LUTGARD
El silencio se volvió a instalar y mi padre Aldebrand no había dicho una sola palabra después de la inesperada intervención de Kaelric.
El aire estaba espeso, cargado de tensión y con un trasfondo de peligro latente. Cualquier palabra mal dicha podía hacer estallar al rey en su furia.
Kaelric, sin embargo, permanecía de pie con la serenidad de alguien que sabe exactamente dónde pisa. Su porte era un recordatorio de por qué había sido designado como heredero: frío, calculador, con esa capacidad de analizar cada ángulo antes de moverse.
Adriel rompió el silencio. Su tono, bajo y diplomático, contrastaba con la rigidez del rey:
—Lo que ha involucrado a uno de tus hijos menores no puede borrarse con decretos. El vínculo está formado. Romperlo a la fuerza sería tan peligroso como dejarlo ser… quizá más.
El rey lo miró con desdén.
—¿Ahora me darás lecciones de cómo manejo a mi propio hijo, Adriel?
Adriel sostuvo la mirada con firmeza, aunque su voz se mantuvo calma:
—No. Te daré razones. —Se inclinó hacia adelante, sus dedos tamborileando sobre la mesa—Las gárgolas se están moviendo con un frenesí que no es normal. Los asesinatos recientes en Londres llevan su sello, aunque han sido disfrazados para que los humanos lo confundan con crímenes comunes. Pero tú y yo sabemos que no lo son.
Selene asintió en silencio, mientras Lirien apretaba con nerviosismo el borde de su asiento.
Adriel prosiguió:
—Y ahora las hadas también se agitan. Zelti no actúa por capricho adolescente. Lo que hace es un síntoma. Un síntoma de algo que se está cocinando dentro del reino feérico.
Kaelric intervino, con voz firme, ganándose el peso de la atención:
—Si las gárgolas enloquecen y las hadas se preparan, ¿Qué crees que harán los elfos? ¿Qué harán los humanos cuando las muertes aumenten y comiencen a sospechar? Padre, madre… tío. —Su mirada recorrió a todos los presentes—. No es momento de dividirnos. Es momento de pensar en alianzas.
El rey entrecerró los ojos, su ira transformándose en sospecha.
—¿Y acaso esa mestiza es tu idea de alianza, Kaelric? ¿Convertir a una mixta en puente entre reinos?
Kaelric lo sostuvo sin pestañear.
—Merath no es solo una mixta. Si lo que Ethan dice es cierto, si de verdad pertenece a la casa Mozeg, nieta del primer hijo del rey élfico, entonces no estamos hablando de una mestiza sin peso. Estamos hablando de alguien con sangre real elfa que, por alguna razón, ha sido escondida del tablero.
Un murmullo recorrió el salón. Selene y Lirien intercambiaron una mirada rápida, como si algo en las palabras de Kaelric hubiera hecho eco de viejas sospechas.
Adriel se inclinó hacia adelante, su tono ahora más grave, sin el barniz de diplomacia:
—Eso explicaría por qué Zelti la busca. La sangre real es un imán para las viejas disputas… y para los enemigos que nunca olvidan.
El rey apretó los dientes.
—No acepto que mi hijo quede atrapado en esa maraña.
Kaelric, con calma letal, replicó:
—Ya lo está. Y si lo obligas a romper el vínculo, padre, no solo lo perderás a él… perderás la oportunidad de adelantarte a lo que viene.
Me obligue a permanecer en silencio mi mandíbula comenzaba a doler por lo apretado que ha estado todo este tiempo desde que entre a la casa. observando cómo mi hermano y Adriel movían las piezas con una maestría que él nunca tuvo paciencia de practicar. Era extraño, incómodo incluso, escuchar cómo hablaban de Merath como si fuera una pieza política. Una parte de él quería gruñir, arrancar esas palabras de raíz. Otra parte sabía que, sin esa visión fría, no tendrían oportunidad en lo que estaba por venir.
Adriel entrelazó los dedos sobre la mesa, mirando de frente al rey:
—Hay algo más que debes considerar, Aldebrand. Las gárgolas no actúan solas. Nunca lo hacen. Si están enloquecidas, es porque alguien está tirando de los hilos.
La sala quedó en silencio.
Kaelric completó la idea, con esa precisión que siempre le caracterizaba:
—Si las gárgolas están fuera de control, si las hadas se mueven y si los elfos guardan silencio… entonces hay una alianza oculta formándose. Y Merath, con su linaje, con su vínculo con Lutgard, es la llave que puede abrir o cerrar esa puerta.
El rey no respondió. Pero sus ojos brillaban con la furia de quien sabe que, por primera vez, el tablero ya no se mueve bajo sus órdenes.
— Ya veremos.
El eco de la voz del rey Aldebrand resonó en el despacho mucho después de que él mismo lo abandonara con pasos pesados, como si su ira quedara suspendida en las paredes de mármol y madera oscura. Nadie lo siguió. Ni siquiera mí madre.
Adriel se quedó de pie, con las manos a la espalda, y cuando el silencio se volvió incómodo, se inclinó hacia Ethan. Su voz era más suave que nunca, cargada de un afecto que pocas veces mostraba delante del resto.