Almas destinadas

10.

Fueron apenas unos segundos, pero se dejó llevar.

Cerró los ojos, se fundió con sus labios y sintió sus manos sobre su cuerpo tembloroso. Las cosquillas en su espalda, las mariposas inexpertas en su barriga y las piernas temblorosas se hicieron presentes.

Todas al mismo tiempo. Fue demasiado, pero pudo soportarlo. 

Fue un duro golpe que la hizo regresar a la realidad y supo que no podía ir más lejos.

No podía hacerle algo así al único hombre que se había preocupado por ella.

—¡No! —gritó furiosa y se lo quitó de encima con una fuerza que no creía que poseía.

Jadeó al sentir el hormigueo en los labios, la cara roja y caliente; la respiración trabajosa.

Era un conjunto de sensaciones inexplicables que se veía incapaz de controlar.

No le gustó sentirse así. Fuera de su control. Esa no era ella. 

—Camille... —Él quiso hacerla entrar en razón.

—No es correcto. De ninguna forma. —Ella fue tajante y cuando vio al hombre acercándose otra vez, se alejó con temor.

Philipe supo que tenía que detenerse. 

Para Camille era un temor nuevo. Algo que acababa de despertar en ella.

Se puso las manos temblorosas en la cara y sintió el ardor en las mejillas. Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando percibió que ese ardor era totalmente opuesto al que ella conocía.

Conocía el ardor de la rabia y el de la vergüenza. 

La rabia se prendía en sus mejillas cuando Luke regresaba borracho y con bombones de chocolates, de los baratos, porque ella no valía mucho para él.

Siempre que le llevaba bombones, significaba que la había engañado con alguna mujer más joven, bonita o decente. 

Las cajas se le habían acumulado en el cuarto de invitados. No podía comer tanto chocolate, porque, cada vez que lo hacía, terminaba sintiéndose más culpable y menos encantadora. 

El ardor también se prendía en sus mejillas cuando Luke la humillaba en público; frente a sus padres, en el supermercado o con sus vecinos. 

El ardor que Philipe había encendido en ella era totalmente diferente. Era agradable, excitante. Le había devuelto a la vida, a sus malditos quince años.  

—Camille, por favor. —Philipe se acercó a ella con arrepentimiento. Podía leer la culpa en sus ojos. No quería que se sintiera así por sus arrebatos—. Si te ofendí de alguna manera, por favor...

—No me has ofendido —refutó ella de inmediato y cuando fijó sus ojos en los de él, supo que tenía que salir de allí.

No iban a detenerse. 

No quería hacerle creer lo incorrecto. Por supuesto que no la había ofendido. La había hecho sentir una mujer, por primera vez, en todos eso años. 

—Entonces...

—Tengo que irme. —La joven abrió la puerta con desespero y, aunque quiso echarse a correr por los pasillos, se encontró de frente con Cher.

Se vio atrapada entre los dos hermanos. 

—Justo a las siete —dijo Cher con su clásica alegría.

Aunque venía un poquito borracha.

Se tambaleaba divertida con su bonito y elegante vestido dorado. 

—¿Las siete? —Camille se espantó al escuchar la hora y se echó a correr por el pasillo iluminado. 

Philipe salió para tratar de perseguirla, pero su hermana se dio un tumbo con uno de los muros y tuvo que regresar para socorrerla. Ella se carcajeaba en el piso y se retorcía divertida. 

—¿Les arruiné el momento? —preguntó con los ojos apenas abiertos.

Philipe suspiró. No supo qué decirle, porque ni siquiera él entendía muy bien lo que había ocurrido entre los dos; con cansancio llevó a su hermana hasta el interior del cuarto.

La cama era un desastre, así que la sentó en el sofá para arreglar todo y acostarla para que durmiera un poco. 

—Yo lo arruiné —le dijo él con pesar tras entender que era su culpa y arregló las mantas—. Todo era perfecto, pero, mierda, lo arruiné...

—No me digas. —Su hermana hipó por la borrachera.

Philipe la miró con preocupación y le quitó los tacones altos que lucía con elegancia.

—La besé. Y no sé si le gustó o...

Cher abrió la boca y el sueño que sentía se le espantó en cuanto escuchó del atrevimiento de su hermano.

Quiso decirle algo bonito para ayudarlo con su inseguridad, pero sintió como todo lo que había bebido se le devolvía por la garganta y salió corriendo hasta el cuarto de baño.

—Genial... —Philipe rodó los ojos y aunque le hubiera gustado ir tras Camille y arreglar las cosas, tuvo que quedarse con su hermana.

No podía abandonarla a su suerte con esa borrachera. 

Además, Camille no iría a ninguna parte. 

 

Camille corrió por las escaleras para dirigirse a su cabina. En su mente se dijo todo lo que haría en dos minutos antes de subir a cubrir su turno.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.