Almas de Media Noche

Capítulo 32

Habían pasado varios días desde la irrupción de Zelti en la casa, y el sonido de su risa aún habitaba en mi mente.

No podía dormir bien. Cuando lograba conciliar el sueño, despertaba sobresaltada con la sensación de que alguien me miraba desde un rincón oscuro. Durante el día, mi cuerpo se sentía más pesado, como si las emociones del vínculo con Lutgard y la presión de las amenazas externas me aplastaran poco a poco.

La casa estaba silenciosa esta mañana. Lutgard se había mantenido más distante de lo habitual, encerrado en la biblioteca junto a Ethan, revisando documentos y cartas que llegaban de la familia real. Y yo por primera vez en mucho tiempo, me encontré sin nada que hacer.

Bajé a la cocina, me preparé un jugo y un par de tostadas, y me senté en la mesa mirando hacia la ventana. Afuera, el jardín parecía tranquilo, pero había algo distinto, no sé si estoy entrando en un estado de paranoia, pero nada era lo mismo.

Mis pensamientos me ahogaban:

¿Por qué yo?

¿Por qué mi apellido, mi familia, mi sangre?

¿Y si Zelti vuelve?

Apreté la taza entre las manos con más fuerza de la necesaria, tratando de evitar que la angustia me ganara.

—Si sigues mirando así la tostada, terminará confesando todos sus secretos.

Levanté la vista para encontrarme a Emma de pie en el marco de la puerta, con esa sonrisa altiva y la elegancia natural que la envolvía siempre. Vestía de negro, como si hubiera salido de una revista de moda, pero con un aire de peligro que nadie podría confundir.

Rodeé los ojos, pero agradecí en silencio su interrupción.

—¿No tienes otra cosa que hacer además de burlarte de mí Emma?

Emma se acercó con pasos medidos y se dejó caer en la silla frente a mí, apoyando un codo sobre la mesa y su mano sobre su mejilla.

—Podría, pero prefiero fastidiarte. Es más divertido.

Un silencio breve y cómodo a su manera, se instaló entre las dos. Respiré hondo antes de soltar:

—Todavía me tiemblan las manos cuando pienso en Zelti. Esa cosa que proyecta… no es normal.

Emma arqueó una ceja, como si lo supiera de sobra.

—Su habilidad es peligrosa, sí. El toque tormentoso puede destrozar un cuerpo por dentro sin dejar marcas. Pero no es invencible. Todas las habilidades tienen un límite.

La miré con curiosidad.

—¿Y la tuya?

Una sonrisa maliciosa curvó sus labios.

—Puedo transformarme en lo que desee. Persona, animal… incluso un objeto, si lo pienso bien.

Parpadeé incrédula.

—¿Un objeto?

—Claro —replicó Emma con un gesto de hombros—. Podría ser esta taza, por ejemplo.

Bajé la mirada a la taza en mis manos y la alejé de golpe con una mirada de fastidio. Emma soltó una carcajada cristalina.

—Estás demente —mascullé, pero no pude evitar soltar una leve sonrisa.

—Y tú eres demasiado ingenua. —Emma me observó con atención, sin burlas esta vez—. Pero al menos tienes agallas. Eso me gusta.

Alce una ceja mientras le decía:

—¿Eso es un cumplido?

—Tómalo como quieras.

Por primera vez, entre las pullas y las risas irónicas, sentí que había un aire amistoso entre nosotras. No éramos amigas, no todavía, pero la tensión que siempre se interponía parecía haberse suavizado un poco.

La puerta se abrió en ese instante, y Lutgard apareció en el umbral acompañado de Ethan. Sus ojos se clavaron en mi por un segundo, como siempre, antes de dirigirse a las dos.

—Vamos a la casa principal —dijo, su voz grave y autoritaria—. Tenemos que averiguar qué está moviendo a las gárgolas y a las hadas aparte de la evidencia de Zelti hacia Merath, pero dudo que solo sea eso, más cuando hay otra especie involucrada.

Ethan asintió, serio. Emma se giró hacia él con una mueca burlona.

—¿Y qué hacemos con la niña?

Lutgard se detuvo frente a mí, tan cerca que el vínculo me revolvió el estómago con la intensidad de sus emociones contenidas.

—Se queda contigo —ordenó sin desviar la vista de mí.

Emma sonrió con un destello de diversión.

—Perfecto. No prometo que siga intacta, pero al menos estará viva.

—Emma —gruñó Lutgard en advertencia.

—Tranquilo, primo. Solo bromeaba.

Lo miré con una mezcla de fastidio y fascinación. Sabía que él se marchaba porque había cosas que ella aún no debía escuchar. Y odiaba esa sensación.

Cuando ambos hombres desaparecieron de la sala, el silencio volvió a caer. Emma suspiró, cruzándose de brazos con una sonrisa torcida.

—Bueno, parece que vamos a tener tiempo de sobra para conocernos mejor.

Bebí el resto de su jugo de un trago murmurando:




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.