Almas del Pasado, Espadas del Presente

Capítulo 4: El viaje del ronin

Los Ibushi habían llegado en la madrugada a las afueras de Mizukawa, en la provincia de Hanayama, para cumplir la misión de arrasar con todos sus pobladores que el señor de la región les había encargado. Pero entre el grupo, faltaba alguien muy importante. Sabían que la presencia de Shinnosuke en muchas ocasiones había definido la diferencia entre la victoria o la derrota, entre la vida y la muerte de los mercenarios.

Pero no estaba ahí.

—Podemos hacer esto sin él. —mencionó Ibushi tratando de levantar el ánimo de sus compañeros de batalla. —Solo acabemos con los campesinos de Mizukawa y, al terminar, iremos a la ciudad a beber un poco.

De repente, Akane, la que llevaba los estandartes de la banda para identificarse en medio del campo de batalla, empezó a sentir náuseas y a vomitar.

—¿Te sientes bien? —preguntó Sato, el músico, preocupado por la salud de su compañera.

—Sí, —dijo recuperando la compostura de inmediato. —Debe ser el estrés del viaje, ayer también me pasó...

Ibushi, quien era al menos diez años mayor que el promedio de la banda, empezaba a sospechar que esos síntomas eran algo más que solo el estrés del viaje.

—Bien, los más fuertes de la banda acabarán con los hombres de la aldea. Los más débiles arrasarán con las mujeres y los niños, ¿quedó claro?

—Sí, señor. —gritaron todos los mercenarios al mismo tiempo.

Así, todos los Ibushi se dirigieron a toda marcha hacia Mizukawa para comenzar con el plan. Apenas llegaron a las primeras casas, los mercenarios se dispersaron para cumplir con su objetivo. Derribaron las puertas sin avisar y entraron a las humildes casas, donde no encontraron campesinos, pescadores, mujeres viudas o niños, sino soldados del ejército de Hanayama esperándolos para atacarlos y matarlos en el acto.

—¡Es una emboscada! —gritó uno de los mercenarios antes de ver su vida ante sus ojos y luego ser decapitado por uno de los soldados.

El grito de alerta del occiso mercenario fue una llamada tanto para sus camaradas como para el enemigo. Para Ibushi y los demás fue el momento de levantar la guardia, pero para el ejército de Hanayama, fue como un grito de guerra que indicaba el momento de atacar a los mercenarios.

—¿Qué? —mencionó en voz baja Ibushi al escuchar la alerta de uno de los suyos.

—¡No peleen, huyan cuanto antes! —gritó Akane mientras ayudaba a Sadakatsu a escapar de la zona de guerra y arrastraba a Ibushi en el acto.

Pero ya era tarde para dar la orden. Los mercenarios que no vieron la muerte en ese lugar fueron rodeados.

Ibushi, Akane y Sadakatsu lograron escapar de la emboscada y sobrevivir, pero Sato, Ryu y el resto de los mercenarios, al terminar rodeados por los soldados del ejército de Hanayama, no corrieron con la misma suerte. Los mercenarios más débiles cayeron muertos en Mizukawa, mientras los más fuertes como Sato y Ryu fueron atrapados y enviados a Hanayama donde sus últimos días de vida serían de torturas y de humillaciones, y donde terminarían siendo crucificados públicamente para, ya cuando sus vidas se habían ido de este mundo, sus cabezas fueran cortadas y exhibidas en la entrada del castillo como una advertencia a todo mercenario o guerrero que osara traicionar al señor de Hanayama.

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Esa noche Shinnosuke no pudo dormir. El ronin no podía apartar de sus sueños los rostros de sus compañeros caídos, juzgándolo por no haberlos ayudado en la misión. El ronin despertaba sobresaltado, llorando en silencio, pensando en que quizás, si hubiese ido junto a ellos, habrían salido con vida.

Apenas despertó, recibió una reprimenda y un castigo por haber salido a beber al pueblo. El monje mayor le indicó que, si quería limpiar su alma, también debía limpiar su cuerpo de ese veneno embriagante. Los monjes no tuvieron condescendencia ante él, antes del amanecer y a pesar de la fuerte cruda que padecía, fue despertado para bañarse en agua fría, barrer la explanada, cortar leña, limpiar las estatuas y cargar una infinidad de baldes de agua, todo eso antes de empezar el ritual de meditación grupal de la mañana.

Durante el ritual, Shinnosuke no podía concentrarse, la meditación, o el intento de meditar, lo dejó exhausto. Apenas cerraba los ojos, su sed de alcohol le hacía imaginar que el caudal del río que corría cerca del templo era en realidad un río de sake en el que nadaba y podía beber todo lo que quisiera.

Una vez que terminó la meditación, finalmente se le permitió beber un poco de agua y recibir una porción de arroz para el desayuno. El monje mayor le advirtió que otra escapada más para beber y el castigo sería el doble de severo, a lo que el ronin asintió con la cabeza, avergonzado y un poco humillado, pero finalmente aceptando la condición para quedarse a descansar unos días más en lo que decidía su camino.

Pero sabía que no podía quedarse por mucho tiempo en el templo. Por lo que, apenas terminó el desayuno, pidió hablar con el monje mayor. Tenía muchas dudas en su vida y quizás solo él podría responderlas. Allí, frente al fuego en uno de los altares cerrados, el ronin entra y se arrodilla para iniciar la conversación.

—Espero que hayas aprendido la lección. Ese demonio que dices no poder controlar y que te hace beber no es más que tu propia mente.




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