Almas de Media Noche

Capítulo 18

MERATH

El aire estaba cargado, pesado, casi sofocante. Yo me aparté de golpe, como si el contacto ardiera más que el propio fuego. Mis piernas temblaban, pero encontré fuerzas para caminar hasta el sillón frente a él y hundirme en él con brusquedad.

—Necesito… espacio —dije, fingiendo calma, aunque mi respiración aún era errática.

Lutgard no se movió. Permaneció recostado en su sillón, con la mirada fija en mí. Ya no parecía enfermo ni salvaje. Había recuperado su semblante habitual: la elegancia intimidante, la seguridad innata. Pero sus ojos… sus ojos eran distintos. Brillaban con una intensidad que confirmaba cada palabra que había dicho antes.

Eres mía.

Sentí un estremecimiento. No solo por sus palabras, sino porque, de repente, algo nuevo se abrió en mi interior. Una ola de sensaciones que no me pertenecían y que pensé no sentiría de parte de él. Emociones.

Incredulidad. Posesión. Un deseo abrumador.

Mis ojos se abrieron de golpe y lo miré fijamente.

—Puedo… sentirte.

Él frunció el ceño, su expresión endureciéndose.

—¿Qué?

—Tus emociones. —Me llevé la mano al pecho, desconcertada—. las siento.

El silencio fue denso, como si la mansión contuviera el aliento con nosotros.

Lutgard me observó como si yo acabara de romper una ley natural. Su voz salió grave, seca:

—Eso no es posible.

—Pues lo es. —Me incliné hacia adelante, desafiante—. Estás ahí dentro, Lutgard. En mi pecho. Y créeme que no lo pedí.

Él guardó silencio unos segundos, antes de murmurar con fastidio:

—Debe ser el vínculo. Tu sangre élfica amplificándolo. No hay otra explicación.

Yo solté una risa amarga, intentando aliviar la tensión.

—Maravilloso. Un GPS emocional con patas.

Su mirada fue un cuchillo afilado.

—No lo trivialices.

—¿Y qué quieres que haga? —respondí, exasperada—. Toda esta situación se sale de control cada día. ¿Y esta atracción de repente que se asoma? No lo quiero.

Lutgard me sostuvo la mirada, firme, inmutable.

—Aunque no lo queramos, ya está formado. Y yo lo acepto.

Esas palabras me atravesaron como una lanza. Me dolieron más de lo que deberían. No quise mostrarlo, así que recurrí a mi mejor arma: el sarcasmo.

—¿Y qué pasa si ya estoy enamorada de otro? —pregunté, alzando una ceja con fingida ligereza.

El cambio en él fue inmediato. Se levantó del sillón con la gracia depredadora que lo caracterizaba, pero su voz… su voz fue grave, baja, peligrosa:

—No puedes enamorarte de otro.

Se inclinó sobre mí, sus ojos rojos ardiendo.

—Si lo estás, lo dejarás de estar. Eres mía. Lo quieras o no.

Un chispazo de furia me recorrió. Me levanté de golpe, mirándolo con rabia contenida.

—¡Tú no decides eso! ¡Yo sí! Y para tu información, ya tengo a alguien.

El silencio fue un latigazo. Sus ojos se entrecerraron, peligrosos.

—Mientes.

—¿Ah, sí? —repliqué, elevando la barbilla.

—No hay nadie. —Su voz fue un gruñido—. Si lo hubiera, no serías virgen.

Me quedé helada. Un calor me subió al rostro, una mezcla de vergüenza y furia.

—¿Crees que porque soy virgen es sinónimo de no tener a alguien? —espeté—

Me di media vuelta antes de que él pudiera responder, mi corazón golpeando con violencia. Caminé directo hacia mi cuarto, cerrando la puerta de un portazo.

Me dejé caer en la cama, intentando calmar el temblor en mis manos. Estaba furiosa, dolida y… confundida.

LUTGARD

Permanecí en el salón, con mi mandíbula apretada, y la mirada clavada en el vacío.

Mis pensamientos eran un torbellino. La imagen de ella ofreciendo su muñeca. El sabor de su sangre, imposible de olvidar. La forma en que había sentido su cuerpo temblar contra el mío.

Y esas últimas palabras.

¿Crees que porque soy virgen es sinónimo de no tener a alguien?

Mi pecho ardió de rabia. No sabía si era verdad, pero solo imaginarlo era suficiente para encender un fuego salvaje en su interior.

No me gustaba perder el control. Y Merath me hacía perderlo en cada palabra, en cada gesto.

La irritación me devoraba, pero por debajo, más profundo, estaba el deseo latente, creciente. Y una certeza que me atormentaba: tarde o temprano, esa mujer sería su perdición




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