Almas de Media Noche

Capitulo 25

Después de la ducha caliente, con el cabello aún húmedo y un conjunto cómodo, bajé con la mente divagando entre pensamientos dispersos. Al asomarme, los vi en el patio: Ethan y Lutgard conversaban, aunque la diferencia en sus gestos era abismal. Ethan hablaba con naturalidad, sonriendo con esa ligereza que parecía envolverlo todo; Lutgard, en cambio, estaba rígido, observando como quien mide cada palabra y cada respiro.

Decidí unirme a ellos.

Al sentarme, la conversación fluyó con rapidez… o mejor dicho, entre Ethan y yo. Su facilidad para contar anécdotas absurdas y su forma de reír hacía que todo se volviera liviano, y pronto nos encontramos riendo de cosas tontas, compartiendo comentarios como si nos conociéramos desde hace años. Había una familiaridad extraña, natural, que me resultaba refrescante.

Pero no para él.

Lo sentí.

Lo vi.

La incomodidad de Lutgard era tan evidente como la tensión en sus hombros. Su mirada nos seguía, fija, como si en cualquier momento fuera a interrumpir… hasta que lo hizo.

Con un tono cargado de cinismo, dejó caer:

—Qué fascinante ver lo rápido que se construyen amistades… —dijo con voz grave y una sonrisa torcida que no llegaba a los ojos—. Parece que algunas personas tienen el don de conectar con otras en cuestión de… horas.

Su comentario llegó como un balde de agua fría, desgarrando la risa que había en el aire.

El silencio que siguió fue incómodo, cortante, casi palpable. Ethan parpadeó, divertido todavía, como si no se diera por aludido, pero yo sentí el peso de esas palabras clavarse en mi piel. No hacía falta ser telépata para notar lo evidente: a Lutgard no le gustaba lo que veía, y mucho menos lo que sentía.

—Acaso estas… ¿Celoso? —pregunté con ironía, ladeando la cabeza—. Porque si lo estás, al menos disimúlalo un poco mejor.

Ethan soltó una carcajada suave, echándose hacia atrás con toda la calma del mundo.

—Vaya, primo… nunca pensé que fueras tan territorial con una simple conversación.

El brillo en los ojos de Lutgard se volvió aún más oscuro, como si cada palabra añadiera leña a un fuego que ya estaba ardiendo. Yo respiré hondo, manteniendo mi sonrisa tensa. No iba a darle el gusto de intimidarme, no después de todo lo que ya había soportado.

Respiré hondo y solté el aire despacio. No iba a quedarme atrapada en esa guerra de miradas masculinas.

—Bueno… ya que terminamos de jalarnos un poco las greñas —dije con un sarcasmo dulce, mirando a ambos—, yo necesito salir.

Lutgard giró apenas el rostro hacia mí, su ceja arqueada en una clara señal de desaprobación.

—¿Salir? —repitió con esa voz grave que parecía un gruñido contenido.

—Sí, salir. —Me levanté del sillón, dando una palmada ligera en mis pantalones, como si eso marcara mi punto final—. No queda nada decente para comer, y aunque no lo creas, yo necesito comida real. Así que iré a hacer compras… y de paso visitaré a mis hermanos.

Noté el cambio inmediato en la postura de Lutgard: su mandíbula se tensó, sus hombros también. Ethan, por el contrario, sonrió con diversión, como si hubiera estado esperando esa chispa.

—Déjala, primo —intervino Ethan con tono ligero—. No puedes tenerla encerrada como si fuera un tesoro guardado bajo llave. Además… suena bastante normal lo que planea.

Yo asentí con énfasis, agradeciendo su apoyo, aunque no lo dijera en voz alta.

—Exacto. Normal. Algo que, francamente, me hace falta en este circo.

Lutgard no respondió enseguida, solo me sostuvo la mirada. Su silencio era más intenso que cualquier protesta, pero yo no estaba de humor para ceder.

—Tranquilo —añadí finalmente, ajustándome el cabello y tomando mi bolso—. Solo voy a ver a mi familia y a comprar comida. No voy a invocar demonios, ni a coquetear con las sombras.

El gruñido bajo que soltó fue suficiente para que supiera que no estaba convencido, pero al menos no dijo que no.

—Ya vuelvo —concluí, dándoles la espalda con toda la calma del mundo, aunque por dentro la tensión me recorría como electricidad.

Subí a mi cuarto con pasos firmes, aunque por dentro sentía esa presión molesta que me venía persiguiendo desde hacía un par de días. Cerré la puerta detrás de mí, dejando a los dos primos en el patio con sus conversaciones de poder masculino, y me dejé caer en la cama.

Respiré hondo, tratando de calmar el peso en el pecho, pero no era cansancio… era otra cosa. Una especie de irritación sin causa, un hervor bajo la piel. Me sentía como si la mínima chispa pudiera hacerme explotar.

Sacudí la cabeza, alcé la mirada tratando de ubicar mi celular por el cuarto hasta que lo encontré tirado en el sillón, me levanté a buscarlo y lo desbloqueé.

—Genial… ni siquiera lo he visto en dos días —murmuré sentándome.

Las notificaciones del grupo de mis amigas explotaron en la pantalla: memes, comentarios sarcásticos, indirectas tontas y, entre todo eso, sus preguntas sobre mí.

"¿Merath, sigues viva?"




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