—No me hables en ese tono—sentencié fulminándolo con la mirada.

—Emma por favor, te prometo que devolveré el maldito auto. Sube. Ya.

—No Sam, estás loco.

—¡Maldita seas mujer! —exclamó bajando del auto y di un paso hacia atrás con mis ojos abiertos como platos—¿Por qué tienes que ser tan testaruda todo el tiempo? ¡Estás a punto de desmayarte, sube al auto!

—No.

—¿Eres policía?

—No

—¿Quieres ver a Lola? —susurró. De inmediato supe que eso era más importante.

—Lo devolveremos, ¿me lo prometes? —contesté de mala manera.

Asintió y beso mi frente. Por un segundo lo miré a los ojos y sentí que todo lo que habíamos vivido aún estaba ahí. Sin hablar subí en el auto y Sam condujo más rápido de lo normal.

 

Cuando por fin llegamos todos los sonidos retumbaban en mi cabeza como taladros, los médicos corrían de aquí para allá, y pasaron varios minutos hasta que logramos hablar con una.

—Quisiera saber dónde está Lola Donnely— pedí. Ella me miró con cara de confusión. —Es pelirroja, estuvo en el incendio… por favor necesito verla.

—No teníamos sus datos personales, espero que puedas proporcionarnos información.

Asentí lentamente.

—Por desgracia su estado es grave y no puede recibir visitas aún, pero creemos que se pondrá mejor.

Como si un hielo recorriese toda mi columna la sensación invadió todo mi cuerpo y aflojó mis piernas, oí a Sam agradecer antes de perder el conocimiento.

 

—Emma…

Abrí mis ojos despacio y la escasa iluminación de la habitación alcanzó para hacer doler mi cabeza.

—¿Qué ha pasado?

—Te diste un terrible golpe en la cabeza, tienes una contusión, los médicos no creen que has llegado al hospital caminando.

—Me duele—murmuré tocando mi brazo izquierdo.

—Si, te han hecho varios puntos— contestó con su cabeza gacha.

—¿Y cómo está Lola?

—No me dijeron nada y no pude dejarte sola.

—Por favor ve a preguntar ahora, ya estoy bien.

—No puedo dejarte Emma.

—Escuchaste mi mensaje—afirmé.

—Lo siento, voy a contarte todo, no más secretos entre nosotros. Creí que te estaba protegiendo alejándome de ti sin que sepas la verdad. Creí que si te mantenía alejada no lo notarían. Yo, te fallé una vez más— expresó abatido.

Sostuvo mi mano entre la suya.

—Acepté un riesgo que no me correspondía, la elección de arruinar tu vida no era mía. Nunca tendría que haberme acercado a ti, fui un egoísta y me merezco el infierno que viviré si vuelvo a perderte.




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