La sala vibraba con un silencio tenso después de los comentarios irónicos de Maeve en medio de la cena. Los platos de la cena estaban recogidos, pero la tensión seguía flotando, más densa que el humo de un incendio. Cada vez que miraba a Muna, su expresión me provocaba un escalofrío. Esa mirada suya, fija, tranquila, como si ya supiera lo que iba a pasar, me resultaba más espeluznante que cualquier amenaza.
Odvier se levantó con la elegancia de siempre, como si la incomodidad del momento lo alimentara. —Es hora —dijo con voz grave.
¿Hora de qué? ¿De que por fin admita que es un elfo narcisista con complejo de maestro de ceremonias?
Nos llevó hacia un pequeño mueble y abrió un compartimento oculto. Lo que sacó de allí me dejó helada.
Un artefacto metálico, redondo, con inscripciones antiguas que brillaban suavemente. ¿Eso respiraba? No es que se moviera, pero se sentía vivo.
—¿Desde cuándo estaba eso ahí? —pregunté, incapaz de apartar la mirada.
—Esto —dijo Odvier, acariciándolo como si fuese un trofeo— es un xirqit. Solo se activa con sangre. Revela el linaje oculto que corre por tus venas.
El estómago me dio un vuelco. —Ajá… claro, porque todos tenemos un detector de ADN élfico en el mueble de la sala. Súper normal.
Maeve con brazos cruzados sentada en el sillón de uno, lo miraba con fascinación morbosa, como si esperara que de allí saliera algo concediendo deseos. Midas, en cambio, retrocedió un paso, rígido.
—¿Sangre? —murmuró Maeve—. ¿Esto es real?
—Más real que cualquiera de tus ironías —respondió Odvier con su tono elegante, siempre al borde de la burla.
Muna, en silencio, observaba. Esa niña tenía una habilidad para mirar como si estuviera diseccionando tu alma con bisturí.
Yo tragué saliva. El aire se sentía denso, cargado.
—Merath, vamos —dijo Odvier, mirándome con esa mezcla entre diversión y autoridad que me sacaba de quicio.
—¿Vamos qué? ¿De poner el dedo y esperar que no me arranque la mano? —Intenté sonar ligera, pero mi voz tembló.
Odvier sonrió. —Exactamente eso.
El aparato parecía esperarme. Di un paso hacia adelante, con las piernas temblando más de lo que admitiría jamás. Coloqué el dedo índice en el centro.
De inmediato, un estremecimiento recorrió la sala. El xirqit se abrió y de él emergió una diminuta boca, como la de una sanguijuela, que se clavó en mi piel.
Un grito se quedó atrapado en mi garganta. El dolor no era insoportable, pero la sensación húmeda y fría subiéndome por el brazo fue asquerosa. Sentía cómo chupaba mi sangre directo hasta el corazón.
Perfecto. Mi primera cita seria es con un aparato chupasangre. Bravo, Merath.
Cuando se soltó, un hilo de luz comenzó a recorrer la superficie del artefacto. Palabras en un idioma desconocido aparecieron flotando.
Odvier frunció el ceño. —No puede ser…
—¿Qué? —pregunté, tambaleándome.
—¡¿Eres acaso humana?! —su voz retumbó en la sala, pero su tono de incredulidad lo percibía muy bien—
Maeve dio un bufido, levantando las manos. —¡Obvio que es humana, Odvier! ¿Qué esperabas? ¿Un unicornio?
—No —Odvier negó, serio, ignorándola—. Es mitad humana, mitad élfica… o por lo menos es lo que dice aquí, pero hay otra sangre. Una que no se integra. Que se aferra a ella como si se negara a desaparecer.
El silencio se volvió sofocante. Sentí que el aire me apretaba los pulmones.
—Entonces… ¿qué soy? ¿Qué es esa sangre que dices que está? —mi voz sonó más fuerte de lo que pretendía, esto no me estaba gustando nada.
Odvier se inclinó hacia el aparato, su rostro iluminado por el resplandor. —El linaje de esta sangre guarda algo antiguo. Esto no debería estar aquí.
La luz del artefacto creció hasta cegarnos. Sentí que mi sangre hervía, que cada célula gritaba en mi interior. Caí de rodillas, jadeando, con el corazón martillando.
Maeve gritaba, Midas me sostenía, Muna no se movía un centímetro, pero su rostro demostraba su preocupación.
Y en medio de todo, escuché las palabras de Odvier, graves, definitivas:
—Merath… la verdad de esta sangre apenas comienza a revelarse.
Un escalofrío heló mi columna. Lo supe en ese instante: lo que acabábamos de ver no era ni la mitad de lo que venía.