Almas de Media Noche

Capítulo 30

MERATH

El despertar fue lento, pegajoso, como si hubiera estado sumergida en slime líquido. Los sonidos llegaron primero: un murmullo apagado, pasos contenidos, respiraciones pesadas. Después la luz, difusa, demasiado blanca. Y al final, el dolor. Un eco agudo en su cuerpo que no parecía físico, sino algo más profundo, como si su propia alma hubiera sido desgarrada.

Abrí los ojos. Lutgard estaba cerca, demasiado cerca, sentado al borde del sofá, su mirada fija en ella con una intensidad que la hizo estremecerse. Ethan y Emma permanecían en silencio unos pasos atrás, observándola como si cargara consigo una verdad que ellos habían esperado escuchar desde hacía tiempo.

Y entonces lo recordó. Zelti. Su sonrisa torcida, su voz venenosa, el dolor quemándole desde dentro. Y lo peor: el apellido Mozeg.

Me incorporé lentamente, aunque Lutgard trató de detenerla con un gesto.

—Estoy bien… —mintió, con un hilo de voz.

Nadie pareció creerme.

El silencio pesaba demasiado. Al final fue Ethan quien habló, su voz suave pero cargada de gravedad:

—Merath… tú llevas el apellido Mozeg. Lo que significa que eres parte de la línea directa de la realeza élfica. Bisnieta del rey.

Las palabras me atravesaron como cuchillas. Me sentí desnuda, expuesta.

—Yo no… —mi garganta se cerró—. No quiero eso. Nunca lo pedí.

Emma me observaba con una mezcla de sorpresa y un destello de… ¿respeto? Era extraño. Mientras que Ethan se inclinó un poco hacia adelante, como si quisiera suavizar el golpe.

—No se trata de lo que quieras o no. Se trata de lo que eres.

Aparté la mirada. Sentía que el mundo se me desmoronaba. No era solo una mestiza perdida con habilidades extrañas. Era algo más. Algo peligroso. Algo que podía romper todo lo que había conocido hasta ahora. No quiero aceptar esta revelación, lo que quiero es mi vida semi normal de vuelta con mis hermanos. Mis hermanos.

El calor del vínculo ardió en mi pecho, recordándome que no estaba sola. Que Lutgard estaba allí, que me miraba, que me sentía. Y, sin embargo, la idea de que él también supiera quién era me revolvía por dentro.

LUTGARD

La revelación había sido como una bomba en su mente.

Merath Mozeg.

Me quedé en silencio mientras la veía luchar consigo misma, mientras las palabras de Ethan flotaban en el aire como cenizas aún encendidas. Mi interior, en cambio, estaba en plena tormenta.

Mozeg.

Linaje élfico real.

La misma que siglos atrás había evitado un acuerdo con las hadas, encendiendo una enemistad que nunca terminó de apagarse.

Y ahora… esa sangre palpitaba en Merath.

El instinto en mi rugía satisfecho, orgulloso: no estaba vinculado con cualquier mestiza, sino con la heredera de una línea prohibida. Pero mi mente —la fría, calculadora, entrenada para sobrevivir en la política de los vampiros— lo veía de otra forma. Era un problema. Un arma. Una amenaza.

Los reyes, mis padres, jamás aceptarían esto. La realeza élfica tampoco. Y las hadas… las hadas verían en ella no solo un recordatorio de un pacto roto, sino una oportunidad de venganza.

El vínculo ardió en mi pecho y tuvo que contener un gruñido. Podía sentirla. Su miedo, su confusión, su negación. Esa transparencia lo enloquecía: él siempre jugaba con ventaja porque podía ocultar, manipular, fingir. Pero ella… ella era un espejo que lo exponía.

¿Qué hago?

Una parte de mi quería encerrarla, protegerla del mundo y de mí mismo. Otra quería proclamar ante todos que era suya, sellar el vínculo y callar cualquier voz en contra. Y otra —la más peligrosa— me susurraba que el mundo ardería por esa unión, que su nombre junto al de ella podía cambiarlo todo.

Levanté la vista. Ethan me observaba, sabiendo más de lo que decía. Emma mantenía su postura altiva, aunque incluso en sus ojos brillaba la tensión. Y Merath… Merath me miraba como si esperara una respuesta que aún no tenía.

No era solo una mestiza con poder.

Era la chispa que podía encender una guerra.

Y, maldita sea, ya era demasiado tarde para alejarse.

El ambiente en la sala era espeso como humo. Ethan fue el primero en romperlo, con esa calma suya que siempre escondía, cálculo detrás de la sonrisa.

—Esto cambia todo —dijo, con los brazos cruzados, los ojos fijos en mi—. No solo para ti, primo. Para todos nosotros.

Emma resopló, con ese gesto orgulloso y burlón que le era tan natural.

—No, lo que cambia es que ahora la tenemos a ella… y que medio mundo querrá ponerle las manos encima. ¿Ya pensaron en las gárgolas? ¿O en las hadas? —se inclinó hacia atrás en el sillón, cruzando las piernas con elegancia estudiada—. Zelti no apareció por capricho. Sabe quién es Merath. Y si lo sabe ella, el resto lo sabrá pronto y será peor cuando sepan que es mitad humana.

Permanecí en silencio, mirando a Merath desde la otra punta de la sala. No había dejado de observarla desde que despertó. El apellido vibraba en su cabeza como una campana sin descanso: Mozeg, Mozeg, Mozeg.




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