Almas de Media Noche

Capítulo 3

Han pasado dos días desde que Odvier nos reveló parte de nuestro linaje. El tío desaparecido, reaparecido y misteriosamente elegante había soltado más información en una tarde que en años de ausencia. Y aun así… había dejado demasiadas preguntas abiertas.

Sí, confirmó que mamá está viva. Sí, que seguía en contacto con ella… pero que recientemente perdió contacto con ella. Y yo me pregunto: ¿qué clase de acuerdo tiene un hermano con una hermana desaparecida para hablarse en secreto durante seis años sin decirle nada a sus sobrinos? ¿A sus hijos? Si eso no es material para una telenovela, no sé qué lo sea.

Así que ahora somos cinco buscando respuestas. Mamá está viva, pero lejos. Nuestra sangre es élfica, pero también algo más. Y yo… yo me siento atrapada entre el “wow, esto es increíble” y el “me quiero meter bajo la cama y fingir que no existo”.

No le he contado nada a mis únicas amigas. No puedo. ¿Cómo les digo que soy una especie de coctel de razas mágicas y que los vampiros, hombres lobo y hadas son tan reales como los impuestos? No quiero que me miren diferente. No quiero perder lo único “normal” que aún me queda.

Suspiro. Es jueves, y estoy agotada. Midas y yo cargamos con toda la información como si fuera un saco de piedras. Aún no hemos hablado con Maeve ni con Muna sobre Odvier. Pero sé que hoy cambiará.

Unos pasos apresurados suenan en la planta superior. Seguro es Muna. Su risa y su energía siempre logran suavizarme el pecho, aunque últimamente hay algo en ella que… me inquieta.

El silbido de la tetera me recuerda que olvidé apagarla. El pan tostado quemado confirma que soy un desastre.

—Eso huele horrible —dice Maeve entrando a la cocina, dejándose caer en el taburete como si el mundo le pesara—. ¿Hay cereal?

—¿Vas a vivir a base de cereal? —le lanzo una mirada mientras saco el pan achicharrado de la tostadora—. Tienes pan, huevo, queso… algo con más dignidad. Me preocupas, Maeve. Cada día estás más delgada.

—¿Y no sería eso lo ideal para la sociedad? —responde con sarcasmo, clavándome la mirada.

Respiro hondo. Su humor negro a veces me mata la paciencia. —Cuida cómo me hablas, hermana. Sabes que tengo la mano suelta y sería una lástima que la ortodoncia terminara de adorno en el piso.

Ella baja la mirada, removiéndose en el asiento. —Nada… solo me siento frustrada. Ahora más que antes. Me siento… extraña.

—¿Extraña cómo? ¿Como cuando crees que te vas a enfermar? ¿O como cuando quieres tirarte un gas y se queda atorado? —le sonrío.

Ella suspira, y la tensión baja. —Eres una payasa, Merath. ¿Cómo puedes hablar de popó mientras cocinas?

—Lo leí por ahí, estimula los intestinos. El cerebro entiende que necesitas mover algo y… ¡puf! magia natural.

Entra Muna con su uniforme escolar, arrugando la nariz. —¿Por qué siento que hablar de popó durante la comida suena más obsceno de lo que debería? Estoy lista para ser “estimulada por dentro”.

—¡Me niego! —interviene Midas, apareciendo en la puerta, divertido—. No permitiré que ninguna de ustedes sea estimulada de ninguna forma.

La risa me explota en el pecho. Maeve se une, Muna sonríe y Midas sacude la cabeza, conteniendo la carcajada.

—¡Ya basta! —digo entre carcajadas—. ¡No más charlas de estimulaciones mierdal!

—¿Mierdal existe? —pregunta Muna.

—Solo en el diccionario de Rathy —responde Maeve con media sonrisa.

Y de repente, por unos segundos, todo parece normal. Una familia disfuncional, pero feliz.

—No lleguen tarde hoy —digo, mientras todos comen—. Vendrá alguien a cenar.

Maeve arquea una ceja. —¿Un novio, hermana? ¿Midas te deja?

—Midas no tiene por qué dejarme nada —respondo seca. ¿Qué soy, su mascota? —Cuando tenga un novio, será porque yo lo decida.

El desayuno termina con risas. Una pausa antes de la tormenta.

Horas después, estoy agotada y decido recostarme en el sillón. Me hundo en un sueño extraño: sombras, humo denso, un aroma metálico… y una voz grave que me estremece.

—Merath…

El humo forma una figura imponente. Ojos de chocolate claro con destellos dorados. Cabello negro cayendo hasta los hombros.

—Soy Lutgard Vasile. Y tú aún no deberías estar aquí.

Mi garganta se cierra. —¿Qué quieres de mí?

—Muy pronto lo sabrás. Y cuando ocurra… no habrá retorno.

El humo estalla en luz dorada. Abro los ojos jadeando en el sillón.

Muna me observa, inclinada sobre mí, con esa calma inquietante que me eriza la piel. Por un instante, no sé si sigo soñando.

—¿Qué pasa? —pregunto, con un hilo de voz.

Ella parpadea, sonríe levemente, y guarda silencio. Ese silencio suyo que corta más que cualquier palabra.

Cuando Midas y Maeve llegan más tarde, la tensión se disipa un poco con sus bromas. Pero en el fondo sigo atrapada en la mirada de Muna.

Entonces suena el timbre. Y, como lo temía, aparece Odvier, impecable, clásico, como salido de una revista de los años cuarenta.




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