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El día siguiente llegó con un silencio extraño en la casa. Nadie había dormido bien.
Merath se había quedado en vela la mitad de la noche, con la imagen de Odvier ensangrentado grabada en la mente. Ethan, Emma y Lutgard habían estado inquietos, cada uno encerrado en sus propios pensamientos, cada respiración cargada de preguntas sin respuesta.
La sala era un cuadro de tensión: Emma sentada en el sillón, piernas cruzadas y aire altivo, aunque sus ojos estaban demasiado atentos; Ethan apoyado en la pared, brazos cruzados y mandíbula apretada; Lutgard en el rincón, con el ceño fruncido y el peso de una tormenta apenas contenida. Merath, en silencio, sostenía una taza de té que ya no humeaba, fría, olvidada entre sus manos.
Entonces se escucharon pasos.
Todos se giraron al mismo tiempo cuando vieron a Odvier cruzar el umbral.
Seguía pálido, con las heridas aún sin cerrar del todo, pero su porte no había perdido firmeza: la espalda recta, los ojos serios. Caminó hasta el sillón donde estaba Merath y se dejó caer a su lado, como si todo el peso de su cuerpo lo hubiera vencido de golpe
Respiró hondo, cerrando los ojos, y luego habló con una voz que cargaba más siglos que años, cansada:
—Es hora de revelar la verdad… al menos hasta donde yo la conozco.
El aire en la sala se volvió más denso, como si las paredes escucharan también.
Merath lo miró con el corazón encogido. Ethan fue el primero en reaccionar.
—Sabemos parte de la historia —dijo con seriedad—. Tú y tu hermana. Ese matrimonio que nunca ocurrió con Zelti. Tu huida. Y que Merath es linaje real élfico.
Odvier giró lentamente la cabeza hacia él, y por primera vez su sonrisa se mostró amarga.
—No todo es cierto.
Su mirada recorrió a cada uno de los presentes antes de volver a posarse en Merath, y lo que dijo después se sintió como una grieta en el suelo bajo sus pies.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Emma, con un dejo de incredulidad.
Odvier dejó que la tensión respirara unos segundos antes de continuar:
—Yo nunca tuve una hermana. Tuve un hermano mayor. Yo era el menor.
El impacto fue inmediato.
—¿¡Qué!? —exclamó Ethan, descruzando los brazos de golpe.
—¿Un hermano? —repitió Emma, alzando las cejas, incrédula.
Merath abrió los labios sin encontrar voz mirando a su lado derecho; hacia su tío, comenzando a mover la pierna izquierda de arriba a abajo de manera constante, y Lutgard apretó los puños con una intensidad muda, los colmillos apenas rozando su labio inferior.
Odvier los observó, sin prisas, y luego siguió:
—Sí, un hermano. Y es cierto que hubo un pacto de matrimonio, pero no salió de los elfos. Fue iniciativa de las hadas.
Emma chasqueó la lengua, sorprendida.
—Por supuesto, ellos siempre queriendo meter sus narices donde no deben.
—Zelti había visto a mi hermano cuando aún era una niña —continuó Odvier, como si no hubiera escuchado—. Se había perdido cerca de uno de los asentamientos élficos. Mi hermano, apenas un adolescente entrando en la adultez, la ayudó a regresar.
Se inclinó un poco hacia adelante, su voz más baja.
—Ella le dijo que se casaría con él. Y él… solo rió.
Un murmullo de incredulidad recorrió la sala.
—¿Entonces el acuerdo vino de ella? ¿Y cómo se pierde cerca de los asentamientos de los elfos, si las regiones donde habitan no son tan cercanas? —preguntó Ethan, como si necesitara afirmarlo en voz alta.
Odvier asintió.
—Exacto, no puedo explicar eso porque en su momento fue una pregunta no contestada y lo sigue siendo. Zelti, la única nieta mujer del rey de las hadas, siempre fue amada y mimada. Ella decidió que se casaría con mi hermano Y cuando él se negó, el consejo presionó a mi padre. Fue entonces cuando nació ese absurdo acuerdo. Como sabrán si bien no, nos mezclamos tampoco somos enemigos jurados.
Ethan y Lutgard asintieron.
Su mirada se endureció.
—Pero mi hermano se negó otra vez. Y cuando insistieron, decidieron mandarme a mí en su lugar. Yo tampoco me presenté. Fui en busca de él, pensando que tal vez cambiaría de opinión; pero ya se había marchado.
La sala entera quedó en silencio absoluto. Era como si el aire se hubiera congelado alrededor de cada uno de ellos. Nadie reaccionó al instante, demasiado atrapados en el peso de lo que acababan de escuchar.
Odvier se recostó contra el respaldo del sillón, cerrando los ojos apenas un segundo. Cuando los abrió, lo hizo con lentitud, expectante.
Y fue Emma quien, incapaz de contenerse, rompió el silencio con una exclamación cargada de sarcasmo y sorpresa:
—¡Entonces… no era una mujer si no un hombre, Merath es hija del desaparecido príncipe elfo!
El caos estalló.
Ethan soltó una maldición en voz baja, llevándose las manos al cabello. Merath se quedó paralizada, el corazón martillando en el pecho, mientras Lutgard se levantaba de golpe, la sombra de sus alas casi insinuándose en su furia contenida.