MERATH
El sol se colaba débil entre las cortinas, tiñendo la habitación de un dorado pálido. Abrí los ojos lentamente, con la sensación de que mi cuerpo pesaba toneladas. El silencio de la casa era engañoso: afuera todo parecía calmado, pero dentro de mi… seguía la agitación.
Lo primero que sentí fue el ardor en mi garganta, como si hubiera gritado hasta desgarrarme. El recuerdo de lo ocurrido llegó rápidamente y me golpeo con fuerza.
Odvier.
Su confesión.
La información que soltó y no pensé que me dolería tan profundamente.
Incorporándome en la cama sentí mis manos temblar y doler; pude notar los daños ocurrido a mis nudillos, pero a pesar de dolor físico lo que me destrozaba por dentro era ese dolor emocional que cargaba y que comenzaba a instalarse en mi como hiedras en una pilastra.
Todo había sido transformado, ¿Qué era la verdad? ¿Quién tiene la verdad? Mi padre que pensé era humano; no lo es y la madre… mi madre aquella qué pensé que estuvo conmigo; ahora es una persona muerta que jamás conocí… y ¿mis hermanos? Solo darles rienda suelta a mis pensamientos me tienen con los ojos adoloridos y llenos nuevamente de lágrimas. ¿Qué haré?
Mi… padre, alguien a quien nunca había visto, resultaba ser la raíz de todo este desastre. Y mi madre, la figura que más había anhelado en sus recuerdos difusos, se desmoronaba como un espejismo.
La duda me consumía más que todo. Si lo que Odvier decía era cierto, entonces Midas, Maeve y Muna tal vez… no eran lo que siempre habían creído. ¿Eran realmente sus hermanos? ¿O también fragmentos de secretos y mentiras?
Sentí un frio recorrer mi espalda haciéndome estremecer.
No quería llorar otra vez. No podía permitírselo.
Respiré hondo, sintiendo un temblor recorrer mi pecho.
—¿Quién soy yo realmente? —susurré en la soledad de mi habitación.
Se levanté con torpeza y caminé hacia el espejo. Mi reflejo me miraba con ojos rojos e hinchados, el cabello revuelto, el rostro demacrado; todo un desastre. Pero detrás de esta apariencia cansada había algo más. Una fuerza nueva. Algo que no había estado ahí antes. Tal vez era rabia. Tal vez era miedo. O quizá… ambas.
Lo que más me dolía era la mentira. Toda mi vida había sentido que me faltaba una pieza, y ahora me habían lanzado un rompecabezas incompleto, donde nada terminaba de encajar. Odvier hablaba a medias, ocultando siempre algo. ¿Por qué no podía decir la verdad de una vez? ¿Qué era lo que tanto temía revelar?
Apreté los puños con fuerza.
Si su padre seguía vivo, como Odvier había dicho, entonces lo encontraría. Y exigiría respuestas.
Me giré hacia la cama, donde aún quedaba el rastro del abrazo de Lutgard. Su presencia había sido lo único que me sostuvo anoche, pero ahora sentía la incomodidad de esa dependencia. El vínculo era cada vez más asfixiante: cada emoción que me invadía parecía multiplicarse dentro de él. ¿Hasta dónde podíamos soportar esto sin quebrarnos los dos?
Cerré los ojos escuchando el eco de mi grito todavía resonaba en mi pecho, pero ahora no podía seguir derrumbándose.
Tenía que recomponerse. Tenía que ser fuerte.
Porque las sombras que me seguían no iban a esperar.
El olor a pan tostado y café recién hecho impregnaba la cocina, sin embargo, para mí era como el olor de un perfume lejano, casi irreal. Camine despacio casi arrastrando los pies, los sentía más pesados de lo normal. Al entrar me encontré con Ethan y Emma sentados. Ambos me miraron de inmediato, sin saber que decir
—Buenos días… —murmuré, fingiendo una sonrisa que no me llegaban a los ojos.
Ethan inclinó la cabeza en un saludo respetuoso, y Emma solo asintió, seria. Ninguno se atrevió a hablar. El silencio se sentía espeso, incómodo, lleno de lo no dicho.
Abrí el refrigerados, saqué lo primero que vi y me serví el desayuno a pesar que mi estomago se revelaba, era sencillo: pan, un poco de queso y leche. Me obligue a sentarme con ellos, masticar y tragar para aparentar normalidad. Creo que estoy entrando en un estado de rechazo. Cada bocado me suponía un esfuerzo que no quería, un recordatorio de que el mundo que conocía se sentía fracturado.
Al terminar empuje mi plato a un lado, levantándome de la silla sintiendo mis piernas temblar, saliendo de la cocina bajo la mirada de ellos y dirigiéndome hacia la sala.
Y ahí estaba. Mi tío Odvier, sentado en el sofá, con un semblante cansado y serio. No parecía haber dormido. Sus ojos, sin embargo, se iluminaron apenas me vieron entrar.
Trague saliva queriendo mantener la calma, pero mi cuando cruce miradas con el algo dentro de mi pecho se apretó. sentí la garganta cerrada como si el aire me costara pasar y en contra de todo lo que me había propuesto no hacer, las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas sin permiso.
—Tío… —mi voz salió rota.
Él se puso de pie y, sin dudar se dirigió hacia mí y me abrazó con fuerza. Me aferré a él con desesperación, escondiendo mi rostro en su hombro; sentí un temblor, no sabía si era mío o del, pero sinceramente no me importaba. El no dijo nada, solo me sostuvo en su abrazo en un silencio cargado de dolor.