Pasando unos días el sol entraba por la ventana, tibio, como si el mundo no tuviera idea de la tormenta que me estaba tragando. Frente a mí, la maleta abierta parecía burlarse. ¿Qué se empaca cuando no sabes si vas a regresar? ¿Un par de mudas de ropa, un cepillo de dientes… o una brújula para encontrar de nuevo tu propia vida?
Una parte de mí quiere mandar todo esto al diablo, cerrar la puerta y hacer como si nada. Yo no había pedido esto. Pero la otra… la otra se muere de curiosidad. Necesito saber qué es esta vinculación que me llama a pesar de resistirme y aunque me parta en dos lo intentaré.
Metí un par de pantalones, camisetas, lo esencial. Cada prenda que doblaba parecía pesar el doble.
Más tarde, me encontré con Midas y Maeve en la sala. No había escapatoria; era la conversación que veníamos evitando.
Midas estaba sentado con los codos sobre las rodillas, la mirada fija en el suelo. Maeve, en cambio, se reclinaba en el sofá con los brazos cruzados, fingiendo indiferencia.
—Entonces… ¿ya decidiste? —preguntó Maeve, con ese tono seco que siempre escondía algo más.
Asentí, tragando saliva. —Sí. No es que quiera irme, pero no puedo seguir ignorando esto. No después de todo lo que pasó.
—Esto es una locura —murmuró Midas, sin levantar la vista—. No deberías cargar con esto sola.
Me senté frente a ellos, buscando sus ojos. —No estoy sola. Los tengo a ustedes. Pero esta parte… esta parte me toca a mí.
Maeve bajó la guardia por un segundo, suspirando. —Yo solo… odio sentir que no puedo hacer nada. Siempre hemos evitado involucrarnos con las otras razas; por mamá y lo que le hicieron.
Todos nos tensamos, el ambiente se sentía pesado.
— No sabemos si fueron cosas de ellos, pero algo pasó con mamá; está viva y eso es lo que importa. Aunque ella no esté aquí —comentó con amargura Midas su mirada fijada en el suelo—nunca nos ha gustado esa parte de nuestra sangre.
—¿Y crees que a mí me gusta? —le respondí, suave pero firme—. No quiero esto. No pedí nada de esto. Pero si no lo enfrento, ¿qué nos espera?
Midas levantó finalmente la cabeza. Sus ojos estaban llenos de rabia contenida y miedo. —Lo único que me importa es que no te pierda también.
Ese “también” me golpeó en el pecho.
Tomé aire, sosteniendo su mirada. —No me vas a perder. Te lo prometo. Pero necesito que entiendas algo, Midas: tu papel ahora es cuidar de Maeve y de Muna. No pueden ir conmigo.
Él apretó la mandíbula, como si quisiera discutir. Pero esta vez no lo hizo.
—Eso es lo que no entiendo, porque debes estar sola —comentó Midas restregando la mano sobre la cara mientras suspiraba pesadamente— quiero golpear algo.
—Midas… —Murmuro Maeve levantándose de donde estaba yendo a donde estaba Midas pasándole las manos por los hombros— tampoco estoy de acuerdo con esto, pero si tiene que hacerse que se haga; aparte de eso Muna ha estado como rara — me mira significativamente— y lo sabes.
Asentí despacio. —Lo sé. Y precisamente por eso necesito que ustedes dos estén aquí. Muna nos necesita más de lo que parece.
Un silencio pesado nos envolvió. Entonces, por primera vez en mucho tiempo, los tres bajamos las defensas.
—Tengo miedo —confesé, apenas en un susurro.
—Yo también —respondió Midas.
—Y yo —admitió Maeve, con los ojos vidriosos.
Nos quedamos así, los tres, compartiendo el mismo miedo y la misma certeza: todo ha cambiado.
Esa tarde me reuní con mis amigas, como si todo fuera normal. Remi, Aley e Ivy tenían la capacidad mágica de hacerme olvidar el mundo cuando quería.
Nos encontramos en el café de siempre, pedimos demasiado azúcar en las bebidas y nos reímos hasta de lo más absurdo. Hablamos de amores imposibles, de series tontas, de vecinos metiches. Por unas horas, me sentí simplemente Merath, no mitad elfa, mitad humana, ni pieza de un rompecabezas sangriento.
—Entonces, ¿qué tramas? —preguntó Remi, levantando una ceja mientras mordía su galleta.
Respiré hondo. Tenía que darles algo, sin darles todo. —Me voy de viaje con mi tío Odvier.
Las tres se quedaron en silencio. Aley me miró con sospecha. —¿Tu tío? ¿Ese tío que nunca está?
Forcé una sonrisa. —Sí, ese mismo. Vamos a visitar a la familia de mi madre. Ya saben, la parte que nunca conocimos.
Las tres intercambiaron miradas. El nombre de mi madre era como un fantasma que flotaba entre nosotras.
—Merath… —susurró Ivy, preocupada.
—Estaré bien —interrumpí, antes de que las dudas se hicieran más grandes—. Será un viaje intenso, no voy a poder comunicarme mucho. Pero leeré sus mensajes. Responderé cuando pueda.
Ellas no parecían convencidas, pero aun así me abrazaron con fuerza. Y por un momento, la risa volvió. Pasamos la tarde como si el mañana no existiera, y esa ilusión de normalidad fue un regalo.
La ilusión terminó al caer la noche.
Abrí la puerta de mi cuarto y lo encontré allí. De pie junto a mi ventana, como si la oscuridad misma lo hubiera traído.