Almas de Media Noche

Capítulo 28

-o-

El sueño llegó como un golpe seco, sin aviso. Merath cayó en la oscuridad como si alguien la hubiese empujado hacia un abismo. El aire era más espeso que otras veces, cargado de electricidad y un extraño murmullo que no reconocía. Las sombras estaban allí, pero no eran iguales. Se movían como humo espeso, inquieto, como si supieran lo que estaba a punto de ocurrir.

—Otra vez… —susurró, mirando a su alrededor con un escalofrío recorriéndole la espalda.

De entre ese mar oscuro, una silueta avanzó. Su andar era ligero, casi flotante, y lo primero que vio Merath fue el cabello: rubio, rizado, cayendo en ondas brillantes. Después, los ojos: dorados, resplandecientes, llenos de una diversión torcida. La joven era hermosa, delicada como una muñeca de porcelana, pero su sonrisa era venenosa.

—Al fin… —dijo la voz, melodiosa, casi encantadora, pero cargada de cinismo—. Al fin puedo verte como se debe.

Merath retrocedió un paso, su instinto gritándole que aquello no era un simple sueño.

—¿Quién eres? —preguntó, con un tono más firme de lo que realmente sentía.

La rubia ladeó la cabeza, como una niña que disfruta prolongar el suspenso.

—Me gusta que preguntes… —dijo, avanzando un poco más, con esa sonrisa que parecía un filo oculto—. Puedes llamarme Zelti.

El nombre cayó sobre Merath como una piedra en el agua. No lo reconocía, pero su cuerpo reaccionó con un estremecimiento involuntario, como si esa identidad cargara un peso ancestral.

—No te conozco.

—Claro que no. —Zelti soltó una risita, suave, cruel—. Pero tu familia sí. Oh, créeme… saben muy bien quién soy. Y ahora, por fin, podré hacerles pagar lo que me hicieron.

Merath frunció el ceño, intentando ocultar el temblor de sus manos.

—¿De qué familia hablas? No sé de qué hablas —trate de hacerme la desentendida—

—Deja de hacerte la tonta y no importa que no lo sepas. Tú me eres suficiente. —Los ojos dorados brillaron más fuerte, y Zelti extendió una mano blanca, delicada—. Eres la lanza que necesito.

Antes de que pudiera reaccionar, los dedos de Zelti rozaron su brazo nuevamente con ese toque delicado como aquella vez en el supermercado, pero hubo algo diferente, su cuerpo estalló en dolor.

Un grito desgarrador salió de su garganta. Merath cayó de rodillas, jadeando, sintiendo como si miles de agujas atravesaran su piel. Era dolor físico, sí, pero también algo peor: una agonía del alma, como si su esencia misma estuviera siendo desgarrada.

—¿Sientes eso? —murmuró Zelti, inclinándose hacia ella con una sonrisa dulce, casi maternal—. Ese es mi regalo. Puedo dar placer, pero prefiero dar dolor… Y contigo, querida, voy a disfrutarlo en demasía.

Merath lloraba, retorciéndose, intentando apartarse de ella, pero sin fuerza, paralizada en el sueño.

—Basta… ¡basta!

—¿Basta? —Zelti carcajeo con un dejo de locura—. Pero si penas estamos empezando.

La oscuridad se cerraba como paredes invisibles. No había salida, no había dónde correr. El pánico subió por la garganta de Merath, sofocante. Sintió que iba a morir allí mismo, atrapada.

—¡Te encontré, Merath! —gritó Zelti con euforia y su mirada enloquecida hacia arriba mientras sus manos se apretaban juntas en su pecho como si diera un agradecimiento—. ¡Y no pienso soltarte!

En el mundo real, el cuerpo de Merath se arqueaba sobre el sofá, sudando y gimiendo de dolor.

—¡Merath! —rugió Lutgard, apareciendo en el salón en un segundo.

Ella estaba atrapada, con los labios abiertos en un grito mudo, la piel húmeda y el rostro descompuesto. Lutgard se arrodilló a su lado, sujetándola de los hombros.

—¡Despierta! ¡Mírame!

Emma llegó corriendo, los rizos castaños rojizos rebotando, seguida de Ethan. Ambos se detuvieron en seco al ver la escena.

—Está atrapada —dijo Ethan, con el ceño fruncido y los ojos dorados encendidos—. Como si estuviera atrapada en su sueño.

—¿Qué? —gruñó Lutgard, con los colmillos asomados—. ¡¿Quién se atreve?!

Emma apretó los labios, intercambiando una mirada tensa con su hermano.

—Sácala —dijo, grave—. Usa el vínculo, tráela de vuelta.

Lutgard cerró los ojos, desesperado, y hundió su frente contra la de Merath.

—Vuelve conmigo —murmuró, con voz grave y salvaje—. ¡Vuelve!

Dentro del sueño, Merath escuchó un eco, una voz que rompía el dolor. Lutgard. Sintió su presencia como un rayo que cortaba la oscuridad. Zelti frunció el ceño mirando alrededor, sus ojos cambiaron de dorados a violetas llenándose de furia gritando.

—¡No! ¡Ella es mía!

Pero el vínculo tiró con fuerza, arrancándola de las sombras. El dolor cesó de golpe y Merath despertó con un jadeo, los ojos desorbitados y el corazón latiendo con violencia.

—¡Ahhh! —gritó, aferrándose al pecho, sudorosa y temblando.

Lutgard la sostuvo fuerte, su rostro endurecido por la rabia y el miedo.




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