Shinnosuke fue puesto sobre un cómodo futón de algodón, algo poco común incluso entre la nobleza de la época, no sin antes ser aseado y cambiado de ropa para evitar manchar las telas debido a su falta de higiene de los últimos días de su peregrinar incesante.
Los sirvientes se dedicaron a asearlo con cuidado y delicadeza, tratando de quitar la mugre sin lastimarlo. No podían decidir qué era peor, si el olor concentrado a sudor agrio y sake que se cargaba, o descubrir que en su espalda cargaba el grabado permanente de un dios budista. Sin embargo, y por obediencia, cumplieron con su papel.
Pero por primera vez en, por lo menos tres años, el ronin finalmente podía dormir plácidamente, verlo era como observar a un niño arrullado por los sonidos de la noche.
Ya era muy entrada la noche, ya casi faltaba poco para el amanecer, cuando por fin pudo desperezarse y abrir los ojos. Lo primero que sintió fue una punzada en la cabeza producto de la fuerte resaca provocada por botella tras botella de sake. Al reaccionar y tratar de ignorar ese malestar general, se dio cuenta de que estaba en una lujosa habitación de un castillo. Con las luces apagadas, le era difícil observar a su alrededor lo que podía encontrar en esa habitación, pero rápidamente se incorporó para buscar sus pertenencias.
A un costado del futón encontró sus ropas sucias y avejentadas, así como un amuleto que colgaba siempre de su cuello, el único recuerdo de bodas que tenía y del que no se desprendería por nada del mundo. Se lo colocó rápidamente. También encontró un cinto nuevo para el cabello, el cual se colocó para recogerlo, aunque prefería usarlo un poco holgado y dejar que su larga cabellera cayera sobre sus hombros y espalda.
Pero, hurgando entre toda la habitación, había algo que faltaba.
—¿Dónde está? —decía en voz baja con una desesperación mucho peor que cuando se quedaba sin sake.
Su espada no estaba en ninguna parte de la habitación. ¿Acaso se la habrían robado durante el alboroto? ¿Tal vez se la habrían decomisado?
—No… —mencionó nuevamente en voz baja, ya a punto de colapsar por la desesperación, al no saber dónde se encontraba y sin la espada que lo acompañaba desde que se le permitió participar en una batalla en su vida.
Unos ruidos dentro de la habitación lo sacaron de sus pensamientos. ¿Acaso alguien habría venido a matarlo? Sin su fiel espada, estaba totalmente desarmado. Ya se encontraba al borde del miedo, sudaba frío y su corazón aceleraba por completo, su alarma de mercenario había detonado por completo, cuando sintió cómo unas cadenas se empezaron a enredar en sus pies, haciendo que Shinnosuke cayera indefenso al suelo. Frente a él, una extraña figura sigilosa le colocó algo puntiagudo cerca de su cuello.
—¿Un Ibushi en Aishima? —escuchó hablarle, era una voz femenina, un poco juvenil pero que denotaba autoridad. —Creí que los habían aniquilado en Hanayama.
—Mierda… —mencionó el ex mercenario en voz baja, probablemente lo habían descubierto mientras se encontraba inconsciente y con la guardia baja.
—¿Qué te pasa, mercenario? ¿No puedes ejecutar tu plan de matar al señor Kanemura?
—¿Matar a Kanemura? —las palabras que salían de la boca de aquella mujer resonaban como si estuviera tocando un tema tabú. En la mente del ronin, eso sería inaceptable. —¡Eso jamás!
—¿Entonces por qué estás aquí? —preguntó nuevamente aquella mujer que se ocultaba en la oscuridad de la habitación. —¿Qué asuntos tienes con el señor Kanemura?
—Yo… —Shinnosuke no tenía nada para decir en ese momento. Era cierto que había llegado hasta ahí siguiendo la corazonada de los sueños que había tenido, pero ¿qué era lo que seguía para él? ¿Qué ocurriría después de que pudiera hablar con Kanemura y aclarar lo que había visto en sus sueños?
La mujer le quitó el filo de su arma del cuello y desató sus pies.
—Tienes suerte que el señor Kanemura te ha recibido como a un invitado especial, porque de lo contrario, habrías recibido un castigo de parte mía. Pero mientras estés en Aishima, te estaré vigilando como si fuese tu sombra. Y cualquier intento, por muy pequeño que sea, de intentar conspirar contra el feudo de Aishima, juro que te cortaré ese cuello.
Y así, la mujer se retiró de la habitación de Shinnosuke. El ronin aún estaba agitado por lo ocurrido, apenas había llegado y ya se había hecho de una terrible enemiga.
Cuando los primeros rayos del sol comenzaban a aparecer, uno de los sirvientes abrió la puerta corrediza de la habitación y se dirigió a Shinnosuke.
—El señor Kanemura quiere hablar con usted, lo ha invitado a compartir la mesa a solas.
La sirviente lo dirigió hacia la sala de recepción del castillo. Allí, Kanemura repasaba una y otra vez unos papeles que tenía en la pequeña mesa, lejos de donde estaban a punto de colocarse los alimentos. Se le veía preocupado, como si lo que tuviera frente a él lo angustiara, pero quisiera disimular con su presencia que nada de eso lo perturbaba.
—¿Qué significa todo esto? –se preguntó en voz baja.
—Aquí está su invitado, señor. —dijo la señorita en la entrada de la puerta, antes de hacerse a un lado y dejar que Shinnosuke avanzara hacia la habitación.
—Puedes dejarnos a solas, te llamaré si necesitamos algo. —respondió Kanemura para retirar a su trabajadora del castillo.