Almas de Media Noche

Capítulo 45

MERATH

Las palabras flotaban aún en el aire como cuchillas suspendidas, y nadie parecía atreverse a romper el silencio. Fue Ethan quien alzó la voz, con su tono templado pero firme:

—Entonces… —dijo, con la mirada fija en Midas—, ¿Él es un licántropo con sangre humana? ¿Cómo es que no se ha transformado? Ya es adulto… y eso ocurre en la adolescencia en la raza licántropa según tengo entendido, es imposible que no haya pasado.

Midas lo fulminó con la mirada, como si su existencia misma hubiera sido puesta en duda, pero Phaelion habló antes de que él pudiera responder:

—Porque yo lo sellé con un hechizo élfico —explicó, con un dejo de pesar—. Fue el pedido de su madre. Ella no quería que conociera ese lado suyo… decía que solo le traería tristeza.

Midas abrió la boca, pero la cerró de golpe, como si la furia lo hubiera dejado sin voz.

Phaelion continuó, con voz grave y lenta, como si cada palabra le pesara más que la anterior:

—No pude rechazarla. Así que acepté a Midas en mi cuidado. Su madre eligió su nombre. Cuando supo del nacimiento de Merath me dijo: “Si crecerá como humano, que piense que es parte de una familia. Lo llamaré Midas… porque será el tesoro que deje atrás por culpa de mi egoísmo y mis decisiones.

La sala se llenó de un silencio abrumador. Midas bajó la mirada, sus puños cerrados con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

—Yo me ofrecí a sellarle los recuerdos a ella también —prosiguió Phaelion, los ojos enturbiados por la memoria—, pero se negó. Dijo que necesitaba sentir el dolor de desprenderse de un hijo amado. Esa fue la última vez que la vi. Tampoco me hablo de su padre y yo no lo conozco.

El corazón me palpitaba tan fuerte que dolía. La imagen de una mujer que no conocía se mezclaba con la de mis propios recuerdos rotos.

Phaelion enderezó la espalda, volviendo a su tono explicativo:

—Midas nunca sucumbió al cambio que llega con la pubertad porque yo había sellado su linaje. Su sangre es en un noventa y cinco por ciento licántropa. La pureza de su madre se impuso sobre la fragilidad de la sangre humana de su padre. De no haberlo hecho, cualquier manada lo habría reconocido de inmediato por su olor. Ese era el peligro.

—Dios mío…. —Exclamé, toda esta situación parecía sacada de una película de Hollywood.

Emma levantó una ceja, arqueando los labios en una mueca de desdén.

—Muy conmovedor… pero ¿Qué hay de Maeve?

Maeve se tensó a mi lado, mordiéndose los labios.

Phaelion la miró con una mezcla de ternura y dolor.

—Cuatro años después de que Tyriane dejara a Midas en mis manos, apareció en mi puerta una niña humana. Llevaba una nota.

Sus ojos se nublaron un segundo, como si recitara de memoria una herida.

—“Su nombre es Draeveny. Por favor cuídala por mí. No me conoces, pero yo a ti sí.”

Maeve dejó escapar un sollozo ahogado y se tapó la boca con ambas manos.

Phaelion bajó la mirada, como si el peso de esa decisión aún le aplastara.

—Decidí hacerlo. Cuidarlos a ustedes aliviaba una parte de mi alma rota… aunque la herida nunca cerró. Y a pesar de que Maeve era humana, me aseguré de que llevara en sí una gota de mi sangre élfica. No quería que hubiera diferencia entre ustedes y por eso también cambie su nombre.

Me quedé helada. Todo mi cuerpo se estremeció de incredulidad, de rabia y de miedo.

—¿Y entonces… cómo es que en mis recuerdos está mi madre? —pregunté, las palabras ardiendo en mi lengua—. Yo… yo nunca te vi. No hay ningún recuerdo tuyo.

Phaelion sostuvo mi mirada. No pestañeó.

—Porque mi habilidad… es alterar recuerdos.

Sentí que el suelo me fallaba.

—Alteré los recuerdos de todos, no impedí que supieran de este mundo, pero si a quien estaban ligados—añadió—. Excepto los de Muna. Ella siempre supo la verdad.

Mis ojos se giraron hacia mi hermana pequeña, que permanecía quieta, observando en silencio con ahora esa serenidad inquietante que nunca lograba comprender.

El desconcierto era absoluto. Todos hablaban entre sí con la mirada, tratando de encajar piezas que jamás habían tenido sentido.

Emma rompió el silencio con una carcajada breve, cargada de veneno.

—Así que además de fugitivo y mártir, resultas ser niñero por excelencia. ¿No crees que todo esto suena… demasiado extraño?

Sus palabras flotaron como un golpe. Y entonces, fue Azael quien se movió.

El hombre de las sombras apenas inclinó el rostro, pero ese gesto bastó para que todos se callaran al instante. Incluso Ethan y Emma, que habían intervenido con palabras afiladas, dieron un paso atrás. Lutgard, en cambio, se tensó junto a mí, negándose a retroceder del todo, aunque la sombra del poder de Azael lo cubría también.

La mirada de Azael nos recorrió a todos, helada, imposible de desafiar.

—Yo tengo la pieza clave —dijo, y su voz era como un eco que atravesaba carne y hueso.

Un escalofrío me recorrió la espalda. Por primera vez en toda esa conversación… tuve miedo real de lo que vendría después.

Todos lo miraban, algunos con incredulidad, otros con temor, pero él parecía ajeno a nuestras emociones. Su figura se erguía recta, elegante y fría, como si estuviera fuera de todo lo que nos definía.

Cuando habló, su voz no se alzó demasiado, pero llenó cada rincón de la sala:

—Los seres de las sombras… somos pocos, muy pocos comparados con cualquier otra raza. La mayoría somos del género masculino. No somos humanos, tampoco pertenecemos del todo al otro mundo. Somos lo que habita en el medio, en el borde mismo del equilibrio.

Un escalofrío me recorrió los brazos.

—No nos damos a conocer porque la apariencia más cómoda para nosotros… es la del espectro o del fantasma que vagabundea. Así nos han llamado en diferentes culturas. Demonios. La muerte. Espíritus. —Su mirada se endureció, casi disfrutando del desconcierto en nuestros rostros—. Pero lo que somos en realidad es algo más simple y más complejo a la vez: guardianes del destino. Somos tres guardianes a cargos de los seres de las sombras y yo soy uno de esos tres.




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