Almas de Media Noche

Capítulo 27

Dos meses.

Ya habían pasado dos meses desde aquella primera noche en la que creí mi vida se había roto para siempre… y en cierto modo así fue. El tiempo con Lutgard se había convertido en una rutina extraña, como vivir atrapada en una jaula que parecía más segura que peligrosa, pero que igual era una jaula.

Me había acostumbrado a despertar entre los bosques grises que rodeaban aquella mansión gótica, a desayunar en silencio o con la compañía de Ethan, y a entrenar hasta quedar empapada de sudor entre risas nerviosas y moretones. Ethan era paciente, incluso divertido. Lutgard, en cambio, era todo lo opuesto: rígido, exigente, siempre midiendo cada movimiento, como si temiera que un error pudiera costarle algo que no estaba dispuesto a perder.

El entrenamiento con él no era físico, sino mental y sensorial.

—Concéntrate —me repetía una y otra vez mientras intentaba hacer lo mismo que él con la teletransportación, o manejar las emociones sin que me derribaran en el proceso.

La mayoría de las veces fracasaba. Mi sangre élfica se agitaba, pero era mínimo. Cada intento terminaba en frustración, y Lutgard callaba, observándome con esos ojos que parecían perforarme. Nunca me regañaba, nunca me felicitaba. Solo asentía y se encerraba en la biblioteca, donde llevaba semanas revisando documentos, pergaminos y libros que olían a polvo y secretos.

No habíamos vuelto a tener momentos… tensos.

No como aquella noche del beso.

Él se alimentaba de mi con una frialdad contenida, casi mecánica. Apenas un roce de colmillos, una caricia de su aliento en mi piel, y nada más. Luego, el silencio. Ni una palabra sobre lo que compartieron, como si nunca hubiera ocurrido. Y eso a mí me irritaba más que cualquier comentario mordaz.

Mis pensamientos me perseguían: ¿Fue solo el hambre? ¿O también lo quiso?

Nunca obtenía respuesta y me detestaba por hacérmelas.

Mientras tanto, mi vida social se había reducido a llamadas rápidas y mensajes de texto.

Midas siempre sonaba protector, Maeve hacía preguntas incómodas y Muna… Muna seguía siendo un enigma. Aun así, hablar con ellos me mantenía cuerda. También mis amigas. Mensajes triviales, memes absurdos, bromas de medianoche. Era lo único que la anclaba a la normalidad.

Pero había algo nuevo en mí.

Desde hace unas semanas, me he estado sintiendo distinta.

Más irritable. Más oscura.

Una amargura silenciosa que crecía en mi pecho como si algo se estuviera filtrando dentro de mí. No eran sueños esta vez. No había voces, ni sombras en la madrugada. Solo esa sensación viscosa de peligro acechando, como si estuviera siendo observada incluso cuando estaba sola.

Lo peor era que ya no podía hablar con Odvier.

El primer mes había sido constante: llamadas, advertencias, consejos. Pero hacía dos semanas que el teléfono permanecía en silencio. Ni un mensaje. Nada. Y aunque intentaba convencerme de que era normal, que estaría ocupado, mi instinto me decía lo contrario. Y eso me enfurecía.

Emma y Ethan eran otra historia. Frecuentaban la casa, aunque últimamente los veía más tensos, más serios. Algo estaba ocurriendo entre ellos, con la familia de Lutgard, con ese “movimiento extraño” del que apenas se atrevían a hablar. Y yo, en medio de todo, como un peón que todavía no entendía en qué tablero estaba jugando.

Ese día en particular, me quedaba sola en la casa. Ethan se había marchado temprano y Emma también, con uno de sus aires de misterio que tanto me irritaban. Lutgard había dicho poco, solo que regresaría más tarde.

La mansión se sentía demasiado grande cuando no había nadie más. Los corredores góticos parecían más oscuros, las paredes más frías, y cada rincón susurraba que algo estaba esperando. Me quería dar miedo, pero lo saque de mi sistema.

Me deje caer en el sofá del salón, abrazando una de las almohadas.

—Dos meses —murmuré para mí—. Y todavía no sé si quiero matarlo o dejar que me mate.

El silencio pesaba.

Un silencio que parecía observarla.




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