Almas de Media Noche

Capítulo 35

MERATH

La casa estaba en silencio y no lograba concentrarme en nada: ni en leer, ni en entrenar sola, ni siquiera en dormir. La visita de Zelti, sus palabras en el sueño, su sonrisa de malicia, todo seguía rondándome como una sombra que no podía sacudirse.

Encontré a Emma sentada en uno de los sofás de la sala principal, con las piernas cruzadas, un vaso de vino oscuro en la mano y esa actitud altiva que parecía natural en ella, como si toda la casa le perteneciera.

—Parece que alguien tiene cara de pocos amigos —dijo Emma al verme entrar, con esa sonrisa traviesa que nunca desaparecía.

—Estoy harta —respondí sin rodeos dejándome caer en el sillón frente a ella—. Harta de no saber nada. De entrenar, de obedecer, de esperar. Todos hablan en susurros como si yo fuera un adorno en medio de todo esto. Entiendo que puedo ser ignorante a los asuntos de este mundo, pero ¿Qué está pasando realmente?

Emma arqueó una ceja, divertida por su explosión de sinceridad. Dio un sorbo largo a su copa antes de responder.

—Así que por fin lo dices. Pensé que te tomaría más tiempo.

—No estoy bromeando Emma —repliqué con un tono más firme—. Zelti apareció aquí. Esa… cosa me encontró. No sé por qué yo, no sé cómo, y nadie me lo explica. ¿Qué está pasando entre las razas?

Emma me observó un momento, seria por primera vez en mucho rato.

—¿De verdad quieres saberlo? Porque una vez que lo oigas, no hay marcha atrás.

—Ya no hay marcha atrás desde hace mucho tiempo—dije con un deje de amargura.

La vampira sonrió, pero su mirada brilló con un matiz distinto, más calculador.

—Bien. Entonces escucha. ¿Imagino que sabes sobre qué tipo de razas hay?

Asentí observando como Emma se acomodaba en el sofá girando la copa lentamente entre sus dedos mientras seguía hablando.

—Las gárgolas no se comportan como antes. No son solo ataques aislados, son movimientos coordinados. Demasiados. Como si alguien las estuviera empujando desde las sombras. Y eso está alterando el equilibrio. Nosotros consideramos equilibrio cuando cada raza se mantiene en su lugar sin convivir con otras razas, no, nos gusta. Cualquiera cosa puede alterar el equilibrio: alianzas, guerras, uniones no comunes y principalmente el incremento de conocimiento sobre nosotros en los humanos. Los vampiros estamos en alerta, los elfos guardan silencio… y las hadas se están moviendo demasiado rápido para que no signifique algo más. Las manadas de lobos se mantienen como siempre pero incluso he escuchado que hubo un accidente interno. Y los dragones…bueno ellos no viven aquí.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda.

—¿Y Zelti?

—Zelti es un problema mayor de lo que imaginas —contestó Emma con un deje de fastidio—Obsesionada con Odvier, resentida con los elfos, y con un linaje que le da más poder del que debería tener. Si te encontró, no es casualidad. Es porque formas parte de la ecuación.

entrecerré los ojos, incrédula.

—¿Parte de la ecuación? ¿Yo? ¿Qué demonios quieren de mí? Ni si quiera soy parte de ese linaje, no tuve conexión con ellos aparte de unas cuantas visitas de Odvier, vamos… ni si quiera conocí a mi padre humano y mi madre está desaparecida. ¿Por qué debo ser parte de algo que no me incumbe?

Emma se inclinó hacia adelante, dejando la copa en la mesa. Su tono, por primera vez, se volvió sincero, sin el manto de burla que la acompañaba siempre.

—Lo mismo que todos, Merath: control. Y tú… ni siquiera sabes todavía todo lo que llevas dentro.

Un silencio pesado se instaló en la sala, cargado de tensión. Emma y yo nos miramos fijamente, como si cada una buscara un resquicio en la otra.

Fue entonces cuando el aire cambió. Una vibración extraña, como un eco de poder que resonó en las paredes, nos hizo levantarnos de golpe. La temperatura del ambiente descendió unos grados y, de pronto, en medio de la sala, una figura apareció tambaleante.

Odvier.

Su cuerpo estaba destrozado: la ropa desgarrada, la piel cubierta de heridas abiertas, la sangre manchando cada rincón de su figura. Cayó de rodillas sobre el piso con un gemido ahogado. Sus ojos, febriles, se clavaron en los míos.

—¡Odvier! —grité moviéndome rápidamente hacia él.

Emma, sorprendida, se quedó petrificada un segundo, pero luego se arrodilló a mi lado, con el rostro tenso.

—¿Quién demonios es este?

—Mi tío —respondí con la voz quebrada, intentando sostenerlo—. ¡Odvier, mírame!

Mi tío abrió su boca, jadeante, como si cada palabra le costara un mucho.

—Tienes… que huir… —susurró, tosiendo sangre—. No… no te quedes aquí.

Emma lo miraba con los ojos muy abiertos.

—¿Este es tu tío? —dijo con incredulidad, como si no pudiera conciliar la idea de que aquel hombre destruido fuese alguien tan importante—. Se está muriendo, Merath.

Odvier se aferró a mi muñeca con una fuerza inesperada, sus dedos manchados y humedos de sangre temblaban contra mi piel. Estaba murmurando algo en élfico, un susurro casi incomprensible, y de inmediato una luz dorada brotó del suelo, formando una especie de barrera alrededor de los tres que se expandió hasta cubrir toda la casa. El aire vibró con energía ancestral, como si una muralla invisible se hubiera erguido para protegernos.




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