La vida de mis mejores amigos también estaba arruinada, mi familia debería estar aterrada sin saber de mí, y yo estaba allí sola sin poder solucionar las vidas de todos ellos ni la mía.
Los primeros rayos de sol golpeaban mi rostro y las lágrimas no cesaban.
—La ultima vez que te vi llorar así sentí que mi alma se partía en dos y se quedaba contigo antes de atravesar la puerta de tu apartamento.
Sequé mis lagrimas y me volteé para encontrar a Sam detrás de mí.
—El cumpleaños de Lola—musité.
—Creí que moriría sólo por dejarte allí llorando sola.
—Creí que te importaba.
—Te amaba, eres mi vida desde el momento en el que tus ojos de cielo se encontraron con los míos en aquel aparcamiento.
—No hacías un buen trabajado haciéndomelo saber—me queje.
—Lo sé, creí que estarías a salvo si no estabas cerca de mí.
—Recuerdo muy poco de esa noche, pero se que lloré tanto como ahora.
—No puedo olvidar esa noche, me atormenta pensar en que ese maldito demonio te tocaba como yo querría hacerlo—se acercó a mí y rozó mi mejilla con la punta de sus dedos. Me estremecí. ¿Qué estaba diciendo? Tenía vagos recuerdos de aquella noche, pero sabía lo que había sucedido con Caleb.
—Deseaba que fueras tú el que estaba allí conmigo—confesé. Sam secó mis lágrimas.
—Pero mi mayor arrepentimiento de aquella noche es dejarte sola en la ducha—pegó su cuerpo contra el mío.
Sin poder contenerme rodee su cuello con mis brazos y nos fundimos en un profundo beso cargado de pasión que habíamos contenido por tanto tiempo. Samuel hizo remolinos en mi cabello sin encontrar una posición en la cual posar sus besos hasta que sus manos descendieron descaradamente por mis piernas como había confesado que deseaba hacer y subió hasta mis muslos para cargarme en sus brazos. Rodee mis piernas a su cintura sin despegarme por un segundo de su boca. Desde aquella posición podía sentir cuanto me deseaba y descubrir al hombre debajo del ángel que me sostenía con fuerza en sus brazos. Sam lograba hacerme perder la cabeza y no extrañaría la sensación de respirar si deseara besarme así por el resto de mi vida.
—He querido hacer esto desde aquella noche en la que te quitaste la ropa para mí, jamás debí dejarte sola en la ducha— reveló cuando mi espalda se encontró con una fría pared.
—¿Te has visto en ese traje? He deseado esto siempre—susurré avergonzada.
Sam se detuvo por un momento y buscó mi mirada, no sin antes besar mi frente y mis mejillas como si se tratara de algo divino.
—¿Estás segura? —pidió permiso aún sin soltarme.
—Sí— titubeé avergonzada.
—Te amo más de lo que jamás he amado—confesó y su sonrisa tembló de un modo casi imperceptible, aquello me pareció el gesto mas tierno y delicado alguna vez haya visto. Era un ángel, pero aquello era tan humano y real que invadió mi corazón.
Nada de lo que pudiera decir sería suficiente para expresar lo que sentía por él, antes de que pueda notarlo bajó unos escalones y empujó con su cuerpo una vieja puerta de madera.
Pensé que aquel vestido fue hecho para encontrarse con su camisa en el añejo piso de piedra.
Cada beso que depositaba sobre mi piel dejaría una marca por siempre, sólo por unas horas le robamos al universo un puñado de felicidad que, tal vez, deberíamos pagar por siempre. Pero ¿de eso no se tratan los sueños? Lo arriesgaría todo una y otra vez por encontrarnos abrazados en aquella cama cada día de mi vida.
Supimos que estaríamos cerca del mediodía cuando comencé a sentir hambre y Sam sonrió.
—Por mucho que desearía quedarme aquí y repetir eso una y otra vez, debemos ir con tus amigos y prepararnos para rescatar a las tres llaves que tienen mis hermanos.
—Lo sé, desearía que esta fuese mi vida—me lamenté.
—Me has dado tanta felicidad que me permitiría olvidar los cientos de años que pasé muriendo lentamente sin ti.
—Eres mi vida ¿Lo sabes, no es así? —pregunté abrazando su pecho.
—Eres lo que me mantiene vivo—confesó.
Me sentí triste por él.
—¿Qué has hecho luego de que Harriet muriera? ¿Alguna vez tú?... —no pude continuar la pregunta.
—Debía continuar, y debía buscarte.
—Pero estuviste sólo todos esos años.
—No deseaba a nadie más.
Una pregunta seguía dando vueltas en mi mente, no podía contenerla.
—¿Y Madison? —murmuré. Temiendo su respuesta.
—Madison estuvo a mi lado siempre, ella me ayudó a seguir adelante—confesó. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Lo sabía. No entendía porque aquello me dolía tanto, no podía reprochar de lo que el había hecho aquellos años. Desvié mi mirada para que no lo note.
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Editado: 14.07.2019