El silencio después del rugido del rey era tan espeso que se podía cortar con un cuchillo. El sonido aún vibraba en las paredes del salón, como si la piedra misma cargara con la furia de Aldebrand.
Lutgard permanecía en su asiento, inmóvil, aunque por dentro cada músculo le gritaba que se levantara y enfrentara a su padre.
Fue Adriel, el padre de Ethan y Emma, quien rompió la tensión. Su tono era diplomático, calculado, como siempre:
—Aldebrand, gritar no hará que la situación cambie. El vínculo está hecho, y como bien sabes, no es sencillo… ni conveniente, intentar romperlo a la fuerza. Antes de exigir, debemos comprender qué significa.
El rey lo fulminó con la mirada, pero no replicó de inmediato.
Selene, su esposa, habló con voz suave, como un bálsamo en medio del acero:
—Sé de Merath. He escuchado de Ethan y de Emma lo que ocurre. No parece ser una amenaza, sino una joven que intenta sobrevivir a algo mucho más grande que ella. Tal vez este vínculo… no sea una condena. Tal vez sea un puente.
Lirien, la madre de Lutgard, que hasta entonces había guardado silencio, se inclinó hacia adelante. Su voz era cálida, llena de amor, aunque cargada de preocupación:
—Mi hijo nunca antes había mostrado apego, ni debilidad, ni deseo de cuidar a nadie. Ahora lo hace. Quizás no debamos ver esto como una afrenta, sino como un despertar. —Sus ojos se posaron en Lutgard, y él sintió cómo esa mirada lo sostenía, lo contenía.
El rey agitó el brazo con fuerza.
—¡Basta de ternura! —rugió—. Ese vínculo es un error. No permitiré que mi hijo arrastre la sangre real en una unión con una mestiza, ¡Aunque tenga ascendencia élfica! Ella no pertenece aquí. El vínculo se someterá a la desunión lo más pronto posible.
Un gruñido bajo brotó del pecho de Lutgard. Se levantó despacio, cada movimiento cargado de amenaza, y alzó la cabeza para mirar a su padre directamente a los ojos.
—No. —Su voz fue grave, como un trueno contenido—. No lo haré. No pienso permitir que nadie decida por mí. Merath es mía y nadie tiene el derecho de meterse en eso, así lo he decidido.
Un murmullo de tensión recorrió la sala. Lirien apretó las manos en su regazo, Selene contuvo el aliento, y Adriel cerró los ojos con resignación.
El rey dio un paso al frente, su figura imponente llenando el salón y su voz casi en un susurro tenebroso dijo:
—¿Te atreves a desafiarme, Lutgard?
—Me atrevo a defender lo que es mío —replicó apretando las manos con la mandíbula dura—. Y lo haré una y otra vez.
Antes de que la furia del rey explotara, la puerta del salón se abrió con un golpe seco.
Un hombre alto, de porte elegante y mirada aguda, entró con paso firme. Su cabello era oscuro con ligeros tonos plateados en las sienes, sus ojos rojos brillaban con calma peligrosa. Era el hermano mayor de Lutgard: Kaelric, heredero al trono.
—Llegué en mal momento —dijo con voz profunda, aunque en sus labios se insinuaba una sonrisa irónica—. Pero parece que es necesario.
El rey entrecerró los ojos.
—Kaelric. Esto no te concierne.
—Al contrario, padre. —Kaelric avanzó hasta quedar junto a Lutgard, cruzando los brazos—Me concierne más que a nadie, porque cuando tú ya no estés, será mi responsabilidad gobernar este reino… y las decisiones que tomemos ahora pesarán en el futuro.
El ambiente se tensó aún más. Lutgard lo observó con cautela, sin saber si lo apoyaba o lo si le daría la espalda.
Kaelric habló con calma, pero cada palabra estaba afilada:
—El vínculo de Lutgard no es un desastre. Es una oportunidad. Si Merath es quien dicen que es… sangre real élfica, nieta del primogénito… entonces esta unión no solo lo fortalece a él. Fortalece al trono.
El rey frunció el ceño, pero no lo interrumpió.
Kaelric continuó, paseando la mirada por cada uno de los presentes:
—Los elfos y los vampiros han vivido demasiado tiempo en la desconfianza. Y ahora, con las hadas moviendo piezas, con Zelti mostrando su naturaleza, ¿De verdad crees que podemos permitirnos el lujo de pelear entre nosotros? La unión de Lutgard podría ser la llave para evitar una guerra abierta en tres frentes.
Un murmullo recorrió la sala. Incluso Adriel asintió con gravedad.
—Kaelric tiene razón —dijo el diplomático, su tono firme—. Si las gárgolas están enloquecidas, si los humanos comienzan a notar lo que ocurre, y si las hadas traman algo más allá de la obsesión de Zelti… entonces no necesitamos dividirnos más.
Selene apoyó la mano en la de su esposo, y susurró:
—Unir fuerzas puede salvarnos.
El rey respiraba con fuerza, la ira pintada en sus facciones.
—¿Sugieres, Kaelric, que esta unión… que esta mestiza… es un recurso político?
Kaelric inclinó levemente la cabeza.
—Sugiero que dejes de verla como una amenaza y la mires como lo que realmente es: una pieza clave en el tablero.