Almas de Media Noche

Capitulo 24

LUTGARD

El amanecer se filtró tímido por los ventanales, aunque yo llevaba despierto mucho antes de que la luz del sol rozara las paredes de esta casa. No era costumbre mía permanecer consciente en estas horas, pero algo me mantenía en vela. Algo que me ardía por dentro más que cualquier hambre.

El recuerdo del beso.

Y el sabor de su sangre.

Ambos me perseguían como cadenas invisibles, pesadas, sofocantes, imposibles de ignorar. Había bebido de ella hasta que el instinto me pidió parar… y aún así no era suficiente. Era como si cada célula en mi cuerpo me reclamara más. Como si hubiera despertado en mí un hambre distinta, más profunda, más sucia.

Me llevé una mano al rostro, frustrado. Nunca me había sentido así. No en siglos. La sangre era alimento, nada más. El sexo era placer físico, un juego que dominaba con frialdad cuando lo deseaba. Pero ahora… ahora era diferente. En ella todo se mezclaba. Alimentarse era placer, el placer era hambre, y el hambre era dolor. Y ese beso... ese beso fue el inicio de una cadena que me ataba más fuerte de lo que jamás imaginé.

Y lo peor es que ella también lo había sentido. Lo vi en sus ojos cuando se apartó. Lo escuché en su respiración entrecortada. Aunque negara, aunque me mirara con sarcasmo, aunque se envolviera en esa armadura de ironía… el vínculo la alcanzaba igual que a mí.

Me puse de pie, inquieto. Necesitaba pensar. Necesitaba ordenar mi mente antes de que las cosas se volvieran más… insoportables.

El sonido de la puerta abriéndose me sacó de mis pensamientos. Ethan apareció, impecable como siempre, con esa serenidad que parecía arrastrar a todos lados.

—Madrugas hoy, primo —comentó, arqueando una ceja—. ¿No se supone que deberías estar durmiendo todavía?

—No podía —respondí seco, sin darle más explicación. Salí del cuarto dirigiéndome hacia el patio, necesitaba moverme.

Ethan me estudió en silencio, como si intentara descifrar algo que ya sabía, siguiéndome hasta el lugar que me dirigía.

—Quiero saber qué demonios intentaba hacer Emma anoche.

Mi voz salió más grave de lo normal, cargada de un filo que no logré ocultar.

—Probarla —contestó él sin rodeos manteniendo mi ritmo.

Mi mandíbula se tensó de inmediato.

—Ella no es un juego.

—No, no lo es —dijo Ethan, serio esta vez—. Pero Emma la midió. Quiso ver de qué estaba hecha.

—Provocarla —gruñí deteniéndome y volteándome para mirarlo — una manera absurda de hacerlo.

Él no lo negó. Tomó aire lentamente, como si pesara cada palabra.

—Y sobrevivió a Emma, Lutgard. No todos pueden decir eso.

Me quedé en silencio. La imagen de Merath devolviéndole el cinismo a Emma, la calma fría con que soportó cada uno de sus gestos calculados, volvió a mi mente. No había caído en la trampa. Había respondido con fuego.

—Con fuego —dije finalmente, casi en un murmullo reanudando mí andar.

Ethan sonrió con ironía.

—Y eso es lo que más la incomoda. Emma no soporta no tener el control.

—Como cada uno de nosotros.

Apoyé las manos en la baranda al final de la escalera, mirando el suelo un momento. me carcomía pensar: la certeza de que Merath estaba destinada a encender conflictos mucho más grandes que nuestras peleas domésticas.

Como si hubiera leído mis pensamientos, Ethan continuó de pie a unos escalones arriba de mí:

—La familia está inquieta. Lo sientes, ¿verdad? El movimiento en las sombras. Hay rumores que llegan incluso hasta aquí.

Lo miré con el ceño fruncido avanzando pasando por la sala. Ambos dirigiéndonos al patio.

—¿Qué rumores?

—Que el linaje real está agitado. Que algunas razas se están reagrupando. Y que el equilibrio que hemos mantenido con tanta sangre y silencio podría romperse pronto —su tono de voz estaba teñida con preocupación y sus ojos dorados brillaron con gravedad cuando dijo — La verdad es que este vínculo con ella, la forma en la que se esta moviendo las cosas no es coincidencia y puedo estar un setenta y cinco por ciento seguro que tiene que ver con ella.

Un silencio espeso cayó entre nosotros. El peso de sus palabras se notaba tanto como la sangre de Merath aún en mi boca.

No contesté de inmediato.

Pasado un tiempo escuché sus pasos. Livianos, pero seguros. Merath bajaba por las escaleras.

La vi aparecer en el umbral, con el cabello suelto, mojado y ese aire de frescura que contrastaba con las sombras que nos rodeaban. Sus ojos brillaban como si el sueño no la hubiera dejado tranquila.




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