El sonido del timbre retumbó en el eco solemne de la mansión. Un nudo se me formó en el estómago. Había pasado la mañana entre rutinas para distraerme, pero en cuanto Odvier anunció su llegada, la inquietud me devoró de golpe.
Lo recibí en el vestíbulo. Como siempre, impecable: su porte elegante, su sonrisa apenas irónica y el brillo afilado de sus ojos élficos. Pero esa vez, su mirada me recorrió de arriba abajo con un matiz distinto: serio, evaluador.
—Sobrina —me saludó con un leve asentimiento—. Aquí estoy.
Lo conduje a uno de los salones menos tétricos de la casa. Una chimenea apagada, cortinas pesadas y dos sillones amplios. El contraste entre él y la mansión era casi cómico: Odvier irradiaba un refinamiento natural, mientras el lugar parecía diseñado para intimidar.
Nos sentamos frente a frente. Yo crucé las piernas y lo observé en silencio, esperando.
Mientras el miraba a su alrededor con una mueca en su cara y yo lo miraba entre intrigada y ansiosa, dijo:
—Merath —comenzó él, sin rodeos—. Lo que estás viviendo no es un simple capricho de destino. Si el vínculo que te une a Lutgard está alterando su estado… —sus facciones se endurecieron— entonces no estamos ante una unión de maestro y aprendiz.
Lo miré con el ceño fruncido.
—¿Qué significa eso exactamente? ¿alterando su estado? Ayer estaba bien.
—¿Segura? —me devolvió la mirada con un gesto intranquilo— No lo conozco en persona, pero sé quién es. ¿No ha habido algo diferente desde que lo conociste?
—Bueno… hace unas horas lo vi algo extraño —comenté mientras recordaba ese momento— ¿Qué tratas de decir?
—Significa que su sangre, la de él, no debería haberse enlazado con la tuya. No existe registro de que la línea real vampírica pueda unirse a otra raza. Es antinatural, un detonante. —Su voz sonó grave, con un dejo de alarma que rara vez le escuchaba—. Y si está ocurriendo, debes estar preparada.
Mi mente trabajó a toda velocidad.
¿Realeza vampírica?
¿Compañeros, no solo maestro-alumno?
Las palabras rebotaban en mi cabeza como piedras lanzadas con furia.
Abrí la boca para responder, pero no llegué a hacerlo.
El aire cambió de golpe, las emociones que circulaban eran abrumadoras.
El cuerpo de Odvier se tensó, como si algo invisible lo hubiese empujado. Sus ojos se afilaron y sus facciones perfectas se transformaron: mandíbula más dura, cejas descendidas, un brillo salvaje en su mirada. Como si la elegancia se desmoronara para dar paso al guerrero ancestral que llevaba dentro.
Me puse en pie con el corazón acelerado, justo cuando una sombra oscura se deslizó hacia la sala.
Lutgard.
No era el Lutgard habitual —cínico, arrogante, dueño de cada palabra—. Era un espectro de furia contenida. Sus ojos rojos ardían como brasas, sus pasos eran felinos, y el aire alrededor de él vibraba con tensión.
Se detuvo en el umbral y su voz salió grave, como un gruñido:
—Elfo.
La forma en que lo dijo fue puro veneno. Desprecio.
Odvier se puso de pie de inmediato, la misma hostilidad ardiendo en su mirada.
—Vampiro —escupió las palabras como si fueran un insulto—.
Y entonces cargaron.
El movimiento fue tan rápido que apenas lo procesé: Lutgard atravesando la sala como una sombra viviente, Odvier respondiendo con una fluidez imposible, bloqueando y esquivando con gracia letal. El choque de energías casi me derribó.
—¡Basta! —grité, corriendo hacia ellos.
Quise ponerme al lado de mi tío, pero Lutgard interceptó mi paso con un gruñido salvaje, mostrando colmillos. Sus ojos me atravesaron con un brillo posesivo que me heló y encendió al mismo tiempo.
Por un instante, lo vi tal cual era: un depredador en guerra consigo mismo.
Y contra toda lógica, no sentí miedo.
Me acerqué más. Su cuerpo tenso bloqueaba el mío, y sin pensar demasiado, puse la mano en la parte baja de su espalda. Sentía que tenía que hacerlo.
Y el efecto fue de inmediato. Sus músculos se endurecieron aún más, como si mi toque hubiese prendido un fuego dentro de él.
Bien, Merath. Excelente idea. Tocar al vampiro descontrolado. ¿Qué podría salir mal?
Pero no me detuve.
Me moví con un gesto casi cómico, pasando por debajo de su brazo como si esquivara un portero de discoteca, y lo abracé de lado. Mi mirada se encontró con la de Odvier, que se había quedado congelado en un gesto de sorpresa. Sus ojos estaban brillando de color verde caña.
—Está enlazado —susurró, como si acabara de descifrar un enigma imposible.
Lutgard gruñó bajo, casi irracional, pero el contacto le arrancó un segundo de claridad. Solo uno, suficiente para que sus palabras emergieran, ásperas:
—¿Qué demonios significa eso? —le espetó a Odvier, con una grosería cruda, los ojos aun brillando como fuego.
Odvier respiró hondo, tenso.
—Significa que los síntomas que padeces son los de un vínculo absoluto. Hambre selectiva. Irritabilidad. Salvajismo. Obsesión. —Me miró a mí, y su tono se volvió aún más serio—. Lo que debes hacer, Merath, es alimentarlo.
Mis cejas se dispararon hacia arriba.
—¿Qué?
—Tu sangre es la única que puede estabilizarlo, si no entrara en un estado de locura.
— Pero…ayer estaba bien —repliqué alzando la mirada hacia Lutgard; la verdad se veía un poco desquiciado.
La sola idea de dejarlo acercarse cuando estamos solos me hacía sentir nerviosa ¿y ahora tengo que alimentarlo?
El silencio llenó la sala como un manto pesado.
— ¿Desde cuándo comenzaron los síntomas? —la pregunta de mi tío me hizo volver de mis pensamientos—¿Cuándo sentiste algo diferente?
Lutgard se quedó unos segundos en silencio con la respiración agitada; pensé que no le respondería cuando su voz ronca y un poco temblorosa expresó-
— No estoy seguro…—cambio su peso de una pierna a otra y pareciera como si hablar fuera difícil para el— tenemos casi dos semanas de conocernos, no debería tener una reacción tan rápida de este vínculo —musito casi murmurando— pero en la madrugada de hoy después de alimentarme, lo eché todo afuera; quemaba como si fuera veneno.