Almas de Media Noche

Capítulo 41

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El sol del atardecer filtraba por las cortinas de la habitación de Merath. Había dormido poco, su mente seguía cargada de los recuerdos.

Bajó lentamente las escaleras, con el cabello aún húmedo por la ducha y la sensación de un cansancio que no se iba. El aire olía a madera y a silencio. En la sala, encontró a Lutgard, sentado con un libro en las manos, pero sin leer realmente: sus ojos estaban perdidos en otro lugar. Cuando la vio, cerró el libro con calma.

—Pensé que dormirías más tiempo —murmuró él, con un tono bajo que no buscaba incomodarla.

Merath se encogió de hombros, acercándose hasta quedar frente a él. —Ya no podía seguir ahí arriba.

Lutgard la miró unos segundos, como si evaluara su estado. Ella sintió su mirada recorrerla sin juicio, con esa mezcla extraña de distancia y cuidado que él siempre mostraba. Entonces, él habló con suavidad:

—Odvier salió hace unas horas con Ethan y Emma. Fueron a buscar a tus hermanos.

Las palabras golpearon a Merath con sorpresa. Abrió los labios para decir algo, pero el sonido se quedó atrapado en su garganta.

—Pensamos que era lo mejor —añadió Lutgard, observándola—. Si hay algo que descubrir… ellos deben estar aquí, contigo.

Merath lo miró en silencio, sin asentir, sin protestar. La noticia la descolocaba, pero no sentía fuerzas para discutirlo.

—Ya veo… —fue lo único que murmuró, desviando la vista.

Por un instante, el silencio los envolvió. Él la estudió, como si intentara leer lo que había en su interior, y ella, por primera vez en mucho tiempo, no se sintió invadida. Sentía que podía dejarse caer en esa mirada y descansar.

Merath respiró hondo. —Lutgard…

Él ladeó el rostro, esperando sus palabras.

—Has pasado días sin… —titubeó, apretando los dedos nerviosamente—. Sin alimentarte de mí.

Él arqueó una ceja, sorprendido por la forma en que lo decía. Su expresión se suavizó al notar la genuina preocupación en sus ojos.

—Estás preocupada por eso. —No fue una pregunta, sino una certeza.

Merath asintió apenas, mordiéndose el labio.

Lutgard suspiró, inclinándose hacia ella con un aire más íntimo. —No tienes por qué. El vínculo reacciona a tu estado. Ahora que estás frágil… mi sed se reduce. Es un instinto de preservación. Si yo me descontrolara, el vínculo se rompería contigo.

Ella lo escuchó, pero no se tranquilizó del todo. Su pecho ardía con una mezcla de emociones que no lograba nombrar.

—Aun así… —dijo en voz baja, dando un paso más cerca—. Quiero que tomes ahora. No hay nadie.

Lutgard la observó en silencio, sus ojos buscando confirmación en cada detalle de su rostro.

—¿Es lo que deseas? —preguntó con seriedad, sin moverse.

Ella sostuvo su mirada con firmeza, aunque su voz salió temblorosa. —Sí.

El silencio que siguió fue pesado, cargado de electricidad. Finalmente, Lutgard se levantó del sillón con una lentitud casi ceremoniosa y se colocó frente a ella. Levantó una mano, rozando suavemente su mejilla.

—Entonces no temas. —Su voz sonó como una promesa, un susurro que erizó su piel.

Merath cerró los ojos, inclinando ligeramente el cuello, ofreciéndose sin reservas. Y por primera vez, la intimidad del momento no la asustaba.

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ODVIER

Caminaba en silencio, con las manos ocultas bajo la capa oscura que me cubría los hombros. La brisa de Londres traía consigo un dejo metálico, como si la ciudad misma presintiera lo que estaba por ocurrir. A mi lado, Emma avanzaba con paso firme, la barbilla en alto, aunque sus ojos dorados me estudiaban de vez en cuando, inquisitivos. Ethan, en cambio, silbaba una tonada casi imperceptible.

—Si vamos a hablar de consecuencias —dijo Emma, rompiendo el silencio con tono afilado—debemos aceptar que traer a esos tres aquí no será sencillo. Ellos pertenecen a otro mundo, uno más… simple.

—Simple… pero no ingenuo —replicó Ethan con una media sonrisa.

Asentí, mi voz grave y cansada resonó entre ellos:

—Por eso deben estar informados, lo quieran o no. Las piezas se mueven.

Emma chasqueó la lengua. —Hablas como si todo fuera un tablero de ajedrez.

—Porque eso es lo que es. Y si no las cuidamos, alguien más las moverá contra nosotros.

El silencio los acompañó hasta que un viento helado barrió la calle. El aire trajo consigo un aroma dulzón, casi venenoso, que erizó mi piel.

—¿Lo sientes? —preguntó Ethan, frunciendo el ceño.

gruñí por lo bajo: —Hada.

Los tres aceleramos el paso hasta que la casa apareció frente a ellos. Mi corazón se hundió al verla: la fachada destrozada, las ventanas hechas añicos, la puerta colgando de una bisagra. Dentro, el olor de polvo y un tenue rastro de sangre impregnaban el aire.

—¡Maldición! —exclamó Emma, con los ojos encendidos de furia.




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