Almas del Pasado, Espadas del Presente

Capítulo 2: Traición y restitución

Embelesado por la luz de la luna y las estrellas en un esplendoroso cielo despejado, el recién erigido daimyo trata de descansar de tan ajetreado día de ceremonias para coronar su nuevo cargo y de la noche de “celebración”.

Sentado sobre el borde del pasillo que mira hacia el jardín del castillo, y mirando hacia el cielo, no puede evitar pensar en todo lo que había pasado para llegar a tan ansiado título. Un gran esfuerzo que no vino fácil. Ver a su padre morir en combate, siendo atravesado por una flecha directo a su cara, es una escena que no se supera con facilidad. Ni siquiera le permitieron llevar el duelo como hubiese gustado y, un día después, comenzaron las celebraciones del cambio de mando. “Tal vez este es el pago que merezco por desear seguir sus pasos”, se dijo a sí mismo mientras contemplaba las estrellas.

En cierto modo lo sabía perfectamente. Este nuevo puesto solo le acarreará más responsabilidades y más enemigos. Aishima es una región bastante rica en recursos, agua y minerales, pero es muy pequeña y su ejército es prácticamente un grupo de ratones en comparación a los feroces gatos de las regiones que la rodean. Su padre había hecho un gran trabajo manteniendo a raya a los demás gobernantes queriendo dominar su tierra natal, pero él pensaba que quizás, solo quizás, habría otro camino, uno donde tal vez el excesivo derramamiento de sangre no fuese necesario.

Pero para ello, debería ser más fuerte y encontrar a las personas correctas que lo ayudaran en su objetivo, aunque tuviera que seguir por ese camino de violencia. Odiaba mancharse las manos de sangre, pero si solo así pudiera parar esta guerra sin sentido, sería un sacrificio que estaba dispuesto a realizar.

-¿Ya tan pronto acabó la celebración? –dice una voz que lo saca de sus pensamientos.

-¿Qué estás tratando de insinuar, Kiyotaro? -preguntó el recién ascendido a gobernante.

-Nada, señor. –te responde el aquel llegado con algunas canas en su cabellera llamado Kiyotaro. -Desde que tengo uso de razón, he servido a su familia, y lo he hecho con tanto orgullo, que no se imagina todo lo que tuve que idear para que su padre se convenciera de que usted sería un digno heredero de su trono.

Kiyotaro era el estratega principal del ejército de la región. El padre del nuevo gobernante nunca dio un paso en el frente de batalla sin antes consultarle sobre los movimientos y formaciones que tuviesen que ser necesarios para evitar un ataque certero del enemigo. De hecho, fue el mismo Kiyotaro quien consideró que heredero del trono debía casarse con la hija del daimyo vecino para evitar un nuevo confrontamiento.

Pero ¿quién iba a ser el heredero? La opción más viable era Nobushige, sobrino de su señor. Uno pensaría que, quien debía heredar el trono debía ser el primogénito, pero no en este caso. Aquel niño no nació con la mejor estrella del momento, pasando en cama casi toda la niñez, viendo el ir y venir de los médicos y sacerdotes de la región dentro de su recámara, esperando un milagro, el que pudiera recuperar su salud y tomar el puesto que le correspondía.

Ese niño ya había vislumbrado su futuro, sirviendo como monje en el templo ubicado en las montañas ya que no podría cumplir con sus obligaciones como futuro gobernante. Pero algo cambió durante su adolescencia y poco antes de su genpuku (ceremonia de paso a la adultez) cuando alguien le dijo que una vida como monje significaría una vida de celibato. Como si de un segundo aire se tratara, aquel joven milagrosamente comenzó a mejorar en su estado de salud y comenzó a tomar las armas. No fue sencillo, puesto que una gran parte de su vida la había pasado sin entrenar, poder recuperar el ritmo del resto de soldados de su misma edad era una tarea titánica. Pero eso no lo detuvo, por el contrario, lo animó aún más para poder salir adelante.

Acompañó a su padre en múltiples incursiones y batallas, aprendió cuanto pudo de artes marciales, estrategias de combate y gobierno. Y lo hizo con tanta determinación que convenció a su padre de que podría sucederlo si él faltase. Solo necesitaba el visto bueno de su mejor estratega.

-Es verdad, de no ser por ti, ahora mismo estaría en las montañas rezando sin parar.

-Todos dicen que fui yo quien decidió esto, pero... -le contestó Kiyotaro tratando de ser algo humilde. -usted es quien convenció a su padre de que Aishima podría estar en buenas manos con usted, yo solo di el visto bueno.

-Es una pena que hoy sea tu último día sirviendo a mi clan.

-No puedo evitarlo, señor. Mi cuerpo no es como el de antaño, me es complicado subir y bajar del caballo. Por eso dejo todo en manos de mi hija Kiyomaru, a quien le he enseñado todo lo que sé.

-No creo que pueda encontrar a otro Kiyotaro.

-Es verdad, Kiyomaru será mejor estratega que yo. -le responde su viejo estratega. -¿O no es cierto eso que dicen que un maestro espera que sus alumnos lo superen? De mi parte, espero retirarme a las montañas... -dijo riendo. -y... escribir mis memorias de estrategia, no serán tan brillantes como la de los grandes estrategas de la historia, pero seguramente le servirán a alguien.

-Me gustaría leerlas algún día. -le respondió el gobernante. -Prométeme que, en cuanto la tengas, me enviarás dos copias, una para mí y otra para la biblioteca pública.

-¿Biblioteca pública? -preguntó Kiyotaro algo confundido por las palabras de su próximamente exjefe. -¿A qué se refiere con “biblioteca pública”?




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